España
es, con Italia, uno de los países europeos con mayor patrimonio
histórico-artístico. Raro es el pueblo que no atesore un monumento
como testigo de un instante de grandeza más o menos lejano. Otra
cosa es el estado de esos monumentos, muchos de ellos en franca ruina
o amenazando caerse.
Lo
que llamamos monasterio de San Pedro de Arlanza son apenas unos
restos que se mantienen en pie de milagro tras décadas de expolio
público y privado. La cuna de Castilla es hoy un cascarón de piedra
vacío, cuatro piezas de un puzzle que se reparten, que se sepa, el Museo Metropolitano de Nueva York, el Museo de Arte de
Cataluña, el Museo Arqueológico Nacional, la catedral de Burgos y
la Colegiata de Covarrubias.
Sólo
la torre -del siglo XII- se mantiene en pie con la dignidad de quien
ha sido testigo de grandes glorias. A la sombra de esa torre, el
Grupo de Teatro Tierra de Lara ha escenificado los hechos -mitad
históricos, mitad legendarios- que explican la existencia del propio
monasterio de San Pedro de Arlanza y del Condado de Castilla.
El grupo teatral está vinculado a la Asociación para el Desarrollo de Tierra de Lara, empeñada en que no se apague el hálito de vida que aún queda en la comarca. Una zona al este de la provincia de Burgos, entre la Sierra de la Demanda y la de las Mamblas, entre los Ausines y San Millán de Lara, los Jaramillos -Quemado y de la Fuente-, Cascajares y Hortigüela, a cuyo municipio pertenece el viejo monasterio.
Fernán González, Conde de Castilla, vivió entre los años 910 y 960, luchó
contra Abderramán III, contribuyó a repoblar la meseta y mantuvo
unas relaciones complicadas con los reyes de León. Los castellanos
lo tuvieron por su héroe y, dos siglos después de su muerte, un
autor anónimo, probablemente algún monje del monasterio por él
fundado, narró sus hazañas en un poema donde se mezclan historia y
leyenda, más ésta que aquella, a mayor gloria del buen conde.
A
partir de este poema, Lope de Vega dramatizaría la leyenda. Ésta
obra en verso es la que el Grupo de Teatro Tierra de Lara
representaba junto a las piedras de San Pedro de Arlanza los días 17
y 18 de julio, bajo la dirección de Ernesto Pérez Calvo, párroco de los Ausines, alma de los varios grupos teatrales de la provincia.
El
montaje de Pérez Calvo incorpora algunos momentos musicales -a cargo
del Grupo de Danzas Tierra de Lara- e introduce dos figuras que no
aparecen en la obra de Lope, la Historia y la Leyenda, que pugnan
sobre el escenario para dar su visión de los hechos: todo un
hallazgo dramático. El resultado es una obra interesante, amena,
incluso divertida, con un nivel general muy, pero que muy aceptable
pese al amateurismo evidente de los actores.
Mientras
se desarrolla la acción, bajo un cielo estrellado que ni encargado a
propósito, una noche suave -que requiere de la inevitable
rebequita-, un público variopinto que acude en grupo provisto de
bocadillos, pienso en quienes están detrás de la obra, del grupo de
teatro, de la asociación.
Ninguno
de los más de treinta actores son profesionales, son vecinos de la
comarca o de Burgos pero vinculados a la Tierra de Lara, mujeres y
hombres, jóvenes y mayores, que dedican a los ensayos el tiempo
libre que los demás dedicamos al ocio, a la atención familiar, o a
las aficiones particulares. Mujeres y hombres que contemplan el
abandono de los pueblos en invierno, la ruina paulatina de casas a
las que ya no vuelve nadie, la dificultad de las comunicaciones
-internet llega tarde y mal a los pueblos-, el descuido de sus
monumentos -el propio monasterio de San Pedro de Arlanza estuvo en un
tris de ser anegado por las aguas de un pantano non nato-, la falta
de perspectivas profesionales, el olvido institucional. Hombres y
mujeres que no se rinden al desaliento.
Al
término de la representación el público aplaudió con entusiasmo a
los actores, a la organización, a los voluntarios que habían
ordenado el traslado de los espectadores en autobuses desde
Hortigüela y desde Covarrubias al monasterio. Aplauso merecido y
justo donde los haya.
Y
todo esto, ¿para qué? Para advertir del riesgo que corren nuestros
monumentos si no se les presta atención. Para pedir que no sean
olvidados, que se les dé a conocer, que se les procure algún uso;
para, como advertía Jesús Medina, el presidente del Grupo de Teatro
Tierra de Lara, evitar su desaparición, su ruina total.
Lara
es una tierra que también está en ruinas, afirmaba Pérez Calvo
ante un auditorio embrujado por la belleza del entorno y la emoción
del instante. Es posible que esté en lo cierto pero en esos
momentos, a la sombra de las viejas y maltrechas piedras, con la
silueta de San Pelayo allá arriba, la estela de la Vía Láctea
sobre nuestras cabezas y las estrellas que quieren asomarse al
espectáculo parece lo suficientemente viva como para convertir esta
iniciativa en una cita obligada en el verano burgalés. Ojalá que lo consiga.
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