Me gustan las vacaciones –boba tendría que ser para decir lo contrario-
especialmente si son fuera de temporada. Es un privilegio ir a la playa o
visitar los lugares habitualmente concurridos cuando el resto trabaja. Así que
he empezado octubre con unos días de ocio en la playita con el tiempo como
cómplice.
Volvemos a Madrid porque el colega tiene un compromiso profesional. Yo
aprovecho el tiempo para llenar la nevera que está en horas bajas. El sábado
nos levantamos pronto, él se va a su cita y yo a la pescadería. Está a unos 200
metros de casa, zona centro, urbana total. Voy pensando en lo que tengo que
comprar cuando me aborda un chico joven por la espalda. Me pregunta algo que no
entiendo. ¿Perdón?, le digo. Y entonces, sin más, me da un tirón del cuello y
me arranca un pequeño colgante y una gargantilla que llevo siempre. Ambos son
de oro pero su principal valor es el sentimental.
Me quedo como petrificada. No grito, ni pido ayuda, veo cómo el chico
echa a correr y le pierdo de vista al doblar la esquina. Ni siquiera hago
ademán de seguirle. Al cabo de un rato, sigo mi camino a la pescadería. No
comento nada con el pescadero, compro y me vuelvo a casa. En el ascensor, me
miro en el espejo y, además de la cara de susto, veo que tengo una señal roja
en el cuello y el sueter roto. Dejo la compra, me voy a urgencias y luego a la
comisaría de policía.
Confieso que soy una habitual. Por alguna razón que escapa a mi
comprensión, los ladrones la tienen tomada conmigo. Me han robado el bolso la
tira de veces, de manera que cuando acudo a la policía advierto que soy
multirreincidente. Los funcionarios, que son extremadamente amables, disimulan
pero estoy convencida de que al verme se dicen: ya está aquí la pupas.
No sé en otras pero en la comisaría a la que acudo una denuncia te cuesta
tres horas de espera, el día que menos. Si la denuncia la haces por teléfono el
tiempo se acorta pero en esta oportunidad, como tenía que llevar el parte de
lesiones, tenía que hacer la denuncia personalmente.
La sala de espera está concurrida. Dos hombres mayores han perdido -o les
han birlado, no están seguros- la cartera y con ella la documentación. Hay una
mujer madura a la que han robado el bolso también al tirón y una chica joven a
la que se lo han robado al descuido. Ha encontrado el bolso pero vacío. Hay
también un hombre de media edad, extranjero, que no dice cuál es la razón de su
presencia. Al poco, entra una mujer joven de aspecto desmejorado y luego otra
chica que, casi sin sentarse, empieza a contarnos la razón de su visita.
- Estaba con mi novio tomándome un sándwich en el parque de aquí al lado
cuando nos hemos puesto a discutir, como discuten todas las parejas. Bueno, a
lo mejor un poco más alto porque David es un poco bruto. David es mi novio. Es
también el padre de mi niño pero yo digo que es mi novio porque no estamos
casados. Al discutir, David ha gesticulado con el brazo y un chico de los que viven
allí ha creído que le señalaba, le ha respondido y, como los hombres son tan
bocazas, han seguido discutiendo entre ellos hasta que el otro ha sacado una
navaja y le ha dado un corte en la oreja a David y luego le da dado con una
lata de lentejas. Oye, que le ha dado un tajo que casi le corta el lóbulo. Que
yo le decía a David: mira como la oreja de Van Gogh. Ya sé que no tiene gracia
pero es que yo no soy de tomarme las cosas a la tremenda.
Cuando ha terminado de contarnos el incidente sin perder detalle, nos
observa a los presentes. Se interesa por los percances de algunos.
- Y a ti, ¿qué te pasa?, pregunta a la joven desmejorada.
- Nada, que me gusta visitar a la policía.
- Oye, perdona, que lo decía por si te ayuda contarlo.
- Pues no me ayuda, insiste la interpelada.
Pero parece que sí le ayuda porque al rato se decide a hablar.
- Que no quería ser una gilipollas, se dirige a la novia del “vangogh”,
pero no me gusta hablar de mis cosas.
- Si es que yo soy una bocazas, me pasa siempre, no es solo contigo, se
justifica la novia.
- Es que hubo un tiempo en que fui asidua de la policía, por eso no me
gusta venir pero me han robado el DNI, que lo necesitaba para viajar. Me ha
salido un trabajo en Alemania.
- De verdad, tía, que no tienes que contarnos nada, le corta la novia,
cuando ya estamos todas pendientes de la historia.
- Con lo que yo necesito salir de aquí y me van a robar precisamente
ahora, se lamenta la mujer.
- En la comisaría del aeropuerto la policía te hace un DNI nuevo en el
momento, le dice alguien.
