Salimos de
Bragança camino de Chaves con la intención de seguir la vieja carretera por la
que transita Llamazares en su libro sobre Tras os Montes pero cuando nos damos
cuenta estamos en plena autovía. Ésta sigue un itinerario casi paralelo al sur
de la que pretendíamos y es mucho más larga. Sin embargo, a la vista de lo poco
que se asemeja la descripción literaria con la realidad que hemos visto,
optamos por seguir por la autovía, que no resulta más breve pero sí más cómoda.
El itinerario
alterna pequeños valles con altozanos y sierras en los que abundan viñedos y
olivos, bosques y un caserío prácticamente remozado. Vamos dejando atrás
Mirandela, y en Vila Real tomamos el ramal que nos conducirá a Chaves, ciudad
que administrativamente pertenece a la región de Tras os Montes y Alto Duero. El
camino es ya una sucesión de valles hasta la entrada a Chaves. Cerca de la
carretera, una mole gris se identifica como el hotel casino local. Quien llegue
desde España no tiene pérdida: una estupenda autovía le acerca desde Verin, a
un paso de cinco kilómetros.
En cualquier caso,
el viajero tiene la sensación de adentrarse en una ciudad tranquila, con
avenidas bordeadas de arbolado y un caserío bien conservado y cuidado. Una ciudad
risueña que se extiende por un cerro entre las sierras de Moros y Bruneiro, con
una población de unos 20.000 habitantes, si bien el municipio, con sus 51
freguesias (parroquias), ronda los 50.000.
Esta Chaves ante
la que nos encontramos es ciudad vieja. Los romanos llegaron hasta aquí en el
año 78 de la era cristiana a explotar las minas de oro de la Sierra de Pradela y
eligieron el lugar por los beneficios de sus aguas termales. Fue el emperador
Flavio Vespasiano quien bautizó el asentamiento como Aquae Flaviae. A los
romanos deben los naturales de Chaves no sólo el gentilicio –flavienses- sino
un magnífico puente sobre el río Támega, mandado construir por Trajano. Construido
entre los años 98 a 104, tiene una longitud de 104 metros y conserva doce ojos
de los dieciocho que tuvo. En el centro, a un lado y otro de la calzada, se
conservan dos columnas con inscripciones alusivas. Columnas y puente son los
monumentos iconográficos de una ciudad bien dotada en patrimonio cultural.
Las caldas,
situadas en las inmediaciones del casco urbano, siguen siendo uno de los
centros termales más importantes de Portugal y sus aguas se consideran las más
calientes de Europa, por encima de 70º en su nacimiento.
Los romanos
permanecieron aquí hasta el siglo III, les siguieron los suevos, alanos y
visigodos y, en el siglo VIII, los árabes. A partir de la reconquista por las
huestes cristianas de Alfonso III de León se inició su reconstrucción y
amurallado. Alfonso X concedió a Chaves sus primeros fueros en 1258 y don Denís
la fortificó en el siglo XIV. En el siglo XVII continuó la fortificación con la
construcción de los fuertes de San Francisco y de Neutel. En 1929 fue declarada
ciudad.
Desde el puente
romano el visitante hará bien en acercarse a la iglesia de la Magdalena, que se
levanta a la otra orilla del río. Una construcción barroca del siglo XVII de
una sola nave, decorada en su interior con azulejos azules y blancos.
El casco antiguo
de Chaves merece un paseo con toda la calma que le sea posible al viajero.
Cerca del mismo puente se abre la Rua Direita que conduce al Largo del
Pelourinho y de ahí, torciendo a la izquierda, se encontrará en la Plaza de
Camoens, verdadero corazón de la ciudad.
En ese punto de
acceso, el viajero tiene a su izquierda la Iglesia Matriz, mandada construir en
el 1100 por la reina doña Teresa, madre del primer rey de Portugal. De aquella
época data su portada románica, el resto corresponde a la restauración
acometida en el siglo XVI. Mira a la primitiva portada una estatua de don
Alfonso, primer duque de Braganza, que aquí creó una de las primeras
bibliotecas de Europa. A un lado de la plaza, en el antiguo palacio de los
Duques de Aveiro se ha instalado el Museo de la Región Flaviense, que guarda
tesoros locales del neolítico al barroco. Otros edificios de esta plaza son la
iglesia de la Magdalena y la capilla de la Santa Cabeza. Todo ello conforma un
conjunto magníficamente conservado.
