La tradición alfarera de Úbeda hunde sus raíces en su etapa
andalusí pero se ha mantenido viva a lo largo de los siglos hasta el punto de
que los alfareros tienen su propio barrio, al este de la ciudad. Es la ubetense
una alfarería fácilmente reconocible por sus verdes y sus azules vidriados y
sus filigranas como encaje, que en la memoria colectiva remiten
indefectiblemente a un nombre mítico: Tito.
Aunque Úbeda es una ciudad que está bien dotada de personajes ilustres -Joaquín Sabina y Antonio Muñoz Molina entre ellos- y aunque al pasear por sus calles los viajeros se encontrarán con frecuencia con el nombre de Tito, para la viajera, el Tito por excelencia es Juan pero el
patriarca de la saga fue Pablo Martínez Padilla, su padre, un artista que gozó
de enorme popularidad y que murió a punto de cumplir los noventa, antes de
agotarse el siglo XX. Pablo, y también otros maestros alfareros de Úbeda como
el Músico (Francisco Ortega) y el Guindilla (Salvador Góngora), enseñaron el
oficio a Juan, Juan Martínez Villacañas, y, aunque otros alfareros llevan el
apelativo familiar, la viajera sólo quiere subrayar que Juan, el Tito al que
tanto admira, es Premio Nacional de Artesanía (2006), en su primera edición.
La innovación y la tradición son valores que en esta casa se
heredan con el apellido, a lo que parece. De hecho, esa conjugación es lo que salvó
a Tito y a su alfar cuando la introducción en el mercado de nuevos materiales –plásticos,
aceros- desterró los cacharros de barro y llevó a la ruina y a la desaparición a
muchos talleres en toda España. Juan, para quien la alfarería es un “reducto
donde sobreviven valores y costumbres de un mundo más austero pero también más
humano”, apostó entonces por la recuperación de formas y técnicas olvidadas y
por repensar la utilización de las piezas tradicionales.
Las piezas del alfar de Tito conservan las formas ancestrales
que ya moldearon los griegos y luego los árabes con los dibujos y colores que durante
siglos dieron fama a la artesanía ubetense y las texturas antiguas y modernas. Algunas
tienen un uso específico –para guardar ajos, la sal, fruteros, botijos- pero
otros tienen la única función de embellecer el lugar que ocupan. La alfarería,
conviene no olvidarlo, es un arte en el que confluyen los cuatro elementos de
la Naturaleza: la tierra, el fuego, el agua y el aire.
Del alfar de Tito han salido no pocas de las piezas que se
exhiben en algunas de las películas de época, incluidas las más de 300 que se
elaboraron expresamente para la película Alatriste, dirigida por Agustín Díaz
Yanes y protagonizada por Viggo Mortensen, que tuvo en Úbeda también muchas de
sus localizaciones.
La viajera confiesa sin rubor que conoció a Tito hace más de
tres décadas –el alfarero, con mejor memoria, puntualizará año, lugar y
compañías- y que se acerca al alfar de la Plaza del Ayuntamiento, 12, con el
temor de hallar a su amigo retirado del oficio. Para su alegría, lo encuentra con
su blanca melena leonada a lo Rafael Alberti, jubilado aunque plenamente activo,
alegre y dicharachero como siempre y con una memoria prodigiosa. Será él quien
repase la lista de los amigos comunes, algunos, como Juan Abad y José María Kaydeda,
desaparecidos ya. Y tú, ¿qué haces?, pregunta a la viajera, para reprocharle
veladamente la respuesta: Una periodista no se jubila nunca. Del periodismo no,
pero de ir a trabajar, sí. Ah, bueno, dice, poco convencido.
Los viajeros salen de la casa de Tito con un botijo con vidriado azul y una campana que añadir a su colección,
regalo de su amigo. Pero sobre todo, sale con la emoción de tanta belleza junta
y la alegría de conocer que al frente del alfar se encuentra ya la tercera
generación: Juan Pablo Martínez, hijo de Juan y nieto de Pablo, que en 2012 ha recibido
el Premio Nacional de Artesanía en la modalidad Innova.
Son preciosas, casi se aprecia desde aquí la suavidad morosa de su superficie.
ResponderEliminarQue gusto de viaje ¿eh?