Úbeda es conocida por sus cerros y la descripción, con ser
exacta, no le hace justicia en absoluto. Úbeda es un ejemplo de ciudad
renacentista por sus monumentos, que son muchos y espléndidos, pero es sobre
todo una muestra de esplendidez y de preponderancia de la sociedad civil,
también de utilización racional de su patrimonio.
Lo de los cerros tiene una explicación geográfica y otra legendaria.
La primera está clara: la ciudad se asienta en el valle que forma el
Guadalquivir, bajo los picos de Sierra Mágina, y es la capital de la comarca de
La Loma, pues lomas son los montes que la protegen. La segunda bascula entre la
literatura y la leyenda: se cuenta que en una de las frecuentas contiendas que
en la conquista de esta tierra sostuvieron árabes y cristianos –unos lo sitúan
en tiempos de Alfonso VI y otros de Fernando III- uno de los capitanes
desapareció justo antes de entrar en batalla y no apareció hasta haber sido
conquistada la plaza. Cuando el rey le preguntó por su ausencia, el capitán
respondió con la pobre excusa de que se había perdido “por los cerros de
Úbeda”. Perderse por los cerros de Úbeda quedó como sinónimo de cobardía en el
campo de batalla y de andarse en divagaciones en el campo dialéctico.
Que Úbeda es algo más que sus cerros lo comprende el viajero
tan pronto como llega a ella. Ostenta la ciudad el muy disputado título de la más
antigua del mundo occidental y sea o no la más antigua, por aquí han pasado
oretanos, visigodos, naturalmente los romanos, que la llamarán La Betula, godos
y los vándalos, que hacen honor a su fama y destruyen el poblado. Hasta que
llegan los árabes y refundan una ciudad a la que llaman Ubbada.
En el siglo XI se la disputarán los reinos de Almería, Granada,
Sevilla y Toledo y acabará siendo conquistada por los almorávides. Esta ciudad
musulmana refuerza su amurallamiento y se convierte en un núcleo pujante por su
artesanía y su comercio. Los siglos XI y XII vivirá en una sucesión
ininterrumpida de conquistas y reconquistas, ora musulmana, ora cristiana. Los
Alfonsos VI y VII la rindieron y el VIII la asoló en 1212, tras la batalla de
las Navas de Tolosa, hasta que en 1233, tras largo asedio, Úbeda capituló ante
Fernando III quien la hizo ciudad realenga con arciprestazgo, que era el no va
más en materia de dignidades del momento. La capitulación evitó ser arrasada de
nuevo y permitió la coexistencia de las tres culturas radicadas en la ciudad:
árabes, judíos y cristianos.
Finalizada la reconquista, se abrió para Úbeda una época de
pujanza económica, social y cultural que culmina en el siglo XVI, su edad de
oro. Los cachorros de los linajes locales alcanzan puestos principales en la
corte: Ruy López será Condestable de Castilla con Enrique III y Beltrán de la
Cueva, valido de Enrique IV; también el clero y las órdenes militares mejoran
sus privilegios. Simultáneamente, vecinos, la mayoría judíos o muladíes, que
prosperan en sus profesiones, como boticarios, escribanos, médicos o
mercaderes, conforman una incipiente burguesía. Ganaderos, labradores, pastores
y militares completaban el espectro social de una ciudad que acogía a más de
18.000 habitantes.
Es en este caldo de cultivo cuando coinciden en el tiempo y
el espacio Francisco de los Cobos, secretario de Carlos V y hombre de gran
influencia en la corte imperial, y Pedro de Vandelvira. De los Cobos acumuló a
lo largo de su vida cargos y prebendas en grado superlativo, era Comendador
Mayor de la Orden de Santiago, titular de la explotación salinera de Nicaragua
y ensayador mayor de los metales
preciosos de la Casa de Contratación de las Indias, entre otros muchos, que
le hicieron inmensamente rico. Una parte de esta fortuna la empleó en acumular obras
de arte.
Como secretario real, había tenido que acompañar a Carlos I
en sus viajes a Italia, lo que resultó providencial para Úbeda. Allí descubriría
el movimiento renacentista y encontraría a Vandelvira, un cantero que estaba estudiando
la obra de Miguel Ángel, convenciéndole de volver a España. Francisco de los
Cobos sembró el gusto por el arte entre sus pares ubetenses y a Pedro de
Vandelvira le sucederá su hijo Andrés, hombre de gran cultura y preparación
técnica, y unos y otros se dedican a sembrar las corrientes humanísticas del
Renacimiento y a levantar palacios a cuál más espléndido hasta hacer de Úbeda
la ciudad –Patrimonio de la Humanidad- que podemos admirar. En 1526 Carlos V
juró aquí mismo guardar los privilegios, fueros y donaciones que le habían sido
concedidas a la ciudad.