- Yo soy una desgraciada, toda la vida he sido una desgraciada y sé que
me moriré igual de desgraciada, nos suelta la mujer desmejorada.
Excepto el hombre extranjero –que parece enfrascado en sus asuntos- todos
tenemos las antenas dirigidas a la mujer desgraciada. Y así, de pronto, se
levanta la blusa y nos muestra un costurón de más de un palmo que le cruza la
espalda a la altura de los riñones.
- Tengo el cuerpo señalado de puñaladas, me ha querido matar varias
veces. Mi marido, el padre de mis hijos. Porque, encima, he tenido hijos con
él, mira si soy desgraciada. Ahora estoy separada y él tiene orden de
alejamiento con pulsera. De vez en cuando se acerca y la pulsera me pita.
Entonces viene el policía de turno. Y ahora que me podía ir lejos, me roban el
carnet.
Al cabo de tres horas de espera, me llega el turno para presentar la
denuncia. Le cuento mis cuitas al policía. A esas alturas, lo mío me parece una
bobada.
Coincidiendo con mi declaración, entra el hombre extranjero. Le toma
declaración otro policía en una dependencia separada sólo por un biombo así que
puedo seguir su relato.
Resulta que el hombre había aprovechado la noche del viernes para salir a
solazarse y, entre dos individuos que le abordaron en la velada, le habían
robado la cartera.
- Como era viernes, fui al bar e hice lo que todos los hombres, empieza
su relato el hombre.
- ¿Y qué hacen los hombres?, le interrumpe el policía.
- Pues emborracharse, responde el hombre.
La declaración sigue a ese tenor.
Finalmente, también yo acabo con mi testimonio. El policía me dice que me
llamarán para ver si puedo reconocer en fotografía a mi agresor entre los
ladrones fichados.
Me despido de la novia y de la mujer agredida como viejas amigas y vuelvo
a casa. Lo que más rabia me da es que el tipo se me ha ido de rositas. Con la
cantidad de veces que he comentado que, ante una agresión machista, lo primero,
una patada en los huevos y, para una vez que se me presenta la oportunidad, voy
y la desaprovecho.
Espero que estés bien, a pesar del susto y el malrato, primero el del tirón y después el de contemplar en primera persona como la realidad de la prensa y la televisión se queda siempre y lamentablemente corta.
ResponderEliminarUn abrazo,
Pilar: estoy magullada interior y exteriormente pero bien. Gracias.
ResponderEliminarLo que menos se espera una a la vuelta de unos días estupendos es este tipo de sucesos, vaya susto ! y que panorama en la comiseria pufff ...
ResponderEliminarBesos !
Hola, Bet. Eso no se lo espera uno nunca pero, visto lo visto, casi como que lo mío es una bobada. Y, en todo caso, que me quiten lo bailao.
ResponderEliminarMe dejas de piedra.
ResponderEliminarSupongo que todos habríamos reaccionado como tu, o sea, sin reacción alguna. Solo acudiendo a la comisaría más cercana para engordar estadísticas, porque resolver, no van a resolver nada.
Te iba a preguntar para que denuncias...pero mira, casi te doy las gracias, porque si las denuncias no se acumularan, a lo mejor quitaban la mitad de la presencia policial
ResponderEliminar¡Vaya valor el tuyo, irte a por merluza en esas! ¡yo me hubiera hecho caquita!
Besitos
Tita: valor, no. Creo que me quedé tan aturdida que me fui a por el pescado porque llevaba la directa puesta. El pescadero me preguntaba por qué iba sola -normalmente vamos los dos- y yo tratando de parecer normal. Al volver a casa en el espejo del ascensor descubrí que llevaba el sueter roto. Ahora me doy cuenta de que tengo que ir a contarle lo que pasó.
ResponderEliminarHola televidentes en línea, soy Alfonso Vázquez de México. Estoy aquí para compartir mi testimonio sobre cómo me ayudaron a recuperar a mi esposa. Fui un tramposo y mi esposa me atrapó varias veces. Traté de arreglarme y cada vez que terminaba haciendo trampa una y otra vez. Supongo que no me di cuenta de lo que ella significaba para mí hasta que me dejó sola. Comencé a encontrar una manera de recuperarla, pero nada parece funcionar perfectamente hasta que me encontré con un artículo sobre Lord Zakuza que ayudó a muchas personas a nivel mundial a recuperar sus relaciones. Me puse en contacto con él y me aseguró que mi esposa volverá a mí dentro de 48 horas con su poderosa magia y pagué 410 euros por los materiales necesarios para el trabajo. Sorprendentemente, mi esposa regresó a casa después de 3 días diciendo que todavía me ama y juré que nunca más la engañaría. Todo gracias a Lord Zakuza. Puede conversar con él en su número de WhatsApp a través del +1 740-573-9483.
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