viernes, 31 de octubre de 2014
martes, 28 de octubre de 2014
Pablo el Barriles era así
El pasado mes de agosto hablaba aquí sobre Pablo de Pablo, el popular Barriles de mi pueblo. Me sorprendía entonces que un hombre que fue tan popular en Aranda no tuviera ninguna referencia en el mundo virtual.
La pregunta, en el fondo, era: ¿Qué rastro dejamos de nuestro paso por este mundo? ¿Cómo nos recordarán cuando nos hayamos ido para siempre? Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto, concluía Agustín Díaz Yanes en su película del mismo nombre.
Pero, no, no es verdad. Siempre dejamos estela. La dejamos en nuestra familia, en nuestros amigos, en quienes nos conocieron, en quienes ayudamos, en quienes no lo hicimos, en quienes dimos buen ejemplo, en quienes escandalizamos, en quienes sonreímos, en quienes tratamos desconsideradamente, en quienes fuimos amables. En el recuerdo de lo que fuimos y de lo que hicimos.
Pablo el Barriles era tal como lo relaté pero era mucho más que eso. Sus hijos podrán dar fe de ello. Sus amigos guardan una imagen particular, cada cual la suya. Hay quienes le recuerdan como cazador, con ese olfato infalible que desarrollan quienes conocen bien el terreno que pisan. Quienes hablan de su conocimiento del río, de los ríos que atraviesan Aranda. Los hay que le recuerdan jovial y dicharachero, en el merendero de sus dominios. Aquella broma que él gustaba repetir frente a un guiso de conejo, cuando ya todos lo habíamos probado y habíamos elogiado sus habilidades culinarias. Sí, me costó cogerlo pero me ha quedado bueno este gato…
Era una buena persona, pero no solo: era un hombre inteligente. Con esa inteligencia de quienes se han enfrentado a la vida. Quienes tuvimos la fortuna de recorrer con él los montes que rodean Aranda sabíamos con certeza que, si nos perdíamos en aquel territorio, de nada nos servirían nuestras habilidades profesionales ni nuestros laureles académicos: sólo Pablo sabría cómo sacarnos de allí, sólo él sobreviviría sin ayuda.
La naturaleza y Pablo venían a ser sinónimos. Hubo un tiempo en que los árboles se convirtieron en elemento de especulación en la villa. Se talaron riberas y parcelas de monte sin demasiados escrúpulos. Pablo se lo contó a la periodista con indignación. Ni saben ni preguntan, se lamentaba. Le habló de lo que costaba repoblar un bosque, de cómo había que entresacar y plantar… Un domingo nos llevó a un grupo de amigos al monte de La Calabaza para mostrarnos los destrozos que propiciaba el gobierno municipal del momento. (Contra lo que pudiera parecer, la corrupción no es un invento actual). Se conocía el monte como el salón de su casa. Cada camino, cada trocha, cada cuesta, cada hondonada, cada variedad de pino, cada encina, cada madriguera…
Ellos, los árboles de la Calabaza, de Costaján, el Bañuelos, el Arandilla, el Duero, mantendrán, seguramente, el recuerdo de Pablo de Pablo, el Barriles en la memoria indeleble de la tierra y el tiempo.
No sólo ellos. Al hilo del post de agosto, un antiguo compañero de Aranda, Antonio Miguel Niño, me envía unas fotos de Pablo de aquellos años. Son unas fotos en blanco y negro hermosísimas en las que se ve a nuestro amigo en su ambiente, junto al río, con sus barcas, sus cañas, con sus niñas. “Cuando las encontré lo primero que pensé fue en tu blog y en el post”, me dice. Así que traigo aquí esas fotos para que quede constancia en la memoria fugaz o no de los bits. Así era Pablo de Pablo, el Barriles.
