Medio
siglo son dos generaciones. Pero en los últimos años medio siglo es un
abismo. La generación actual, las nietas de las niñas que nacieron en la
posguerra, tendrían mucha dificultad para comprender la infancia de sus
abuelas.
Las niñas que han nacido en el siglo XXI se han encontrado un escenario
que en nada se parece al que fue el nuestro. No sólo porque poseen una
serie de bienes materiales que ni siquiera se habían inventado cuando
nosotras teníamos su edad: internet, wii, móviles, tabletas, libros
electrónicos…, sino porque el mundo las contempla y ellas pueden
contemplar el mundo de manera diferente.
Las
niñas españolas que nacieron en la posguerra llegaban a un mundo
hostil. Hostil, en general, para niñas y niños, mujeres y hombres. En un
sistema radicalmente injusto donde una oligarquía dictaba leyes en su
propio beneficio, donde millones de ciudadanos eran tratados como
sospechosos de no ser lo suficiente adictos al régimen. Llegaban a un
mundo donde aún permanecían encarcelados miles de personas por la única
causa de haberse mantenido fieles al gobierno legalmente establecido y
donde eran vigilados, acosados y perseguidos por quienes se habían
levantado contra la legalidad.
No
era un mundo plácido para casi nadie pero aún lo era menos para las
niñas. Cuando en el mundo desarrollado las mujeres empezaban a tener un
papel propio, no supeditado al rol familiar o al marido, en España las
niñas eran educadas para ser buenas esposas. Ese era su único
horizonte.
Ahora
circulan por internet vídeos que recogen la publicidad de la época
donde se presenta a las mujeres como el descanso del guerrero: sumisas e
ignorantes. Esos vídeos, que tanta risa producen a las generaciones
jóvenes, son realmente sobrecogedores. Porque son reales. “No molestes a
tu marido que viene cansado del trabajo, has de estar disponible para
él”, se repite en aquella publicidad. Él, el padre, el marido, el hombre
de la casa, es el rey de la creación. La mujer es un ser supeditado a
ellos. Las leyes amparaban esta tesis. Las mujeres adquieren la mayoría
de edad después que sus hermanos y siempre permanecerán bajo tutoría de
un hombre. Incluso si dispone de bienes propios, sean heredados o sean
adquiridos mediante su propio trabajo, son administrados por el hombre.
Si desea abrir una cuenta bancaria, deberá ser autorizada por el marido o
por el padre. Lo mismo ocurre si desea viajar al extranjero. Así era el
mundo que nos tocó vivir y contra el que nos enfrentamos las niñas que
nacimos en la posguerra.
En
una sociedad mayoritariamente rural, muchas familias depositaban a sus
hijos en internados de la ciudad –por lo común la capital de provincia-
para que recibieran instrucción. Tampoco los internados de niñas eran
iguales que los de niños –la formación de ellos estaba orientada hacia
un futuro profesional que sólo excepcionalmente se reservaba a ellas -
pero todos tenían un nexo común: el alejamiento familiar.
Niñas
y niños que apenas sabían desenvolverse por sí mismos, separados de sus
padres, de sus hermanos, de sus amigos, de los lugares que les eran
familiares, inmersos en un mundo desconocido, con una disciplina que, en
el mejor de los casos, hoy contemplamos como impropia de la edad. Niñas
a quienes la llegada de la regla les sorprendía en la más absoluta de
las ignorancias, que atravesaban la adolescencia entre brumas de pecado y
alguna leve sospecha de que la vida iba en serio.
No
debía ser mucho más fácil la vida para los niños internos, pero tú eres
chica y conoces cómo era tu colegio. Que, visto a la luz de la
distancia, no era de los peores. Sabes que en otros se produjeron abusos
pero tu no los padeciste y hablas de lo que conoces. Las monjas que te
tocaron aquellos primeros años de adolescencia –las de los Sagrados
Corazones- eran muy avanzadas para su tiempo –quizá porque la
congregación era francesa- . Te inculcaron unos valores de respeto, de
responsabilidad social, de organización y disciplina personal, de
estímulo y de afán de superación que te han sido útiles en la vida.
Pero
erais niñas y estabais solas, lejos de la familia, con la única
compañía de las monjas y las compañeras, que pasaban a convertirse en la
nueva familia. Las relaciones de amistad que se establecían en los
internados te parecían entonces imperecederas. Nunca te olvidaré, nos
escribiremos siempre, os prometíais.
Luego, la vida impone sus medidas. Y va pasando el tiempo. Y tú y ellas
conocéis a otras personas, establecéis otras relaciones, recorréis otros
caminos. Y alguna vez vuelve el recuerdo, ahora ya difuminado por el
tiempo y por la memoria, que siempre es selectiva.
