martes, 2 de agosto de 2016

Moissac y el capitalismo

A estas alturas, los viajeros llevan rodados cerca de dos mil kilómetros, en una inmersión en el románico del mediodía francés -con una breve distracción en el mundo galo de Astérix-. Pues bien, en el plan personal del colega, este rodeo no tiene otro fin que llegar a Moissac.
La abadía de Moissac y, singularmente, su tímpano, es un icono entre los aficionados al románico y al Camino de Santiago. Con algo de nerviosismo, los viajeros van siguiendo los indicadores y, tras cruzar las vías del ferrocarril, llegan a una plaza con aparcamientos gratuitos -lo que consideran casi milagroso- en la que descubren una batería de aseos públicos igualmente gratuitos -no menos prodigioso-. Una infraestructura como esta solo se prepara cuando hay muchos visitantes, concluyen los viajeros, poniéndose en lo peor.
La plaza está a un paso de la abadía y los viajeros se lanzan a contemplar su famoso portal. En ese momento descubren que allí mismo, enfrente del tímpano, hay un restaurante con una sola mesa libre en primera línea: una mesa para dos. A la sombra. La viajera, que es tirando a descreída, empieza a barruntar que en Moissac existe un departamento de milagros cuando descubre que el restaurante Florentin aparece en la guía Michelin. Hoy vamos a comer como Dios manda, comenta el colega al ver la carta.
Y, en efecto, los viajeros anotan esta parada como uno de los momentos sublimes del viaje. No les es dado todos los días degustar una estupenda comida teniendo a la vista, a cuatro pasos, una de las obras cumbres del románico. Tan cerca están que desde la mesa los objetivos de las cámaras no logran capturar el tímpano completo y han de alejarse para fotografiarlo. Un éxtasis de belleza.
Sin embargo, la historia de Moissac es el relato de una sucesión de desgracias. Esta que ven los viajeros es, al menos, la tercera de las iglesias levantadas en el lugar. Hay constancia de que el monasterio se fundó durante el mandato del obispo San Didier de Cahors (630-655); se sabe que disfrutó del favor real y de las donaciones de ricos propietarios pero en el siglo XI entró en decadencia; arruinada la iglesia, un incendio acabó con el monasterio en 1042. Entonces, el conde de Toulouse y el obispo de Cahors acordaron poner la abadía bajo la dirección de los monjes Cluny. 

Con el amparo de los cluniacenses, el monasterio comparte los bienes y privilegios de esta comunidad que se manifiesta en la construcción de una nueva iglesia, consagrada en 1063, un claustro, finalizado en 1100, y una biblioteca que se nutre de las copias realizadas por los monjes. En el siglo XII, la abadía tenía un centenar de monjes dedicados a la oración y a las copias de textos religiosos en latín. La mayor parte de estos manuscritos se conservan en la Biblioteca Nacional francesa.