A la colaboración de Pedro de Vandelvira con De los Cobos debe
Úbeda una perla arquitectónica que es la Capilla del Salvador, proyectada como
panteón de la familia del secretario real, que habría de acabar su viuda, María
de Mendoza y Sarmiento. No sólo los Vandelvira padre e hijo trabajaron en el
Salvador, también Gil de Siloé, Alonso de Berruguete, Esteban Jamete y
Francisco de Villalpando dejaron aquí su huella.
A Úbeda hay que llegar sin prisa, pasear despacio y pararse a mirar mucho. Los viajeros empezaron por esta Plaza de Vázquez de Molina porque
es aquí donde se alojaron: en el Palacio del Deán Ortega, convertido en
Parador. Hay que llegar avisados porque la zona es peatonal y aquí no caben
despistes pues enfrente del Parador se levanta el Antiguo Pósito, donde tiene
su sede la Policía. A pocos metros del hotel –en la Redonda de Miradores- hay
un aparcamiento que además de ser gratuito ofrece unas magníficas vistas del
valle, de los olivares y de los cerros.
Situados, pues, en la Plaza Vázquez de Molina los viajeros
tienen frente a sí la Capilla del Salvador; a la derecha, primero el Antiguo
Pósito, luego el Palacio del Marqués de Mancera, la Cárcel del Obispo, sede de
los Juzgados, y, finalmente, la iglesia de Santa María de los Reales Alcázares.
Por la izquierda, además del Palacio del Deán Ortega, el Palacio de las
Cadenas, hoy sede municipal. Observan los viajeros que, salvo la de Santa
María, todos los edificios son civiles y, aunque goza Úbeda de otros templos,
sus señas de identidad son aquéllos.
Sólo por contemplar las edificaciones de esta gran plaza, que
es una lección viva del renacimiento hispano, valdría el esfuerzo de llegar a
Úbeda. Los viajeros pueden sentarse en ella y admirar el juego de volúmenes, la
ornamentación de los palacios… y el sentido práctico de los ubetenses que han
protegido su patrimonio monumental dándole una utilidad práctica a cada
edificio. La viajera, que ha podido comprobar ya lo bien que se come y se
duerme en el Palacio del Deán Ortega, observa los coches policiales aparcados
junto al Antiguo Pósito e imagina la emoción de los funcionarios al trabajar en
las vetustas dependencias, o la de los ciudadanos que acudan a hacer cualquier
gestión municipal en el Palacio de las Cadenas. Y se pregunta si las leyendas
de emparedamientos que envuelven a la Cárcel del Obispo tendrán alguna
influencia en las decisiones judiciales.
El espacio entre la iglesia de los Reales Alcázares y la
muralla estuvo ocupado por la judería. Sus callejuelas estrechas invitan al
paseo pero lo que habla de la importancia e influencia que debió tener la
población judía es la Sinagoga del Agua y está situada más arriba, cerca de la
iglesia de San Pablo. En ésta, como en la capilla del Salvador y la iglesia de
los Reales Alcázares, la visita es de pago. Se puede contratar también la
visita completa a la ciudad.
La iglesia de San Pablo, que se levanta en la Plaza del 1º de
Mayo, otra hermosa explanada situada al norte de la de Vázquez Molina, es una
mezcla de estilos –románico, gótico y renacentista-. La visita es gratis pero
hay que esperar al horario de culto. A diario, la iglesia se abre hacia las 7
de la tarde para la misa a las 7,30.
De la esquina sur de la misma plaza surgen los ecos de
distintos instrumentos musicales. Es el Ayuntamiento viejo, convertido hoy en
Conservatorio. En el centro de la plaza se ha erigido un monumento en memoria
de San Juan de la Cruz, que aquí vino a morir en 1591 y al que la ciudad le ha
dedicado un museo, cerca de esta misma plaza.
