Palestina en el corazón
Las personas tenemos una rara percepción de la realidad. Apenas nos
sentimos rozados si un avión con trescientos pasajeros revienta sobre el
desierto de Gobi pero nos conmovemos hasta las lágrimas si el vecino del
séptimo se cae de la moto y se rompe la crisma. Así somos.
En lo que me corresponde, apenas he prestado atención a las víctimas
del avión abatido por un misil presumiblemente ruso, cualquiera que sea la
nacionalidad del autor del disparo, a pesar de que en la aeronave viajaba un
equipo de científicos expertos en sida y su muerte supone una pérdida
irremediable para la humanidad y una previsible demora en la curación de la
enfermedad.
Sin embargo, siento cada disparo sobre Gaza como si estuvieran cayendo
en el patio de mi casa. Porque conozco Israel y Palestina, que recorrí en un viaje que no
podría olvidar ni en diez vidas que tuviera. El pasado fin de semana, los
palestinos de Cisjordania se manifestaron en Kalandia en protesta por el ataque
de Israel a un hospital de Gaza. Y no hay defensa posible frente al dolor del
recuerdo.
En Kalandia vivía aquella mujer de más de 60 años, presidenta de una
cooperativa de mujeres, que me contó que en toda su vida no había conocido un
día de paz. En el campo de refugiados cercano se paseaban niños cuyos padres ya
habían nacido en ese campo, niños sin ningún futuro y con un presente precario.
Todos están a merced de la voluntad israelí. Si cierra el checkpoint –y lo hace
a discreción- los niños no pueden ir al colegio. Los mayores han de esperar
horas hasta que a los soldados israelíes que abren y cierran los rastrillos les
place dejarlos pasar.
Eso, cuando las cosas están mejor. Porque puede ocurrir
que Israel decida entrar en los territorios ocupados con sus tanques y disparar
a los manifestantes: ocurrió el pasado fin de semana, con el balance de al
menos dos muertos. En el muro de Kalandia alguien ha pintado una niña
levantando el vuelo ayudada por un globo. Es la plasmación de un sueño
colectivo.
Sobre Israel y Palestina se ha escrito tanto que poco nuevo se puede
añadir. La periodista Olga Rodríguez ha colgado un atinado relato en el
periódico digital elmundo.es, que puedes leer pinchando aquí. Pero yo tengo
grabado en el corazón la definición que oí a un diplomático español, una tarde
de julio, sobre una hermosa vista de Jerusalén: En Israel lo que hay es una
crisis de derechos humanos. Coincide con lo que vi sobre el terreno
tanto en las ciudades israelíes como en los llamados territorios ocupados:
Cisjordania, Gaza y Jerusalén Este. Es lo mismo que vienen denunciando también desde dentro algunos israelíes comprometidos pero minoritarios.
Una crisis de derechos humanos. Víctimas de este fracaso son los
palestinos, que carecen de cualquier derecho, pero también los beduinos, que se
mueven en tierra de nadie, olvidados y condenados a la pobreza y al expolio. Israel
es una nación judía, de judíos y para judíos, donde rige el apparheid igual que
existió en Sudáfrica, con la salvedad de que en Israel cuentan con la
protección de los Estados Unidos, que es su primo de Zumosol, y con la
complicidad de otros países, que temen enfrentarse a los poderosos lobbys sionistas.
El por qué un pueblo que ha sido secularmente perseguido y acosado se
convierte en exterminador de su vecino es uno de los misterios de la naturaleza
humana. Quizá sea cierto que se tiende a repetir los modelos aprendidos, como
ocurre con algunas víctimas del maltrato doméstico.
Como les ocurrió a los judíos en la primera mitad del siglo XX, los
palestinos son un pueblo olvidado por todos, incluidos sus hermanos, los árabes
ricos que deberían defenderlos aunque sólo fuera ante Naciones Unidas. Como
los judíos entonces, se diría que alguien espera que el problema acabe por
consunción: cuando las armas israelíes maten al último palestino. Armas que,
dicho sea de paso, financian los Estados Unidos y son un buen negocio para
muchos países.
Reviso aquellas fotos, las del checkpoint de Kalandia y las de los
niños palestinos: de Ramalla, de Kalandia, de Hebrón, de Rahat, de Jerusalén. ¿Cuántos de
esos niños habrán caído a estas horas bajo las bombas israelíes? ¿Cuántos
habrán sido encarcelados sin proceso? ¿Cuántos habrán de morir víctimas de la
insensatez y el olvido antes de que quienes hacen negocio con la venta de
armas, quienes tienen interés en que Palestina desaparezca, los Estados Unidos
que sostienen económicamente a Israel y el resto de países que callan se den
cuenta de que son cómplices del genocidio de un pueblo?
Genocidio es el exterminio o eliminación sistemática de un grupo social
por motivo de raza, religión o de política. Eso es, exactamente, lo que está
ocurriendo. Como ocurrió en la Alemania nazi. Y, como entonces, todos miramos
hacia otro lado. Luego, cuando sea irremediable, quizá nos preguntaremos qué pudimos
hacer y no hicimos.
Miro las fotos de esos niños, a alguno de los que toqué, hablé y besé, esos
niños abandonados y masacrados, y me pregunto cómo se lo explicaré a mi nieta.
Si descubres como contárselo a tu nieta, cuéntamelo también a mí, porque esta es una de esas cosas que por mucho que lo intento, no consigo entender...
ResponderEliminarhasta que occidente no se perdone el holocausto, este otro holocausto seguirá pasando...
besos, y como siempre, un placer leerte...