La plaza de
Camoens es lugar de reunión de los flavienses pero cuando nosotros la
recorremos durante un momento nos quedamos solos, lo que nos produce una
sensación de privilegio difícil de olvidar.
A un paso en
dirección norte se levanta el castillo, construido por don Denís, y del que se
conserva la Torre del Homenaje y una parte de la muralla. La zona ha sido
ajardinada y en ella se levanta un enorme moral que en verano tiñe el suelo de
moras maduras, que desprenden un fuerte olor al jugo fermentado. Hay que andar
con cuidado porque la mancha de mora es difícil de eliminar. La explanada del
castillo es un extraordinario mirador de la vega y de las sierras que rodean la
ciudad.
La Rua Direita y
la de San Antonio conforman la zona comercial de la ciudad con hermosas y coloristas
casas señoriales. Las Ruas do Sol y dos Gatos, estrechas y silenciosas,
conservan casas medievales típicas con balconadas de madera.
Fernando de
Magallanes, uno de los trasmontinos de pro, da nombre al instituto de
secundaria que se levanta en un edificio noble sobre una amplia plaza- Largo
General Silveira- a un costado de la calle de San Antonio. Los viajeros se
sientan en una terraza de esta plaza a descansar del paseo por la ciudad justo
en el momento en que el grupo musical Enraizarte, una gloria local, ensaya su
actuación de la noche. Hemos llegado la víspera del día de la ciudad, fiesta
mayor de Chaves. Enraizarte es lo que los sesenteros llamamos un grupo folk y resultanser realmente buenos; nos sentimos como si actuaran para nosotros solos y los
aplaudimos con fervor.
Además de por su
patrimonio histórico y artístico, Chaves es famoso por su vino tinto y por su
jamón ahumado. Dispuestos a comprobar si el jamón –en portugués, presunto-
flaviense hace justicia a su fama, entramos en una carnicería pero el carnicero,
con la amabilidad que es nota característica del portugués, nos dice que él no
trabaja el ahumado sino en fresco y nos conduce a una tienda próxima a la suya
donde, en efecto, nos surtimos a placer. La Boitique de Carnes está en la Rua 1
de Dezembro-Terreiro da Cavalaria y el viajero más exigente encontrará sin duda
lo que busca en materia de carnes y legumbres. La viajera, al menos, salió
realmente complacida de su expedición y, en lo que le es dado apreciar,
sostiene que el presunto ahumado que allí compró está a la altura de su fama.
Los fuertes de
Neutes y de San Francisco se encuentran en la parte alta de la ciudad, la
colina de Pedisgueira. El de San Francisco fue cuartel de las tropas francesas
durante la invasión napoleónica de 1808 que los españoles llamamos guerra de la
Independencia y los portugueses guerra Peninsular, donde tuvo una actuación
destacada el General Silveira, cuya efigie sigue guardando la muralla desde el
monumento que fue levantado con ocasión del bicentenario de dicha contienda. El
Fuerte de San Francisco ha sido acondicionado como hotel. Los viajeros lo
habían elegido para alojarse un poco al azar y se congratulan de la elección.
Resulta algo chocante aparcar el coche en el patio de armas y cruzar el foso y
el puente levadizo para salir a la ciudad. El fuerte acoge también el viejo
convento franciscano, donde hasta 1942 reposaron los restos del fundador de la
Casa de Braganza. Parte de sus dependencias se han habilitado como salones de
reunión y comedor. Se conjuga en ellas la sencillez conventual con el confort
de un hotel de cuatro estrellas, unido a un servicio muy profesional. Los
viajeros cenan a cuerpo de rey. Un verdadero lujo para el espíritu.
Abandonamos Chaves
con pesar, hubiéramos querido permanecer más tiempo, aunque nos llevamos
provisiones para rememorar los buenos recuerdos con los que partimos.
Si volvemos a Tras
os Montes, seguiremos los pasos de Julio Llamazares aunque sólo sea para
contemplar la pedra de bolideira (la
piedra que baila) que él encontró a cinco leguas de Lebuçao, por donde no pasa
la autovía.
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