Estamos en el cogollo de la ciudad amurallada, un cinturón de
piedra en el que se abren varias puertas, todas con su pequeña historia. La más
conocida es la puerta de Granada, por la que dicen salió Isabel la Católica
camino de Baza, donde dijo aquello de que no habría de cambiarse de camisa
hasta no conquistar Granada.
No lejos de esta puerta los viajeros se topan con otro
edificio singular: la Casa de las Torres o Palacio de Dávila, hoy Escuela de
Arte, mandado construir en el siglo XVI por el alcalde y comendador Andrés de
Dávalos de la Cueva. La profusión de conchas que adornan la fachada remite a la
condición de caballero de Santiago del regidor. La viajera sospecha que estudiar
en un lugar como éste, hacer el recreo en su esbelto patio interior ha de ser
un plus añadido a los planes docentes.
En la calle Real los viajeros visitan varias tiendas donde se
venden productos tradicionales y se sorprenden al hallar aceite kosher, lo que
indica la querencia judía por Úbeda. Kosher o no, llevarse aceite no es mala
idea pues ésta es la comarca aceitunera por excelencia.
La calle Real conduce a la Plaza de Andalucía. En sus
inmediaciones se encuentran la Torre del Reloj y las iglesias de la Trinidad y
de San Isidoro. En ese punto estaban los viajeros, con el plano de la ciudad en
las manos, intentando orientarse hacia el Hospital de Santiago cuando un hombre
les saluda confianzudamente. ¿Qué, ya sabemos dónde ir? La viajera bucea en su disco duro tratando de
identificar al interlocutor, pues no es la primera vez que se encuentran con un
conocido en los puntos más dispares. Pero no, no es un conocido, es un ubetense
de adopción que se presta a ayudar. Nos indica el camino, nos cuenta su
nostalgia madrileña y detalles de su familia y se despide amigablemente. Gracias
por venir a conocer la ciudad, nos dice.
El Hospital de Santiago se encuentra algo alejado del centro
histórico pero no desmerece la tradición. Situado al final de la calle Obispo
Cobos, también conocida como la de las tiendas, es otra de las joyas
renacentistas debidas a los Vandelvira, padre e hijo. Fue mandado construir por
el Obispo Cobos para servir de hospital para pobres, iglesia, panteón y
palacio. Tiene un patio central porticado con doble arcada, sustentada por
columnas de mármol de Carrara. A un lado del patio se abre la escalera imperial
desde la que se puede admirar una bóveda con pinturas al fresco. Las estancias
del viejo hospital tienen un uso cultural: biblioteca, etc. Ah, el sentido
práctico de los ubetenses.
La visita de un lugar nunca es completa si el viajero no cata
los platos locales. En Úbeda, hay dos guisos que destacan: los andrajos y la
perdiz escabechada. La viajera cree que con justa fama. La provincia de Jaén
cultiva la costumbre del tapeo. Con cada bebida se acompaña una tapa
sustanciosa. Con dos tapas, cenas; con tres haces una comida ligera; con cuatro
vas bien servido. Los viajeros conocen la tradición pero no la cuantía cuando
llegan a La Sacristía, taberna con marcas históricas en la Baja del Salvador.
¿Qué pedir?, se preguntan. Mientras estudian la carta, el camarero deja en la
mesa de al lado un plato con dos chapatas cubiertas con algo que no
identifican. ¿Qué es lo que ha servido a esos señores?, pregunta la viajera.
Esa es la tapa que les voy a traer ahora mismo para acompañar a su cerveza. La tapa
es una tortillita de camarones.
Los viajeros han oído hablar de la taberna Misa de 12, que
está en la Plaza 1º de Mayo y se disponen a ir a cenar de tapas. El local está
cerrado. Un grupo de jóvenes remolonea a la puerta del Instituto próximo. Úbeda
debe ser la única ciudad en la que a las nueve y cuarto de una noche suave de
septiembre esté cerrada la taberna y abierto el instituto de enseñanza media.
Me imagino que muy pronto hablarás de Baeza, porque no se puede hablar de una sin la otra, son hermanas de sangre y Patrimonio de la Humanidad.
ResponderEliminarUn abrazo.
Imaginas bien, pero no sé si soy capaz de contar tanto como hemos disfrutado.
EliminarAbrazos.
Me ha encantado esta crónica, está siendo un septiembre pleno de viajes que van más allá de las estupendas fotografías.
ResponderEliminarGracias
Cónstete que aún me queda el regustillo de otra expedición en tierras extremeñas difícil de superar.
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