Sobre duquesas, monteras y mujeres
El pasado 20 de noviembre murió en
la cama de una de sus múltiples viviendas una mujer de 88 años. Pasó el
tránsito en compañía de su tercer marido y de sus seis hijos, rodeada de las
muchas personas de servicio que a lo largo de su vida le han evitado cualquier
tarea o quehacer que el resto de los mortales consideramos normales. La finada
jamás de los jamases tuvo que hacerse la cama, la comida o el equipaje, nunca
limpió el polvo o barrió o pasó el aspirador. En ningún momento de su
existencia tuvo necesidad de ganarse la vida. Todo lo que tuvo o lo recibió en
herencia o lo ganaron otros para ella. Se llamaba Cayetana -y otros veinte
nombres- Fitz-James Stuart y era conocida como la duquesa de Alba. Su óbito, el duelo oficial y las exequias de la duquesa Cayetana han ofrecido un espectáculo que avergüenza a una sociedad medianamente formada e informada.
Que la televisión pública dedique
horas y horas de emisión a ensalzar las virtudes de alguien cuyo único mérito
es haber nacido en una familia privilegiada, cuyo patrimonio se ha construido
en base a esos privilegios precisamente, con grandes exenciones impositivas, sin
la más leve explicación crítica o contextual explica bastante la situación por
la que atraviesa la sociedad española. Nos duermen con cuentos, ya lo dijo León
Felipe.
A falta de mayores virtudes, ha
habido unanimidad en considerar que el mérito principal de la finada fue su
habilidad para ponerse el mundo por montera. Ese mismo mundo que se le había
puesto a los pies en el momento de su nacimiento, cabría añadir.
El mérito tampoco es excesivo si
se tiene en cuenta que ponerse el mundo por montera es una "locución
castiza que indica que la persona a la que se aplica no ha tenido en cuenta las
opiniones contrarias de los demás a la hora de acometer una empresa difícil,
hecho que a veces suele llevar a cabo de manera inconsciente, sin tener
en cuenta las dificultades que entraña el asunto".
Pero si nos atenemos al caso concreto de la señora duquesa lo más reseñable es
que siempre hizo su santa voluntad. Así atropellara el buen nombre suyo y de los
suyos, conviene recordar, o de quienes la rodeaban. Hizo lo que quiso porque
pudo hacerlo sin mayor esfuerzo. En su caso, la montera le salía siempre
gratis.
No diré que la finada duquesa
fuera culpable de haber nacido en la familia que nació, pero tampoco el hecho
es en sí mismo un mérito. En cuanto al mundo y la montera, hubo mujeres
coetáneas suyas que se enfrentaron al mundo con harta dificultad, arriesgaron
lo poco que tenían –y con frecuencia lo perdieron todo- pero contribuyeron a que
la sociedad avanzara.
Doña Cayetana nació en 1926,
cinco años antes de que se proclamara la II República -que permitió el voto
femenino- y, por si venían mal dadas, la familia se refugió en Londres, donde
el duque de Alba, un prenda de mucho cuidado, primero defendió los intereses de
quienes se confabulaban con el sistema votado en las urnas y luego fue
embajador de la dictadura. Bien es cierto que la niña no tenía culpa de lo que
hiciera el padre, pero no es menos verdad que tuvo buena suerte a la hora de
soslayar riesgos.
Mujeres –y hombres, pero
hablamos de mujeres- hubo que no tuvieron tanta suerte y sufrieron las
consecuencias de la guerra que los correligionarios del duque de Alba atizaron
a conciencia. Y pasaron hambre y penalidades y muchas hubieran de salir al
exilio con sus lágrimas por todo patrimonio. Hubo quien se quedó y sufrió
igualmente las penalidades de una larguísima posguerra. Y pasó hambre y frío y
padecimientos y falta de libertad.
Falta de libertad quería decir
que la única opción era seguir las leyes de la dictadura, que si habías tenido
mala suerte a la hora de escoger pareja tenías que apechugar con el propio de
por vida y no podías refugiarte en ningún palacio salmantino. Falta de libertad
significaba que si eras mujer y tu padre no quería que estudiaras no estudiabas
por muy inteligente que fueras pero también que si no tenías dinero te morías
de asco independientemente de la voluntad de tu padre. Falta de libertad era
que tu marido pudiera irse a por tabaco y volver diez años después sin que
nadie le pidiera cuentas de la ausencia pero que si la misma esposa abnegada
echaba una cana al aire el marido podría quitarle la vida en defensa de su
honor. Por señalar sólo algunos ejemplos.
Así y todo, mujeres hubo que,
haciendo caso omiso a las dificultades de toda índole que encontraban en su
camino, se arremangaron para construir un mundo más justo. Me referiré sólo a una
de ellas: Carmina Virgili, que nació un año después que la duquesa y ha muerto
con un día de diferencia. Fue a la universidad cuando muy pocas mujeres
llegaban, se doctoró en Ciencias Naturales, investigó, escribió, fue la primera
catedrática en la Universidad de Oviedo, dedicó un tiempo a la gestión política.
Se ha ido en silencio, sin aplausos, sin alharacas. No era duquesa.