Te parece extraordinario porque era tu amigo pero personas como Pablo el Barriles, afortunadamente, hay muchas, me dice el colega cuando le muestro las fotos. Seguro que tiene razón. El Barriles y las personas como él nos salvan y nos redimen de esos otros famosos de medio pelo que pueblan y saturan las redes digitales y que se encuentran sin dificultad en san google. Los que nutren las gürtel, tamayazos, ERE´s, cursos de formación, pujoles, preferentes, púnica y operaciones similares.
viernes, 24 de octubre de 2014
Ni la Virgen del Rocío ni el Padre Peyton, valores cívicos
El presidente del Gobierno, tan parco en declaraciones, repite que en España vivimos la más grande crisis que han visto los siglos. Ocurre, sin embargo, que este país está acostumbrado a pasar crisis a cual peor y más grande. Desde las sucesivas bancarrotas de los siglos XVII y XVIII –cuando los reyes se pulían malamente los tesoros que llegaban de América- a la pérdida de las colonias en 1898, los españoles andamos ya curados de espantos.
La última de estas crisis, la del finiquito del imperio, dio lugar a una extensa producción filosófica, artística y literaria: la generación del 98. Esa es una de las diferencias respecto a la crisis actual, donde se aprecia un silencio casi general, una ausencia de intelectuales que analicen lo que sucede. Si se exceptúa Antonio Muñoz Molina y su libro Todo lo que era sólido –en el que, a modo de espejo, refleja lo ocurrido en los últimos años-, Juan José Millás en sus columnas de los viernes –en un tono entre irónico y realista- y algún otro comentario suelto de Luis García Montero o Javier Marías, los intelectuales no están dándose por aludidos. Sólo El Roto con sus viñetas parece ser capaz de expresar la frustración general.
Hoy, El País publica un artículo de Luisgé Martín –un escritor de segunda fila en el escalafón oficial- con el llamativo título de Aureliano Buendía y Pablo Iglesias en el que expone con crudeza una realidad que con frecuencia soslayamos. La corrupción es una realidad transversal que va de la Casa Real al Ejército pasando por la Justicia y la Banca, la Hacienda y la Iglesia, los partidos políticos y los sindicatos, sí, pero también la ciudadanía. “La hipótesis de que basta con cambiar a la clase dirigente para enderezar el rumbo es perversa y traerá frustración en el futuro”, advierte. La cultura del pelotazo no es virus privativo de las clases pudientes, ni el clientelismo, ni la pillería, ni el escaqueo. Como bien señala Luisgé Martín, vivimos “en un país donde el que no defrauda es porque no tiene la ocasión de hacerlo y no por convencimiento ético”.
Esa es la tarea real que tiene por delante Podemos o cualquier formación que pretenda un cambio real en España. Introducir la moral en la vida cívica. Que no es, como parecen pretender algunos ministros, poner en nómina a la Virgen del Rocío o a la del Pilar, sino inculcar en la ciudadanía que cada cual es responsable de lo que sucede en su entorno, que corrupción no es solo levantarse una pasta o privatizar los servicios públicos en beneficio de intereses privados sino también tirar la basura fuera de su lugar o abusar de esos mismos servicios públicos. Y consentir que se malbarate lo que es del común.
Habituados como estamos a confundir moral con religión, el descrédito de las iglesias dominantes parece haber invalidado los principios de la moral pública que, contra lo que parece defender el PP, no es volver al rosario del Padre Peyton en la Castellana sino la defensa de los valores cívicos: la tolerancia, la educación, el respeto al otro, la igualdad, la distribución a cada cual según sus necesidades, de cada cual según sus posibilidades…
No hay que inventar nada pero en España estamos acostumbrados a llegar con retraso. La Contrarreforma data del siglo XVI. La Revolución Francesa, de 1789.
martes, 21 de octubre de 2014
Universidad del Barrio: un chute de optimismo
El Teatro del Barrio es una
cooperativa liderada por el actor Alberto San Juan, que opera como un revulsivo
social y cultural. Ofrecen representaciones teatrales, actuaciones musicales y
un programa variopinto que incluye lo que llaman Universidad del Barrio: ciclos
de conferencias sobre cuestiones de actualidad. Este es el segundo año de la
iniciativa; desde ayer y hasta la primavera se impartirá un Curso de historia
crítica para ciudadanos y otro de Economía aplicada alternativa de
consumo/producción.
