El pasado día 9, al borde de la una de la madrugada y al límite de mi resistencia, envié una queja o reclamación ante ese Ayuntamiento a través de la página y epígrafe destinados al efecto, con el siguiente texto: "Cada noche de los fines de semana -entendidos estos de jueves a domingo- en la plazoleta que se extiende en la fachada del Teatro Valle Inclán se organiza un botellón que dura varias horas y que impide conciliar el sueño. Varios cientos de personas beben, cantan, tocan instrumentos, orinan, pelean... Con frecuencia, cuando nos levantamos aún sigue algún grupo rezagado. El aspecto que queda la plaza es directamente repugnante. Es dudoso que estas reuniones ruidosas se ajusten a derecho pero lo que es seguro es que no es justo que sus juergas impidan el descanso a los vecinos. Nos hemos quejado reiteradamente a la policía, que unas veces acude y otras no, pero a la noche siguiente seguimos soportando el problema. Creo que es tarea del ayuntamiento resolverlo. Espero que se dignen tomar alguna medida que nos permita descansar. Gracias de antemano".
El día 19 recibí respuesta vía email, indicándome que mi reclamación ha sido asignada a la Dirección General de la Policía Municipal para su tramitación. Me informa seguidamente que ese correo se ha enviado automáticamente y me ruegan que no responda.
Sé exactamente lo que significa ese diálogo internético pero, como he visto que la susodicha reclamación sigue en fase de "en tramitación", quiero pedirles sin pérdida de tiempo que ni lo toquen. Desde el pasado día 9 no solo no ha mejorado la situación sino que a ido a peor. A mucho peor, se lo aseguro.
Paso por alto la suciedad de la zona centro de Madrid porque ese apartado no es nuevo en su mandato. Madrid está sucio, no porque el Ayuntamiento no limpie sino porque los vecinos manchamos a más velocidad que los servicios limpian. Algunos esperábamos que el equipo de Carmena lo solucionaría y, aunque de momento, no, esperamos que encuentren la vía para educar a la ciudadanía. Olvidando, pues, la suciedad, digamos estructural, quiero que sepan que en la plaza de Lavapiés y en la plazoleta que se abre ante el Teatro Valle Inclán cada fin de semana se produce una suciedad coyuntural por la cual los servicios de limpieza recogen toneladas de desperdicios, principalmente latas y botellas de bebidas diversas y que, a juzgar por los efectos que producen en los consumidores de tales líquidos, no parece que sean de agua mineral.
Los alegres generadores de estos residuos vienen apalancándose en ambas plazas, no ya hasta altas horas de la madrugada sino hasta primera hora del día siguiente. Aplicados toda la noche a actividades como cantar a voz en grito, tocar instrumentos diversos: habitualmente, tambores y guitarras, ocasionalmente, trompetas y esta noche pasada, además de esos instrumentos, como novedad, alguna flauta. Todo ello acompañado de orines, vomitonas y cosas de ese jaez.
Los vecinos de esa zona llevamos años dirigiendo quejas al Ayuntamiento sin que hasta la fecha nos hayan hecho ningún caso. La esperanza de que esta corporación hiciera algo diferente, a la vista de los resultados, parece que era infundada.
La noche del viernes al sábado, con la excusa de la celebración de Tapapiés -iniciativa excelente, por otro lado- miles de personas han tomado ambos espacios. La alegre muchachada estaba ya a las 8 de la noche y allí permanecían a las 8 de la mañana cuando, afortunadamente, la lluvia los ha desalojado. Naturalmente, los vecinos no hemos podido pegar ojo. Hemos llamado, sí, a la policía municipal. Que no sé si ha venido o no pero la juerga y la contaminación sonora ha ido en aumento a medida que avanzaba la noche.
