El chico del metro
En la escalera del metro de
Lavapiés se sitúa cada mañana un chico joven con un muestrario de pequeños
objetos –pañuelos de papel, fundas para el bonobus, abanicos en verano, cosas así-
lo justo para intercambiar por un euro y obtener un mínimo beneficio.
Cuando iba a trabajar nos
saludábamos –Buenos días, buenos días- y era como una manera amable de empezar la
jornada porque el joven siempre te regalaba una sonrisa. La mayor parte de los
días lo veía aún entre la bruma de un sueño no del todo despejado. Ocasionalmente,
cruzábamos unas palabras. Muy ocasionalmente, lo confieso. Por el contrario, la
mayoría de las personas que a esa hora bajan al metro se paraban a saludarle
efusivamente, sobre todo los niños.
El joven –que es africano aunque
ignoro de qué país- me paró una vez lejos de mi barrio y yo, acostumbrada a
ubicarlo siempre en el mismo punto, no lograba identificarlo. Debió leerme la
duda en la mirada porque enseguida se identificó: Soy el chico del metro de
Lavapiés. Me avergoncé un poco –solo un poco, es cierto- y traté de
disculparme: Es que por las mañanas voy un poco dormida…
Hace dos años y medio que he
dejado de tomar el metro a primera hora de la mañana pero el otro día al salir
de casa me topé con el chico que, inmediatamente, se paró a saludarme. ¿Qué le
ha pasado que ya no va a trabajar?, me preguntó. Me he jubilado, respondí. Ah,
me alegro de que sea por eso, ¿Y su marido, está bien? Tampoco le veo.
En esas estábamos cuando llegó
el colega. Se saludaron como viejos conocidos y charlamos un rato con él. Así
nos contó que tiene papeles pero no trabajo –si no hay trabajo para los
españoles, ya comprendo que no me lo van a dar a mí, nos dijo-, pero que con lo
que va sacando en el metro tiene para pagar la habitación e ir tirando. La
gente de aquí es muy buena gente, aseguró. Con su sonrisa de siempre se despidió
dejándonos ese halo que desprenden las personas de buena voluntad.
No me gustan los fastos
navideños; llevo mal esa necesidad de bondad y felicidad a plazo fijo y peor
aún el despilfarro que rodea tamaña celebración. Pero si alguien simboliza lo
que hemos dado en llamar el espíritu navideño es ese joven del metro que es
capaz de identificar a alguien que apenas habla con él, que adivina relaciones de las personas que ve pasar, que es amable siempre con niños y adultos, que no se lamenta de la mala
suerte de haber nacido en el lugar equivocado de la fortuna, que comprende a los
demás y que te regala una sonrisa cada día.
En la Tierra, Paz a las personas de buena
voluntad.
A los hombres y mujeres de buena voluntad paz y valor, porque nos hace falta. Así que disfrutemos de todo lo que se "cuela" de la mano de la Navidad para coger fuerzas.
ResponderEliminarUn beso enorme a los dos
como siempre, es un placer leerte!!
ResponderEliminary feliz año nuevo!!!!