La sesión inaugural estuvo protagonizada por el matrimonio Bill Ayers y Bernardine Dohrn, militantes ambos del movimiento radical estudiantil The Weather Underground que en los años 60 y 70 del siglo pasado se oponían a la guerra de Vietnam. Los Weathermen organizaron cientos de sabotajes y explosiones contra bienes materiales lo que les llevó a la clandestinidad durante varios años.
Pasado aquel tiempo, Bill se convirtió en un pedagogo de prestigio, uno de los teóricos de la educación alternativa de mayor prestigio mundial. Es profesor emérito de pedagogía en la Universidad de Chicago.
Se trataba, pues, de una apertura de curso interesante y de nivel. Pero en el Teatro del Barrio el interés no está sólo en el programa, también en lo que se ve y se oye antes y después de cada acto, en el ambiente.
Presentó a la pareja Ayers un personaje de la política actual: Juan Carlos Monedero. Conviene advertir que el Teatro del Barrio se mueve en la onda de Podemos, cuya sede se encuentra frente al espacio teatral. Y entre quienes frecuentan el local y asisten a sus actividades hay una mayoría de simpatizantes de este movimiento. Por si alguien necesitara el apunte, Monedero es ese chico con gafitas que aparece siempre en un aparente segundo plano entre Pablo Iglesias –el chico de la coleta- e Iñigo Errejón –ese niño que pone morritos y cara de yo no he sido mejor que Mick Jagger-.
Los asiduos del Teatro del Barrio conocíamos a Monedero del curso pasado. Un chico al que calificarías de educado, amable, inteligente y culto a poco que le hubieras visto actuar. Ayer lo encontramos muy desmejorado, con ojeras y aire cansado. Será la luz, pensamos, o la paliza que supone organizar una asamblea como la que Podemos ha celebrado el fin de semana en Madrid. Luego él aclarará que arrastraba un dolor de cabeza y se preguntará por qué el paracetamol genérico no ha de disolverse igual de pronto que el de marca. Eso es lo que se llama estar atento a la realidad.
Empero, ayer no era Monedero el centro de atención, sino Bill y Bernardine. Una pareja con años a la espalda y tan jóvenes, sin embargo. Él y ella con un discurso elaborado y coherente, conscientes de la realidad que les rodea, y dispuestos a cambiar el mundo. Realistas y utópicos o utópicos de una realidad imprescindible.
Los oradores dejaron en la sala una sucesión de mensajes para repensar:
- hay que reinterpretar el mundo para transformarlo
- o cambiamos la manera de educarnos o no hay solución
- la gente que tiene problemas también tiene soluciones
- es importante conocer lo que ocurrió en los años 60 porque es el preludio del presente
- la educación se produce en todas partes porque la educación es vida
- uno no necesita pedir permiso para interrogar al mundo
- es absurdo concebir la educación de tal a tal edad porque la educación dura toda la vida
- las escuelas son el espejo y la ventana de una sociedad
- hay que dudar y replantearse lo que está haciendo, de lo contrario se cae en la soberbia
- hay que abrir los ojos y actuar consecuentemente
- algo hay que hacer aunque haya diferentes manera de hacer
- la lucha continúa.
No era sólo lo que decían, también cómo lo decían, esa sensación de verdad que transmiten quienes creen en lo que hacen, la corriente vital que emana de quienes han vivido con intensidad. Bernardine, sobre todo, era la imagen misma del coraje, de la vitalidad, del valor. Era hermoso ver cómo mientras ella hablaba, Bill le acariciaba la espalda con suavidad, con esa ternura de las parejas que han vivido mucha pasión y muchas peripecias juntos.