A lo largo de esas horas me he preguntado repetidamente por qué estos ciudadanos no elegirán para holgar tan finamente espacios sin duda más adecuados, como los altos del Guadarrama, solo por señalar un ejemplo. Después, me ha dado por filosofar y me he preguntado por qué razón estos prójimos tan irrespetuosos con sus convecinos -curritos como ellos, al fin y al cabo- no emplearán sus excesos de energía para ir a cantarle los cuarenta a lugares más adecuados y eficaces, cuales son, verbigracia: la Moncloa, la Zarzuela, incluso, llegado el caso, el palacio de Cibeles. Por último, he acabado ciscándome en la corporación municipal entera, incluso en sus respetables padres, ustedes perdonarán.
Permítanme que les informe, para despejar dudas, que en las últimas elecciones municipales voté a la candidatura cuyo grupo gobierna actualmente el municipio de Madrid -que en general no es santo de mi devoción- por dos razones. Porque me parecía que Manuela Carmena es persona en la que se puede confiar, a la vista de su trayectoria, y porque en la candidatura aparecía un tal Javier Barbero, burgalés y por tanto paisano de la que suscribe, cuyo compromiso social y curriculum me parecían igualmente confiable. Cuando supe que le habían nombrado responsable del área que nos quita el sueño, pensé: Ahora se van a enterar los madrileños de lo que es capaz un burgalés. Bueno, pues parece que tampoco. Javier, majo, vaya decepción.
En vista de lo anteriormente expuesto, quisiera saber:
- Cuál es el límite de tolerancia sonora e instrumental establecido por ese Ayuntamiento, si la actuación de decenas de tambores, guitarras y alguna trompeta a altas horas de la noche no le impulsan a intervenir. Más que nada por saber si entre sus proyectos futuros se contempla que la Orquesta Filarmónica escoja estos espacios para sus ensayos o actuaciones nocturnas.
- Si nos podemos descontar de los impuestos municipales el coste de las nuevas ventanas que la mayoría nos hemos visto obligados a poner para intentar descansar, instalación que en un nivel normal de ruidos no hubiéramos necesitado.
Finalmente, les informo que, sin que me identifique en absoluto con ministras devotas de otras advocaciones, en las próximas elecciones municipales pienso votar directamente -y quizá haga campaña a favor de su candidatura- a la Virgen de la Cueva que, a lo que parece, es la única capaz de resolver nuestro problema.
Reciban, no obstante, mi saludo más cordial.
- Soy vecina de la calle ... Cada noche de los fines de semana -entendidos estos de jueves a domingo- en la plazoleta que se extiende en la fachada del Teatro Valle Inclán se organiza un botellón que dura varias horas y que impide conciliar el sueño. Varios cientos de personas beben, cantan, tocan instrumentos, orinan, pelean... Con frecuencia, cuando nos levantamos aún sigue algún grupo rezagado. El aspecto que queda la plaza es directamente repugnante. Es dudoso que estas reuniones ruidosas se ajusten a derecho pero lo que es seguro es que no es justo que sus juergas impidan el descanso a los vecinos. Nos hemos quejado reiteradamente a la policía, que unas veces acude y otras no, pero a la noche siguiente seguimos soportando el problema. Creo que es tarea del ayuntamiento resolverlo. Espero que se dignen tomar alguna medida que nos permita descansar. Gracias de antemano
Este correo ha sido enviado automáticamente por el sistema; por favor, no responda.
yo tengo un pub enfrente de casa... como vivo en el primero, te podrás imaginar lo bien que viene la ley antitabaco que hace que haya gente que se pase la noche entera fumando (y hablando, riendo, cantando y chillando) en la puerta en vez de entrar... así que aunque a menor escala, te entiendo...
ResponderEliminarasí que paciencia y espero que se solucione de alguna manera...
besos!!
No soy capaz de entender porqué la realidad es así de simple, unos deciden campar a sus anchas y otros tienen que aguantarse. Supongo que tampoco serán Carmena and Co. quienes afronten esta realidad por el único sitio posible, el respeto, aunque insisto sigo sin entender porqué, pasa lo mismo aquí en algunas zonas y solo se acaba cuando la "fiesta" se muda de barrio voluntariamente.
ResponderEliminarUn beso