En la
capital de provincia donde pasamos el tiempo que no estamos en Madrid
quedamos con unos amigos a los que hace tiempo que no vemos. Tratamos
de ponernos al día lo más rápidamente posible para acabar en el
tema de conversación que tantas veces hemos compartido: la política.
¿Cómo lo veis?, preguntamos. Mal, resumen.
Cuando
desarrollan el argumento resulta que no es mal sino muy mal. Son
tipos situados en el centro izquierda que andan por la setentena,
bregados, con mucha experiencia desde la universidad. De los que
repartieron lo que el franquismo consideraba propaganda ilegal, de
los que durante la transición se presentaron en puestos de relleno
en listas electorales, de los que han elaborado programas, han
participado en la segunda fila de la política, poco dados a
protagonismos.
Esto
no tiene arreglo, concluyen con fatalismo. Aquí la corrupción es
pública y notoria pero nadie duda de que los electores van a votar a
los mismos. Hablan de un hospital cuyo presupuesto inicial se ha
disparado sin que se conozca muy bien hasta cuánto y por qué, al
que los pacientes han de llegar sorteando un carrusel de obstáculos,
con un parquin que no es un servicio público sino un negocio
privado. Aquí no ha llegado la transición, aseguran, esto sigue
siendo una tierra de caciques con un pueblo manso, siempre temeroso
de tomar decisiones.
Hablamos
de la corrupción, de las adjudicaciones de los parques eólicos en
Castilla y León y nos cuentan lo que ocurrió en un ayuntamiento de
la provincia. El alcalde quería montar un parque eólico en el
pueblo, así que elaboraron el proyecto y fueron a presentarlo a la
Consejería, donde el alcalde conocía a un jefecillo. Venimos a
presentar el proyecto, le dijeron. Esperadme en la cafetería que
está en la misma calle a la derecha, les respondió. Se extrañaron
de no quisiera atenderlos en el despacho pero hicieron lo que les
dijo y cuando llegó les ordenó directamente: Si queréis tener
alguna oportunidad lo que tenéis que hacer es ir a tal despacho,
depositar 20 millones de pesetas y ellos se encargan de todo.
Naturalmente,
se fueron al juzgado a denunciarlo, le interrumpo. Me miran como si
fuera selenita. Pues no, cogieron los papeles y el alcalde dijo: A
tomar por culo el parque eólico, de qué les voy a dar 20 millones a
estos zánganos. ¿Y no hicieron nada?, insisto. ¿Qué van a hacer?
Aquí las cosas son así.
La
charla se prolonga con detalles a cual más desolador y, aunque casi
todo lo que cuentan lo conoces, te resulta difícil reconocer en
estos interlocutores a los amigos combativos e imaginativos que
conocías y sientes que te invade una congoja indefinible. Ver lo que
se tiene delante exige una lucha constante, dejó dicho George
Orwell.
Cuando
salimos a la calle nos topamos con un grupo que, como nosotros,
disfruta de la bonanza primaveral de esta noche de abril. En estas
pequeñas ciudades todo el mundo se conoce, así que en el grupo
encontramos a dos viejos camaradas de correrías. Tan viejos que uno
asegura haber sido compañero mío en la primera comunión. Seguimos
la tertulia y pronto se amontonan los recuerdos juveniles. Estábamos
convencidos de que el futuro nos pertenecía. El tono de los años
sesenta era el de una confianza presuntuosa: nosotros sabíamos cómo
arreglar el mundo, señala Tony Judt en su imprescindible libro Algo
va mal.
Empero,
la obsesión por el dinero, por acaparar bienes materiales y
mostrarlos a los demás, la privatización de lo público y el
trasvase al sector privado, la diferencia cada vez mayor entre ricos
y pobres, todo eso es reciente, data de los años ochenta. Hay algo
profundamente erróneo en la forma en que vivimos hoy. Durante
treinta años hemos hecho una virtud de la búsqueda del beneficio
material: de hecho, esta búsqueda es todo lo que queda de nuestro
sentido de un propósito colectivo. Sabemos qué cuestan las cosas
pero no tenemos idea de lo que valen. Ya no nos preguntamos sobre un
acto legislativo o un pronunciamiento judicial: ¿es legítimo? ¿Va
a contribuir a mejorar la sociedad o el mundo? Estos solían ser los
interrogantes políticos, incluso si sus respuestas no eran fáciles.
Tenemos que volver a aprender a plantearlos, analiza Judt.
Cuando
nos despedimos, pienso en las generaciones que deberán tomar el
relevo: nuestros hijos, incluso nuestros nietos. La nueva generación
siente una honda preocupación por el mundo que va a heredar,
constata el mismo Judt. Tengo curiosidad por saber de qué hablarán,
que planes compartirán. ¿Qué planean? ¿Cómo es el futuro que les
pertenece?
te diría que no es que algo vaya mal, es que va mal todo en general...
ResponderEliminarsobre las últimas preguntas que te haces, te diré que yo hace mucho (años ya) que no hablo de política con mis mejores amigas... la última vez que hablamos, una de ellas me dijo que empezaba a no tener gracia que siguiera siendo tan roja después de tantos años... claro que creo que yo dije algo de que no quería que con mis impuestos se pagasen los colegios concertados de sus hijos... en fin...
yo el futuro lo veo negro y complicado... saldremos de la crisis, me imagino, pero sin aprender nada, sin algunos de los derechos con los que entramos, en peores condiciones, y la gran mayoría seguirá como antes de que todo esto se viniera abajo...
sí... estoy muy negativa, pero es que como te decía, creo que en general, todo va mal... y quizás por un momento pensé que las cosas podían cambiar...
besotes!! y como siempre, un placer pasar a leerte.