Ambos se expresaron en inglés y fueron traducidos por los dos moderadores –Pablo y Noelia- con una pulcritud profesional. No obstante, se apreciaba un amplio conocimiento del inglés entre el público que se evidenció cuando una chica joven, que se presentó como profesora de enseñanza media, formuló su pregunta en un inglés casi perfecto y tradujo la respuesta con total soltura.
Qué generación de gente preparada y luchadora nos viene, pensé. Gente competente en su área, buenos profesores, buenos médicos, profesionales capaces de crear programas informáticos, nuevas aplicaciones digitales, capaces de idear nuevas vías de ampliar el conocimiento, filósofos que analizan nuevas pautas sociales ¿Por qué nos flagelamos de manera tan inmisericorde si tenemos la mejor materia prima para salir del atolladero en el que nos han metido los dueños del dinero?
Tienes que amar tu vida y amar el mundo también, sugerían los conferenciantes. Vivimos en la historia, somos parte de la historia. La diferencia es hacer o no hacer, añadían. Por la noche te acuestas pensando que has perdido la batalla contra el capitalismo, confesaba Bill, pero hay que levantarse por la mañana pensando: hoy va a ser el día.
Fue un chute de optimismo. Cuando todo se hunde es el momento de empezar de nuevo. La lucha continúa...
viernes, 17 de octubre de 2014
Comer en Cáceres: En cuchara de plata
Hoy traigo una buena noticia
para los espíritus : Cáceres ha sido elegida Capital Gastronómica de 2015.
Cáceres es una ciudad a la que
cualquier viajero desea ir sin que se precise de ninguna excusa para el viaje. Para
no cansar, baste recordar que los romanos la hicieron capital de Lusitania y la
Unesco la declaró Patrimonio de la Humanidad en 1986.
El viajero que pasea por su
casco histórico vive una inmersión total en la Edad Media y en el Renacimiento,
sin olvidar su judería y su museo árabe. Los amantes de la cultura y de la
historia tienen un amplio catálogo donde elegir. En la Casa de las Veletas
encontrará piezas sorprendentes desde el paleolítico al siglo XIX y, si le
queda tiempo para concluir el repaso, ahí tiene el Centro de Artes Visuales de
la Fundación Helga de Alvear.
Pero, un viajero que se
precie, no puede irse de un lugar sin conocer la cocina local. Y en esa
materia, Cáceres es imbatible. Atrio es una razón social de la que se habla con
respeto en medio mundo; junto a este primer espada, en su callejero el viajero halla un sinfín de
insinuaciones, algunas más lujosas y otras más discretas, aquellas más modernas
y estas más tradicionales pero la mayoría con un alto nivel de calidad. Esas
son las que tejen día a día la reputación gastronómica de una ciudad.
Conocí uno de esos
restaurantes con la inapreciable ayuda de Valdomicer, en cuya generosa
hospitalidad disfrutamos de unos días gozosos a primeros de año. Hablé entonces
de Cáceres y de nuestras expediciones por la provincia pero no mencioné un lugar que nos gustó sobremanera:
En Cuchara de Plata. No es un restaurante lujoso, es una casa de comidas muy
digna con dos jóvenes al frente: Abraham y Pepe, que se estrujan las meninges
para hacer grata la estancia en su casa. Tienen una excelente barra, una carta apetitosa y unos dulces portugueses a
los que resulta muy difícil resistirse.
Sería muy injusta si no
mencionara lo que nos ofrecieron: un buche extremeño cuasi épico, uno de esos
platos que no se olvidan en la vida. No me extenderé sobre qué es el buche
porque para eso están los entendidos y aquí puedes encontrarlo con detalle, sí
diré que a pesar de su contundencia era un plato exquisito.
