El
otoño madrileño, cuando sale bien mandado, es la mejor estación
del año. Soleadito, fresco, brillante, luminoso, una gozada. Así
que, recogidita en la calle, decides de pronto seguir el último
itinerario que recorrió don José Canalejas, que murió asesinado
el 12 de noviembre de 1912, siendo presidente del Gobierno. Canalejas
vivía en el palacio Goyeneche, luego conocido como de Santoña, una
casona del siglo XVI, reformada en el XVIII, con portadas a la calle
Huertas -obra de Pedro Ribera- y a la del Príncipe, actualmente
ocupada por la Cámara de Comercio e Industria de Madrid.
Siguiendo
la calle del Príncipe compruebas que ya han quitado totalmente las
vallas que durante años han rodeado en Teatro de la Comedia, que
reabre hoy sus puertas con El alcalde de Zalamea. En la Plaza de
Canalejas -también conocida como de las cuatro calles- compruebas
que los edificios antaño ocupados por los bancos Banesto y Central
Hispanoamericano siguen en el esqueleto, aunque pronto reanudarán
las obras para transformar el lugar en una esquina de lujo -hoteles,
apartamentos, tiendas de alto nivel-.
Te
acuerdas de Mario Conde, que aquí sentó sus reales cuando se
codeaba con la realeza y piensas cuán frágil y fugaz es la fama y
la gloria, más aún la que depende del favor ajeno. Dejas a Mario
Conde con sus píldoras de filosofía low cost que prodiga en las
redes y te encaminas a la Puerta del Sol, donde cayó Canalejas
mientras observaba el escaparate de la Librería San Martín, situado
en la esquina con la calle Carretas, local ocupado hoy por una tienda
de ropa, en cuya parte superior se mantiene una placa que recuerda el
suceso. El ingenio madrileño enseguida sacó punta del hecho,
asegurando que se trataba del disparo más largo de la historia pues
había abatido a Canalejas, atravesado la luna (del escaparate) y
alcanzado a San Martín (el librero que se encontraba en el
interior).
Al
girar a la izquierda para tomar la Carrera de San Jerónimo te topas
con un grupo de adolescentes uniformadas -faldita corta de cuadros y
chaqueta azul, ambas de buen corte- y recuerdas tus años de
internado, cuando salías en fila con tus compañeras de clase
dirigidas por la monja tutora, vigilante de que nadie abandonara la
fila ni se comunicara con otros paseantes. Recuerdas que una
compañera mayor aprovechaba estos paseos para verse con el novio y
comunicarse mediante un lenguaje de miradas y gestos que sólo ellos
conocían.
Miras
a las crías, con el saludable aspecto de quien ha comido bien desde
la cuna y la apariencia externa de quien dispone de buen pasar y te
congratulas interiormente de que las futuras generaciones de mujeres
puedan disfrutar de buena educación, lo que les proporcionará de
mayor autonomía y les permitirá elegir su camino sin tantas
interferencias ni condicionantes como tuvieron las que les han
precedido. Caperucita ha aprendido a andar por el bosque sola,
piensas.
El
mundo ha cambiado a mejor también para las chicas, te dices, justo
cuando las adolescentes y tú llegáis a la altura de Lhardy,
restaurante famoso por su cocido y por su clientela antigua. Entre
las innumerables anécdotas que se cuentan del lugar, una refiere que
los camareros encontraron un refajo en el reservado donde había
comido la reina Isabel II, bien acompañada, a lo que parece.
Estás
a punto de evocar otro almuerzo más reciente, en compañía de Pilar
de Abalorios y los respectivos colegas, y el encuentro con Alberto
Ruiz Gallardón, a la sazón ministro de Justicia, cuando una de las
niñas se para ante el escaparate y exclama en voz alta: Hostia puta.
Verdaderamente,
cómo ha cambiado el cuento de Caperucita.
una maravilla este paseo contigo... y sí, caperucita ha cambiado... lo que el lobo aun no sabe es que va a tener que ir con cuidado...
ResponderEliminarun placer, como siempre...
Tal como están las cosas más vale que vayan con cuidado tanto caperucita como el lobo. Por si acaso.
EliminarBesos.
Cuanto me gustaría tener un rato de "chachara" con Pilar de Abalarios y contigo pero fuera de Madrid, aquí en mi casa, en la tuya me avasayarias.
ResponderEliminarPues todo es cuestión de ponerse. Te advierto que ya hemos hecho una panda de blogueros que, a lo tonto, nos hemos recorrido media España para encontrarnos. También en Madrid, que yo no acostumbro a avasallar a nadie.
EliminarSaludos.
Emilio, en Madrid o dónde se tercie, y tranquilo aún no nos hemos comido un blogero, pero comer, no veas como comemos.
EliminarUn saludo
Uhmmmm qué rico el cocido y que ... el exministro querida.
ResponderEliminarEl cuento cambia a pesar de que quieran que no cambie nada, el problema es que al paso que el se mueve el cambio no nos quedarán dientes ni para la sopa.
un beso, siempre un placer pasear contigo por los madriles