Muchos de los
niños que han nacido y nacen en España no son bautizados, no son educados en
ningún credo y, en consecuencia, ignoran todo acerca del Antiguo y el Nuevo
Testamento. En ocasiones, hasta extremos que a los mayores nos resultan inusitados.
En mi habitación
tengo colgadas dos tablas que representan a Jesús y a la Virgen María. Los
tengo en un lugar preeminente porque los heredé de una persona a la que
apreciaba. Entre ambos cuadros cuelga un angelito de escayola pintado con mucha
habilidad por mi hija pequeña, que tiene una vena artística admirable. Un día,
hace ya tiempo, entró mi nieta en la habitación, miró la pared y me explicó: El
papá, la mamá y su bebé. No, traté de aclararle, es Jesús, la Virgen María y un
angelito que me regaló mamá. ¿Qué es una virgen?, me preguntó entonces. Ese
cuestionario, a tu madre, me sacudí la tarea. Recientemente, me preguntó qué es
un rosario.
Ese tipo de preguntas
eran inimaginables en mi infancia. Para empezar, el bautismo no era una opción
sino una obligación. En la España nacional católica, la religión era una seña
de identidad. No cualquier religión: la religión católica, apostólica y romana.
El clero tenía tanto poder como la autoridad civil, si no más. Una
recomendación del cura te abría –o te cerraba-más puertas que un expediente
académico impecable. En suma, todos éramos católicos, los santos y personajes
sagrados eran como de la familia y los escenarios bíblicos eran nuestra patria
sentimental. Abraham e Isaac, Sansón y Dalila, Judith y Holofernes, Esaú y
Jacob, Salomón y la reina de Saba, Moisés, el monte Tabor, el Sinaí, Belén…
Cuando ya muy
mayor llegué a Israel, sentí que me hallaba en territorio familiar. En Nazaret,
en Jerusalén, en el lago Tiberíades, en el Mar Muerto sentí una emoción
profunda que tenía mucho que ver con los relatos oídos a mi abuela, a las
viejas profesoras de mi niñez. Cuando deposité mis peticiones en el Muro de los
Lamentos, lloré. Lloré de la emoción de hallarme en el lugar de los viejos
relatos, en el mismo lugar al que habían peregrinado millones de personas, de
añoranza por los seres queridos ausentes, de felicidad. Vale que soy llorona
pero también soy agnóstica. Si Rilke está en lo cierto al afirmar que la
verdadera patria es la infancia, Palestina es nuestro paisaje de adopción.
Para las nuevas
generaciones, incluida mi nieta, Israel es un país creado en 1948 para asentar
a los judíos dispersos por Europa sobre un territorio que hasta entonces
habitaban pueblos palestinos. Un foco de conflicto que ha dado lugar a enfrentamientos
cíclicos, un enquistamiento violento no resuelto. Se podría añadir: una
realidad muy compleja que, vista de cerca, te parte el alma, lo mires desde el
lado que lo mires.
Pues bien, esta
agnóstica que escribe y otros muchos que conozco, cada año por estas fechas
organizan un pequeño cataclismo en sus hogares para hacer sitio al belén, un
escenario que representa el nacimiento de Jesús, fundador de una Iglesia en la
que no creen. ¿Qué significa el belén en nuestras casas? Un rito, una
tradición, un pacto con nuestra infancia, un tributo a quienes nos
transmitieron sus creencias, nos relataron sus cuentos y nos enseñaron a
caminar por la vida.
El belén es,
además, un punto de conexión con mi nieta, que desde que apenas se andaba
trasteaba con las figuritas y los animales (el diminutivo no es caprichoso, las
figuras son muy pequeñas). Este año, por primera vez, ella ha contribuido
activamente en el montaje. Y lo ha estructurado con arreglo a la mentalidad
moderna: por áreas. Un área de servicios primarios, donde se cultiva la tierra,
pastan ovejas, comen cerdos, picotean gallinas y pavos, y quizá, corren
conejos. En este ámbito rural las mujeres lavan y los hombres tratan de pescar
en el río. En la zona de tránsito obligatorio para llegar al portal, un área
comercial donde se ubica la castañera, el zapatero, la hilandera, el frutero,
el herrero… Finalmente, la zona administrativa o de poder. El palacio de
Herodes, el molino, una casa principal y el portal. Como éste es un belén
moderno, moderno, del hostal parten San José y María, aún embarazada, camino
del portal, donde en la medianoche del 24 de diciembre serán reemplazados por
lo que se conoce como “el misterio”: San José, la Virgen, el Niño, el buey y la
mula –que ya están instalados-, a la espera de que el 6 de enero lleguen los
Reyes Magos, con las consabidas ofrendas de oro, incienso y mirra.
Como las figuras
son minúsculas caben muchas, de manera que la familia y amigos estamos
representados en el belén, cada cual de acuerdo con sus gustos y aficiones.
En realidad, ¿qué
celebramos cuando hablamos de navidad? La posibilidad de reunirnos con familia
y amigos, de congratularnos por haber vivido un año más, de expresarnos buenos
deseos para el año que se avecina. Algo muy parecido a lo que harían nuestros
ancestros remotos, aquellos que celebraban el solsticio de invierno. Una forma
de transmitir esas tradiciones.
Algún día,
pienso, nos faltarán energías o ánimo -o definitivamente no estaremos- para
montar el belén. Otros vendrán que, con figuras o sin ellas, brindarán por
haber alcanzado a vivir un nuevo ciclo y rendirán homenaje al Sol invencible,
llámenlo como lo llamen.
Tan manipulada, que convirtieron La Biblia en Historia Sagrada, que es algo así como lo que sería hoy "cortar y pegar".
ResponderEliminarEs muy curiosa la historia de la celebración de la navidad. Algún día te la contaré.
Y si el belén sirve para acercar abuelos y nietos, bendito sea.
¡Ah! Yo seguiré celebrando las saturnales con cintas de colores, comilonas y regalos.
Quedamos, entonces, en que me debes la historia.
EliminarQué bien lo cuentas todo Cibertia!!!. Y me encantaría saber la.historia de la celebración de la navidad a la que hace referencia tu amigo.
ResponderEliminarEn cuanto me lo cuente Valentín, te lo transmito, sobri
EliminarBien por ese Belén organizado...y por la sonrisa tierna que despierta el relato.
ResponderEliminarUn beso y Feliz Navidad!!! ( y/o Saturnales, que siendo una fiesta, me apunto)
Como que me van gustando más las Saturnales, Pilar.
EliminarUn beso y feliz año.
El sol, el astro Rey, que a todo da vida, nace de nuevo pasado mañana y volverán a crecer los días. No está de más, además, celebrar y recordar el nacimiento de un hombre que sólo dejó un único mandamiento, que nos amáramos los unos a los otros, no es tanto pedir, ¿verdad?
ResponderEliminarMe encanta el Belén, y me emociona ponerlo ahora, que lo pongan mis hijas. Los belenes son niñez, y compañía.
¡Feliz Navidad!
No será mucho pedir, Tita, pero tampoco es que le hagan mucho caso ni sus seguidores ni los que no.
EliminarEl belén tiene la virtud de sacar del desván los recuerdos de la infancia.
Feliz año, nena.