lunes, 8 de diciembre de 2014

La primavera de Praga

Praga, 1968. Una ciudad y un año que marcaron a mi generación. La primavera de Praga nos hizo soñar en la posibilidad de un socialismo de rostro humano, distinto al que se gestionaba en la Unión Soviétiva, que ya por entonces parecía no ser tan idílico como pretendía hacernos creer la izquierda oficial.

 

En Praga –con Alexander Dubcek como oficiante- se escenificó la ilusión en la primavera y el desencanto –con la presencia de los tanques del Pacto de Varsovia- en agosto del mismo año.  

Como también habíamos sido testigos de Mayo’68 de París los jóvenes europeos nos debatíamos entre la esperanza de que éramos capaces de cambiar el mundo y la desesperación al comprobar que los poderes fácticos seguían siendo los mismos. En la duda, íbamos cociéndonos en nuestros propio jugo y nos desahogábamos gritando “yankee, go home”.  

 

Las imágenes de Koudelka con los tanques paseándose por la plaza Wenceslao fueron un jarro de agua fría en nuestros fervores. Aquello iba en serio. Koudelka pasó a convertirse en nuestro alter ego, aquel que estaba donde tantos quisiéramos estar y denunciaba, silenciosa pero eficazmente, lo que tantos quisiéramos denunciar.

 

En enero de 1969, el estudiante Jan Palach moría quemándose a lo bonzo convirtiéndose en un héroe en media Europa y en un traidor en la otra media.  

Luego, la historia siguió su curso. Dubcek fue obligado a dejar el poder y se transformó en un apestado. Aparecerá veinte años después, en 1989, para reiterar sus propuestas. Pero ya todo era diferente. Nombrado presidente del parlamento checoslovaco, fallecería en 1992.

 

Praga es ahora una ciudad empeñada en borrar cualquier signo que remita a un pasado comunista. Como muestra, ahí está, el metrónomo gigante que se alza en el Parque Letna, sobre los restos del monumento a Stalin, que fue dinamitado en 1962. 

 

O las flores en la tumba de Milada Horakova, demócrata, abogada y feminista, ejecutada por el régimen comunista en 1950.

 

Praga es una ciudad romántica 

y hermosísima que ha pasado del siglo XIX al XXI enterrando al siglo XX 

 

bajo las aguas del Moldava. 

 

Una ciudad europea que conjuga con naturalidad y acierto el arte de vanguardia 

y el homenaje a sus mitos, como la princesa Libusa, su legendaria fundadora.

Una ciudad que cultiva con fervor la tradición de su Teatro Negro

Y mantiene vivo el recuerdo de Franz Kafka, el escritor universal que nació y vivió aquí.

 

Praga medieval con su Torre del Reloj

 Y su ciudad vieja.

Praga moderna, con su vanguardista edificio bautizado Ginger y Fred.

La foto que encabeza este post es la de mi paso por la Plaza Wenceslao, 44 años después de las imágenes de Josef Koudelka. Es la foto de una emoción profunda y de un homenaje de gratitud. La emoción de una generación que creyó que era posible cambiar el mundo, que luchó por ello y alcanzó algunas victorias; también la emoción de las mujeres de esa generación que se incorporaron por primera vez a la universidad y al trabajo y tomaron las riendas de su propia vida; esas mujeres, ya maduras, que siguen caminando con determinación y peleando sus batallas. Y el homenaje de gratitud a todos los que, desde la Primavera de Praga y la Plaza de Wenceslao, fueron dejando sus ilusiones, y a veces sus vidas, para que todos tuviéramos una vida mejor. Incluso sus perseguidores.

Con estas cinco fotos, doy cumplimiento al reto de Laura-Peripecia. Son fotos hechas con ojos de periodista. Pero si lo que queréis es ver fotos con ojos de artista, pasaos por aquí y sabréis lo que es bueno.

3 comentarios:

  1. Conho, qué guapa! :]´

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    1. Francamente, después de la cotidiana discusión con el espejo, se agradece el comentario, amigo anónimo.
      Estás en tu casa.

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  2. Ha sido un placer, miradas muy especiales, desde dentro.
    Un gusto compatirlas

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