Esta fase de prosperidad se prolongará hasta mediados del siglo XIV, durante la cual se reconstruirán también las dependencias monacales. En el siglo siguiente se reconstruye la iglesia y la abadía deja de estar bajo el amparo de Cluny para pasar a abades comandatarios. Esta intervención explica la mezcla de románico y gótico que se observa en la iglesia actual.
Los agustinos sustituyen a los benedictinos. La vida monacal se relaja; en 1626 la abadía se seculariza y pasa a ser colegiata hasta que en 1790, con la Revolución francesa, desaparece todo vestigio religioso. Los edificios son puestos a la venta como bienes nacionalizados y se destinan a los fines más diversos. Habrá que esperar al siglo XIX, cuando los románticos vuelven los ojos a la Edad Media y sus monumentos y redescubren Moissac. La Asociación Amigos del Viejo Moissac salva los vestigios que pertenecieron a la abadía. Como no podía ser menos, aquí puso también sus manos el arquitecto Violet le Duc.
En esas estaban los románticos del momento cuando, en 1845, el proyecto del ferrocarril Burdeos-Sète dibuja sobre el terreno una línea recta que pasa, exactamente, por el antiguo refectorio monacal. Da igual que los defensores de la abadía pidan que las vías se separen unos metros, que se marque una ligera curva, la empresa se mantiene firme y ejecuta el proyecto inicial. Los empresarios debieron de sopesar el coste entre el desvío y la salvación del monumento y no lo dudaron: en caso de duda, la plusvalía lo primero. En consecuencia, los trenes pasan lamiendo las piedras de la abadía. Afortunadamente, para entonces el claustro había sido declarado Monumento Histórico, lo que le salvó de su destrucción. Sabido es que capitalismo y cultura o belleza no son casi siempre conceptos que armonicen bien. 
La viajera trata de olvidarse de la invasión ferroviaria contemplando el portal que tiene casi al alcance de la mano. Este tímpano, realizado en el siglo XII, representa el Apocalipsis de San Juan. En el centro, un Pantocrátor rodeado por el Tetramorfos (los símbolos de los cuatro evangelistas: Juan, el águila; Mateo, el ángel; Marcos, el león; y Lucas, el toro) y dos arcángeles. Completan el espacio los 24 ancianos del Apocalipsis, colocados en paralelo y adaptándose a la forma semicircular de forma simétrica. Todos los personajes miran hacia Cristo aunque sus cuerpos hayan de forzar la figura. Las filas de ancianos, portando instrumentos musicales o copas, están separadas por olas del mar de cristal. Esta composición del tímpano se repite en muchas otras iglesias románicas de toda Europa y tiene su expresión más conocida en el pórtico de la Gloria de Santiago de Compostela, realizado por el maestro Mateo, pues no en vano el románico se expandió a través del Camino de Santiago.

Los laterales de la portada abundan en el mensaje con escenas del Antiguo y Nuevo Testamento -la Anunciación, la Visitación, la Adoración de los Magos, la Huida a Egipto, el pobre Lázaro... y representaciones de la avaricia y la lujuria. En la jamba derecha, San Pedro, patrono de la abadía; en la izquierda, el profeta Isaías. 
De uno y otro lado del portal parten dos columnas adosadas que culminan con la efigie de dos religiosos: a la derecha, el abad Roger. Sobre el portal, dos filas de almenas, bajo las que hay una línea de canecillos con cabezas humanas y zoomórficas. La primera de las almenas en la izquierda se remata con el busto de un hombre que toca un cuerno.
Los viajeros alargan cuanto pueden la comida, que hasta el cocinero sale a saludarles, pero, finalmente, atraviesan la puerta, como durante siglos hicieran los peregrinos que recorrían Europa en dirección al Finis Terrae, y entran en la iglesia, donde encuentran un Cristo del siglo XII, una Piedad y un Entierro de Cristo del XV, además de decenas de niños de varias visitas colegiales, y pasan al claustro.
Esta es la segunda maravilla de Moissac. Un cuadrado de 31 por 27 metros, 116 columnas de mármol, alternando las sencillas y las dobles, distribuidas en cuatro galerías; en sus 76 capiteles, que están esculpidos en las cuatro caras, se muestran escenas bíblicas y de la infancia de Cristo y motivos florales. 
Tiene, además, ocho pilastras, dos en cada vértice, decoradas con relieves, y otras cuatro en medio de las galerías. Según indica una inscripción, la obra del claustro se terminó el año 1100, pero en el siglo XIII se rehizo, lo que explica los arcos apuntados.

Los viajeros lamentan no disponer de más tiempo para pasear tranquilamente por Moissac, ver sus rincones art-deco, acercarse al puente Napoleón sobre el río Tarn, y a la Casa de los justos o de los niños judíos, donde en la segunda guerra mundial fueron escondidos medio millar de niños judíos que así salvaron la vida. O subir hasta el mirador de la Virgen y desde allí contemplar el monasterio y el claustro, y la línea del ferrocarril, esa que estuvo a punto de llevarse por delante una de las abadías más destacadas del románico... Sin complejos.

2 comentarios:

  1. Me parece que nos quedan un par de viajes al Midi francés. He estado en Agen, hemos estado en Montauban,... pero ninguno de los dos en Moissac. Imperdonable, habrá que volver.

    ResponderEliminar
  2. Y comer -bien- con el tímpano al alcance de la mano

    ResponderEliminar

Lo que tú digas