Detesto
a Jean Jacques Rousseau. Suyo es el contrato social que tras la Revolución
Francesa excluye a las mujeres de los derechos de ciudadanía reconocidos en el
nuevo régimen. De nada sirvió que Mary Wollstoncraft, argumentara en 1785 con
su Vindicación de los Derechos de la Mujer. Peor parada salió Olimpia de Gouges,
que en 1791 redactó una Declaración de Derechos de la Mujer y de la Ciudadanía
y que acabaría guillotinada. Las mujeres perdimos una gran
oportunidad.
Desde
entonces, el feminismo no ha cesado de reclamar esa igualdad de derechos no
sólo por un principio de justicia sino porque el déficit es una carga para el
sostenimiento del sistema económico y social vigente. El resultado es que se
han conseguido grandes conquistas en el ámbito legislativo pero estamos muy lejos
de la igualdad real. Hay momentos de avance y momentos de resistencia
numantina. Ahora vivimos uno de esos momentos. Se diría que hay una inercia
para volver al punto de partida.
El ministro
de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, declaraba hace unos meses que la
maternidad es lo que hace mujer a una ciudadana y se quedaba tan feliz. Que en
este momento sea ex ministro es una victoria pírrica en el cómputo total de
este gobierno, que está desmantelando o vaciando de contenido las estructuras
de igualdad, incluidas las que protegían a las mujeres víctimas de violencia
machista.
La
semana pasada, Mónica Oriol, presidenta del Círculo de Empresarios, una patronal
que compite con la CEOE, ha reprochado la protección por maternidad de la que “gozan”
las mujeres, asegurando que procura contratar a mujeres menores de 25 o
mayores de 45 años, en suma, mujeres sin riesgo de embarazo. El embarazo es un problema para las empresas, argumentaba. Y aconsejaba
a las mujeres que quieran ser madres o casarse con un funcionario o con un
marido –funcionario o no- al que le encanten los niños.
Como
la igualdad de las mujeres no es un asunto individual sino colectivo, habrá que
pasar por alto que quien así se expresaba vino a nacer en un hogar de larga progenie digno
representante de la oligarquía nacional –que no es un defecto en sí mismo pero
que entraña una serie de privilegios reservados a su clase, a las que son
ajenos la mayoría de ciudadanos, cualquiera que sea su sexo- y que la empresa
que preside se la puso en bandeja su marido. Y ya puestos, que con su vara de
medir ella no hubiera sido contratada pues a los 21 años ya tenía tres hijos. Actualmente
tiene seis cuya crianza, según ella misma confiesa, ha confiado a un servicio
externalizado.
Cuando
Mónica Oriol –y la estructura empresarial a la que representa y que la respalda-
reprocha a las mujeres el coste económico de sus embarazos olvida que sin
embarazos no habrá reposición de mano de obra que sostenga la economía pero olvida, sobre todo, que
gracias a mujeres que arriesgaron y se enfrentaron a las estructuras vigentes
en su momento puede ella presidir una empresa, viajar sin licencia marital,
manejar su propia economía.
Cuando
Mónica Oriol hace esas declaraciones tan radicalmente machistas no sólo está
apedreándose a sí misma –aunque su clase social se maneje con un buen paraguas
de acero- sino también a sus hijas y a las hijas de sus hijas que quizá alguna
vez tengan que operar en el mercado laboral en condiciones de igualdad.
Cuando
Mónica Oriol declara que las mujeres deben elegir entre tener una vida
profesional satisfactoria o ser madre está olvidando que si ella puede utilizar
el foro que le proporciona resonancia es gracias a que antes que ella mujeres
de toda edad, antes, durante y después de su etapa fértil, lucharon por la
igualdad de derechos y deberes de los que ella goza con justicia.
Olvida,
por ejemplo a Goulden Emmeline Pankhurst, que fundó la Unión Femenina Social y
Política; a Emily Wilding-Davison, que dio su vida para llamar la atención
sobre la desigualdad que padecían las mujeres; a Flora Tristán, Clara Zatkin,
Rosa Luxemburgo, que vincularon la revolución política a la emancipación de la
mujer; a Clara Campoamor, que defendió el sufragio femenino, y más cercana en
el tiempo, a María Telo, que contribuyó a cambiar la ley que mantenía a las
mujeres como menores de edad a perpetuidad.
A esa mujer le importa un bledo todo, para ella su historia familiar y sus antecedentes franquista es lo que le importa, habria que conocer como le viene su herencia.
ResponderEliminarSaludos
Como les ha venido a la mayoría de franquistas, Emilio. Por sus propios méritos...
EliminarTotalmente de acuerdo. Esta mujer no representa ni la maternidad, aunque tenga seis hijos ni a la gran mayoría de este país. Me ha dejado tal sabor amargo que creo no pueda volver a beber ni mucho menos comprar su vino Marqués de Riscal...
ResponderEliminarYa sabes, Pilar, que, según ella misma reconoce, "externalizó" su maternidad.
Eliminarpues me acabo de enterar a mis treinta y seis años de que no soy mujer!!! porque si "la maternidad es lo que hace mujer a una ciudadana", yo me he quedado en ciudadana...
ResponderEliminaren fin... sobre la sujeta que primero quería bajar el salario mínimo porque le parecía excesivo , y que ahora nos habla de las edades de la mujer en que es "contratable" mejor me callo... lo que no entiendo es que la saquen en las teles... en serio...
quien es?... por qué habla?... a quién le importa lo que dice?...
y te lo digo de verdad... esta mujer no debería salir en los medios, porque o es muy tonta o quiere que nos calentemos... así te lo digo... lo que habría que hacer es no darle medios... si quiere decir absurdidades que las diga, pero que no le den un púlpito desde el que decirlas...
es que estoy tan harta de las antifeministas... que he decidido que lo mejor para mi salud es no escucharlas...
besotes!!!!
Ya quisiéramos las mujeres poder disfrutar de los derechos de ciudadanía que les son reconocidos a los hombres sin problemas. Prueba a comparar tu salario con el de un compañero, o mide el tiempo que dedicas a la atención al hogar con el que dedican tus pares masculinos. Dos ejemplos sin importancia. Mira a ver en la política, en la cultura, en las empresas, en la economía, en el poder. Sí los derechos legales son los mismos, los reales, otra cosa.
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