Cuando empezaron
a llegar las primeras noticias no teníamos idea de lo que iba a significar en nuestras vidas, no habíamos
oído hablar de Grandola y apenas algo de Zeca Afonso pero con los primeros
compases de Grandola villa morena, las primeras imágenes de tanques en las
calles de Lisboa y de claveles en los cañones militares supimos que esta vez
iba en serio: había un resquicio de esperanza y nosotros éramos jóvenes.
Con el tiempo
hemos conocido los pequeños detalles de una fecha histórica, quién proporcionó los primeros claveles, el sargento que se negó a cumplir la orden de disparar, el cabo que aseguró no ser capaz de hacerlo, pero aquel 25 de abril, del que ahora
se cumplen 40 años, desembocó en la Revolución de los Claveles, en la caída de la
dictadura salazarista, ya sin Salazar, y en la democratización de Portugal, ya para siempre tierra de fraternidad. En España el
proceso se vivió con ilusión en los sectores que apostaban por la apertura
democrática y con resquemor por quienes pretendían mantener el franquismo con
Franco o sin él.
La fecha invita a
mirar hacia atrás para comprobar el camino recorrido y también el que queda por
recorrer, invita a hacer balance de lo conseguido, a medir el riesgo de lo que
se puede perder. “Hay que pensar en el pasado pero vivir y mirar el presente”,
se sugería días atrás en la mesa redonda organizada por el Teatro del Barrio. Allí,
se subrayó la diferencia entre el proceso de transición vivido en España y la
ruptura que se vivió en Portugal, entre la emoción de la revolución y el
aburrimiento de la política cotidiana y se apuntó que entonces el poder cayó en
la calle y alguien lo puede volver a recoger. Resultó especialmente gratificante
escuchar a Francisco Louça, un político y economista luso, lúcido y realista,
como suelen ser los portugueses, afirmar que aún “tenemos tiempo para hacer
algo, pequeñas o grandes cosas”.
Aquel 25 de abril
una generación de jóvenes que habitábamos la península sospechamos que había
llegado o estaba a punto de llegar nuestra hora. Como entonces, cada generación
intuye cuando es llegada su hora de hacer pequeñas o grandes cosas, cada cual en su campo, de acuerdo a sus capacidades y oportunidades.
Escribir es también una forma de resistencia.
Escribir es también una forma de resistencia.
Y que no se nos olvide nunca.
ResponderEliminarun beso