Cuando hoy he conocido la
designación de Cáceres como Capital Gastronómica me he acordado de aquella
comida y de aquel restaurante donde lo primero que encuentras al entrar es un
cartel con un abecedario que se abre con la amistad y se cierra con la paz.
jueves, 16 de octubre de 2014
El cementerio de la Almudena, el envés de Madrid
Eso, por citar de
memoria y sin echar mano de San Google, patrón de los desmemoriados. Y sin
hablar ni media palabra de los avances tecnológicos que nos han colocado de
golpe y dentro de casa en lo que veníamos llamando el futuro. Quiero decir que,
sólo con mirar alrededor, hemos tenido una vida entretenida. O lo que es lo
mismo, que si has cumplido sesenta y dices que te has aburrido es que tienes
que ser muy desaborido.
Hay días, sin embargo,
que tanto trajín agota un poco y buscas un respiro, un rato de sosiego, una
dosis de calma. ¿Dónde mejor para hallar esa dosis de serenidad que allí donde
descansan quienes nos han precedido? Los cementerios son como el envés de la
ciudad. En ellos se representa con parecida nitidez el afán de los seres
humanos por aparentar, por trascender, por establecer estatus. Ofrecen la oportunidad de comprobar
que aquí, como fuera, los residentes son de toda procedencia y
condición. También que, aunque las modas artísticas varían con el
tiempo, los seres humanos tendemos a trasladar nuestros gustos
más allá de la muerte. El resultado es un museo al aire libre con el
dolor como único protagonista. Aunque se trate
de la otra vida, el lenguaje no puede ser más humano.
En Madrid hay varios
cementerios municipales y sacramentales pero ninguno tan grande como el de la Almudena, con una superficie de 120 hectáreas y un censo de más de tres
millones, que excede con creces la población actual de la capital. Su
construcción se inició en 1877 según proyecto de los arquitectos Fernando Arbós
y José Urioste. Siete años después, con las obras sin concluir, se declaró una
epidemia en la ciudad que ocasionó gran mortandad por lo que el 15 de junio de
1884 hubo que habilitar una zona de enterramiento provisional a la que se llamó
Cementerio de la Almudena, que acabaría dando nombre al lugar. Con lo que se
demuestra, una vez más, que en España no hay definitivo que lo que se anuncia
como provisional. Se encuentra entre las avenidas de Daroca y de las Trece
Rosas, junto al barrio de la Elipa. No es ociosa la vinculación con las Trece
Rosas pues junto a sus tapias fueron fusiladas el 5 de agosto de 1939, según
reza una sencilla placa con la que se rinde homenaje a aquellas mujeres de
entre 18 y 29 años, muertas por causa de sus ideas políticas.
Pero antes de entrar en
el recinto, un momento de atención. Si el visitante –viajero en la ciudad- ha
accedido al lugar por el vértice de la Avenida de Daroca, tiene ante sí los
arcos ideados por los arquitectos Fernando Arbós y José Urioste. El proyecto
tenía en cuenta la orografía del terreno, así que nada más cruzar las arcadas sobre
un pequeño otero se divise la capilla, de planta de cruz griega.
Si hay un lugar donde se
crucen permanentemente el más acá y el más allá de la existencia, ese es el
cementerio. No es extraño, pues, que abunden en ellos las historias de
espíritus. La primera, aquí mismo. Sobre la cúpula de la capilla se sienta un
ángel –Fausto, en el imaginario popular- en cuyo regazo descansa una trompeta.
Se cuenta que inicialmente Fausto aparecía con la trompeta en la boca, lo que
dio lugar a la leyenda según la cual quien oía el sonido de la misma recibiría pronto
la visita de la muerte. Otra variante de la historia sostenía que esta trompeta
sería la que anunciara el Apocalipsis. Para evitar relatos de este tipo se
modificó la colocación y se bajó la trompeta justiciera al regazo del ángel.
Como las creencias son personales e intransferibles, hay quien sostiene pese a
todo que en días de viento, pueden oírse las notas que emite la trompeta.