Hasta
que un día suena el teléfono y una voz te pregunta si eres tú la niña
del colegio. Que te están buscando, que ellas ya se han reunido y que
esperan que te incorpores al grupo. Y te descubres repasando tu vida. Y
te reconoces deudora de aquellos años, de aquellos afectos, de aquellas
enseñanzas. Luego, alguien fija una fecha para el encuentro. Tú vas
temerosa. ¿Las reconoceré? ¿Me reconocerán? Os habéis intercambiado
fotos y crees que las identificarás pero ¿serán ellas o habrán cambiado
tanto que no tendréis nada de qué hablar? Tú misma, ¿cómo eras entonces y
cómo eres ahora? ¿Qué hay de la niña que miraba por la ventana cómo
caían las luces de Montjuich y soñaba con ser una mujer independiente?
¿Cómo te recordarán tus compañeras?
Os
reconocéis al instante. Sois mujeres mayores pero seguís teniendo un
hilo conductor común. ¡Qué emoción el reencuentro! Os quitáis la palabra
unas a otras para contaros la vida. Que es como la de todo el mundo. La
mayoría ha tenido una existencia plácida. Se ha casado, ha tenido
hijos, tiene nietos. Alguna rehizo su vida. Otra ha enviudado. Te cuentan que dos de aquellas niñas
han muerto. Hace más de cincuenta años que dejaste de verlas pero parece
que no hubiera pasado el tiempo.
Pero
ha pasado. Medio siglo que cambió el mundo. Cuando vamos desmenuzando
los recuerdos infantiles tienes la sensación de que te vas introduciendo
en un universo onírico. ¿Ocurrió todo eso? Sí, ocurrió. Y quizá porque
ocurrió así, porque vivimos una época tan radicalmente injusta, hemos
resultado tan batalladoras.
Yo
lloraba algunas veces porque echaba en falta a mi familia, ha contado
alguna. Y tú te congratulas que las pautas sociales hayan desechado los
internados, de que tu nieta y las nietas de tus amigas hayan nacido en
este tiempo al que vosotras habéis contribuido.
Ya
en casa, vuelves a relatar el encuentro. Y vuelves a hablar del
colegio, de los años aquellos. Era un sistema radicalmente injusto donde
una oligarquía dictaba leyes en su propio beneficio, repites. Y crees
estar hablando en pasado. Hasta que enciendes la radio y las noticias
saltan en tropel. Hablan de la Gürtel, de amnistías fiscales que
benefician a delincuentes, de jueces que son apartados por investigar a
esa oligarquía que permanece intacta, hablan de Bárcenas, del dinero
ilegal que llega a los partidos, de los responsables de esos partidos
que se dirigen a los ciudadanos –que son quienes les pagan- como si
todos fuéramos cretinos.
Y
piensas en tu nieta, que se librará de estar interna pero que tendrá
que hacer frente a las mismas o parecidas injusticias. Confías en que
ahora lo haga en igualdad de condiciones que sus pares masculinos. Algo
es algo.
Algo es algo, y no es poco, pero cómo duele.
ResponderEliminarUn enorme abrazo
Duele sobre todo ver cómo destruyen lo que nos ha costado tanto esfuerzo construir y duele más la pasividad de algunos desposeidos.
EliminarAquellas mujeres de la posguerra nada tienen que ver con las mujeres nacidas en los 70 y 80, pero aún les queda mucho que reivindicar.
ResponderEliminarUn abrazo.
Mucho nos queda por reivindicar nos queda a todos, mujeres y hombres. Pero mi generación ha vivido momentos estupendos.
EliminarTODAS A NUESTRA MANERA SOMOS MUJERES SUPERVIVIENTES
ResponderEliminarBESOSSSSSSSSSS
Eso es seguro, amiga. Ese es el sentimiento compartido.
EliminarQué hermoso post, Contadora. Parece que sólo una generación ha vivido de las rentas, y ahora hemos de volver a ponernos las pilas, para que, tal vez, mis nietas sean la generación que vuelva a tener una vida más o menos tranquila.
ResponderEliminarTodo va, y todo viene.
Enhorabuena por el reencuentro, un abrazo apretao
Todas las generaciones vivimos en alguna medida de las rentas de quienes nos precedieron. Las mujeres sabemos mucho de eso: somos deudoras de quienes se levantaron contra el sistema patriarcal establecido, ellas nos abrieron el camino que hay que seguir desbrozando.
EliminarUn abrazo, nena.