No es la única. Mientras las duquesas
jugaban con las monteras hubo mujeres que rompían barreras: la primera mujer
que bajó a la mina, la primera mujer ingeniera, la primera mujer juez, la
primera mujer militar. Mujeres que controlaban su maternidad arriesgándose a
ser detenidas por comprar la píldora anticonceptiva. Mujeres que salieron a
conquistar el mercado laboral y pagaron sus impuestos. Mujeres que hicieron
normal lo que había sido excepcional. Tampoco eran duquesas.
De aquellos esfuerzos, de
aquellos riesgos, de aquellos avances nos beneficiamos todos, incluidos la
duquesa y su prole. Lo cual es una suerte para todos. También para quienes carecen
de trabajo y emplean su tiempo en jalear el paso de la mayor terrateniente
nacional.
El tratamiento televisivo de la muerte de la duquesa ha sido vomitivo.
ResponderEliminarSaludos
Coincido plenamente contigo, Emilio.
EliminarSe le ha reconocido el premio Cervantes a un tal Goytisolo que, de alguna manera, dice: “Sigue vigente el canon nacionalcatólico”
ResponderEliminarSu artículo mejor explicado no se puede y por ello sólo me remito a esa frase, pues es innecesario añadir más...¿O sí?
Se fomentan las religiones en la libertad que da la sociedad bajo el amparo de la democracia, palabra que por constreñida es de muy difícil explicación; sólo interés.
Así, los que son poderosos libran una lucha en el poder juntándose con otros para arrebatar ése al pueblo del que forman parte. Esto es, lo público es de todos y sus pérdidas, sus beneficios sólo míos.
La superficialidad que peina mantilla es el producto opulento resultado de ese típico ejemplo de que las armas fueron primero, luego el poder les vino dado. Los primeros reyes, los más caciques, fueron tal vez herreros o fundidores. Amenazaron a todos con sus inventos belicosos y apoderándose de terrenos yermos construyeron las encomiendas, entre ellas las de Castilla, con sus cuestas desde Tarancón hasta del Tajo Villamanrique.
Así, la superficialidad con que la gente se hace importante en sí misma por un rato de gloria que creyéndose cercana a esta otra embadurnada, hora plata hora oro, creen se ganan el cielo o la popularidad y fama de quien es de realeza robada.
Para vender algo hay que conocer al pueblo, y vulgo abunda tanto como prendas de vestir por Internet vende Venca que de trapillo asqueroso y trapallada se llenan cómodas y luego contenedores de basura. ¿Hay necesidad de esto? No, absolutamente no. Pero tanta es la gente que aburrida está que si no fuera por estos ratos no sabrían que hacer con sus tristes vidas y mentes.
El periodismo cutre, vacuo, fatuo y falto de experiencia sólo desea vender, vender mierda.
Un mojón para la menda, y otra mierda para Venca...por poner un ejemplo
Pues sea.
Saludos
Ah, y lo olvidaba, mujeres como Carmina son las que han evolucionado la sociedad, las verdaderas impulsoras de inicio del fin supersticioso que aún arrastramos. Ojalá algún día no se regrese a ese tedio mundo de delincuencia opresiva donde el estado somete tanto más a la mujer a un simple insecto. Donde a las que respetan y odian a la vez es a las que por su dinero las protege.
EliminarUna mujer de verdad, aquí, en este su escrito, sólo Virgili.
[Aunque a decir verdad y, su crítica es auparla más a la susodicha, eso es algo innecesario.País de mierda]
Vale, saludos.
Mujeres como Carmina Virgili empujan a la sociedad frente a la rémora de quienes gritan el "viva las caenas".
EliminarUn saludo, anónimo visitante.
Cada vez que te leo así, suelta, sincera, escondiendo la lágrima de rabia en palabras limpias y valientes, me digo que soy una loca por intentarlo cada día y me consuelo de mi atrevimiento, diciendome que algo voy aprendiendo, que por maestra no será.
ResponderEliminarDescanse en paz Carmina Virgil, y que la Duquesa pase a los libros de historia como la última con "derechos de montera"
Un abrazo
Ay, Pilar, la rabia es por contemplar ese espectáculo de quienes se complacen en aplaudir a quien cierra con cien candados las cadenas que los atan a una vida miserable.
EliminarBesos.
Cuando vi la cobertura en el canal español de mi pais me preguntaba la razón por la que la quisieran tanto si no había hecho nada que mereciera la pena pero como dije arriba, soy de otro pais y no me meto en esas cosas. Alla cada quien.
ResponderEliminarUn saludo
Esa misma pregunta nos hacemos cientos de veces y la respuesta siempre es dolorosa.
EliminarGracias por su visita, amiga.
creo que ya te lo he dicho alguna vez, pero hoy tengo que repetírtelo: gracias, porque leyéndote me siento menos rara...
ResponderEliminarbesos!!!
Una amiga argentina, tristemente desaparecida, decía que nadie es normal para su ayuda de cámara. De cerca todos tenemos nuestras rarezas. Eso es lo que nos hace únicos.
EliminarBesos, nena.
Si no te estuviera aplaudiendo ahora mismo, estaría llorando de la vergüenza nacional de jalear lo equivocado y ver a las lacayas llorar en la televisión, haciendo cola para la capilla ardiente.
ResponderEliminarViva Carmina Virgili y todas esas que arriesgaron tanto, tanto, tanto, por ponerse el mundo por montera en una época en la que todo lo tenían en contra.
Qué bien explicas las cosas, Contadora...
Y tú que poco te prodigas, hermosa.
ResponderEliminarBesos para ti y para la parentela.