La primavera de Praga
Praga, 1968. Una ciudad y un año
que marcaron a mi generación. La primavera de Praga nos hizo soñar en la
posibilidad de un socialismo de rostro humano, distinto al que se gestionaba en
la Unión Soviétiva, que ya por entonces parecía no ser tan idílico como
pretendía hacernos creer la izquierda oficial.
En Praga –con Alexander Dubcek
como oficiante- se escenificó la ilusión en la primavera y el desencanto –con la
presencia de los tanques del Pacto de Varsovia- en agosto del mismo año.
Como también habíamos sido
testigos de Mayo’68 de París los jóvenes europeos nos debatíamos entre la esperanza de que éramos
capaces de cambiar el mundo y la desesperación al comprobar que los poderes
fácticos seguían siendo los mismos. En la duda, íbamos cociéndonos en nuestros
propio jugo y nos desahogábamos gritando “yankee, go home”.
Las imágenes de Koudelka con los
tanques paseándose por la plaza Wenceslao fueron un jarro de agua fría en
nuestros fervores. Aquello iba en serio. Koudelka pasó a convertirse en nuestro
alter ego, aquel que estaba donde tantos quisiéramos estar y denunciaba,
silenciosa pero eficazmente, lo que tantos quisiéramos denunciar.
En enero de
1969, el estudiante Jan Palach moría quemándose a lo bonzo convirtiéndose en un
héroe en media Europa y en un traidor en la otra media.
Luego, la historia siguió su
curso. Dubcek fue obligado a dejar el poder y se transformó en un apestado. Aparecerá
veinte años después, en 1989, para reiterar sus propuestas. Pero ya todo era
diferente. Nombrado presidente del parlamento checoslovaco, fallecería en 1992.
Praga es ahora una ciudad
empeñada en borrar cualquier signo que remita a un pasado comunista. Como
muestra, ahí está, el metrónomo gigante que se alza en el Parque Letna, sobre
los restos del monumento a Stalin, que fue dinamitado en 1962.
O las flores en la tumba de Milada Horakova, demócrata, abogada y feminista, ejecutada por el régimen comunista en 1950.
Praga es una ciudad
romántica
y hermosísima que ha pasado del siglo XIX al XXI enterrando al siglo
XX
bajo las aguas del Moldava.
Una ciudad europea que conjuga con naturalidad y acierto el arte de vanguardia
y el homenaje a sus mitos, como la princesa Libusa, su legendaria fundadora.
Una ciudad que cultiva con fervor la tradición de su Teatro Negro
Y mantiene vivo el recuerdo de Franz Kafka, el escritor universal que nació y vivió aquí.
Praga medieval con su Torre del Reloj
Y su ciudad vieja.
Praga moderna, con su vanguardista edificio bautizado Ginger y Fred.
La foto que encabeza este post
es la de mi paso por la Plaza Wenceslao, 44 años después de las imágenes de
Josef Koudelka. Es la foto de una emoción profunda y de un homenaje de gratitud.
La emoción de una generación que creyó que era posible cambiar el mundo, que
luchó por ello y alcanzó algunas victorias; también la emoción de las mujeres
de esa generación que se incorporaron por primera vez a la universidad y al
trabajo y tomaron las riendas de su propia vida; esas mujeres, ya maduras, que siguen
caminando con determinación y peleando sus batallas. Y el homenaje de gratitud
a todos los que, desde la Primavera de Praga y la Plaza de Wenceslao, fueron
dejando sus ilusiones, y a veces sus vidas, para que todos tuviéramos una vida mejor.
Incluso sus perseguidores.
Con estas cinco fotos, doy
cumplimiento al reto de Laura-Peripecia. Son fotos hechas con ojos de
periodista. Pero si lo que queréis es ver fotos con ojos de artista, pasaos
por aquí y sabréis lo que es bueno.
Conho, qué guapa! :]´
ResponderEliminarFrancamente, después de la cotidiana discusión con el espejo, se agradece el comentario, amigo anónimo.
EliminarEstás en tu casa.
Ha sido un placer, miradas muy especiales, desde dentro.
ResponderEliminarUn gusto compatirlas