Un cementerio tan
extenso ha de guardar memoria de personas anónimas –como esa tumba del primer
enterrado, el niño Pedro Regalado Olmos o esa otra de "Alicia, la niña más feliz del mundo"- y de ilustres y famosos.
Aquí esperan
el juicio de la eternidad, Niceto Alcalá-Zamora, que fue presidente de la
Segunda República, o Enrique Tierno Galván, alcalde de Madrid. También el poeta
y premio Nobel Vicente Aleixandre, el también Nobel de Medicina, Santiago Ramón
y Cajal, el urbanista Arturo Soria, el académico Dámaso Alonso, los escritores
Pío Baroja, Benito Pérez Galdós y Juan Carlos Onetti, el filósofo Julián
Marías… y una pléyade de artistas que gozaron del favor popular, empezando por
el compositor Francisco Alonso –autor de Las Leandras- y siguiendo por los
actores, Ángel de Andrés, José Bódalo, Julia Caba Alba y su sobrina Irene
Gutiérrez Caba, José Mª Caffarel, Estrellita Castro, Antonio Garisa, Alfredo
Mayo, Luis Peña, Ángel Picazo –que tan bien representaba a Alfonso XIII- las
hermanas Mari Carmen y Mercedes Prendes, Aurora Redondo, Fernando Rey, los
cantantes Cecilia y Enrique Urquijo, el futbolista Alfredo Di Estéfano, el
torero José Cubero “El Yiyo”…
La tumba de éste y la de los Flores – Lola y
Antonio- se encuentran entre las más visitadas. Ambas están en la meseta a la
espalda de la capilla, próximas a la del viejo profesor Tierno.
Además de los panteones
individuales o familiares, el cementerio acoge varios monumentos colectivos,
los dedicados a los héroes de Filipinas y Cuba, a los fallecidos en el incendio
del Teatro Novedades, a los caídos de la Legión Cóndor y de la División Azul.
El cementerio –como la
ciudad de los vivos de la que es extensión- no vive sus mejores momentos. Basta
con adentrarse por sus calles para percatarse de que la privatización ha hecho
estragos también en esta orilla. Hay muros que amenazan caerse, lápidas rotas y
fuera de lo que debió ser su emplazamiento, escaleras y caminos en mal estado. Todo
rezuma un aire de decadencia, de abandono, de descuido. En Madrid, ni los
muertos se libran del signo de los tiempos.
Empero, el lugar ofrece un sosiego y un
silencio que no son frecuentes en la ciudad de los vivos. Hay un rincón, sin
embargo, que estremece a los espíritus más resistentes. Está en el extremo
opuesto al que accedimos, una placa recuerda que junto a estas tapias fueron asesinados
cientos de madrileños antes y durante la guerra civil. Cerca, otras placas
rinden memoria a las Trece Rosas, las trece jóvenes que fueron fusiladas por el franquismo una
vez terminada la guerra.
La Almudena tiene otra
particularidad: sus calles forman parte del itinerario de uno de los autobuses
municipales: la línea 110 de la EMT, que circula entre la Plaza de Manuel Becerra
y el cementerio. La creencia popular sostiene que algunas tardes, cuando el
conductor cree viajar solo, suena el timbre de parada solicitada. ¿Qué hace en
ese caso? Cuando hay solicitud de parada, paro. Siempre, asegura el empleado.
El camposanto se
completa con el área destinada a cementerio hebreo y un poco más adelante, el
cementerio civil. Cualquiera de los dos merece una visita. Pero este último es
como el envés de la historia española: los derrotados por la otra España.
El cementerio de La
Almudena forma parte de la ruta de cementerios europeos, calificada como ruta
cultural por el Consejo de Europa. A pesar de su abandono actual, la visita ofrece
un rato de paseo interesante y de silenciosa tranquilidad. Basta volver a
franquear los arcos de la entrada principal para que el ruido de la ciudad
vuelva con toda su furia. Hasta las cotorras que han colonizado la cercana
isleta verde se unen a la algarabía.
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