Los
partidos políticos españoles han cometido muchas tonterías y algunas
traiciones. Entre las primeras, olvidarse de quién elige a sus cargos, quién
los sostiene. Entre las segundas, la principal es la corrupción. Se han vendido
y han vendido a sus electores. Han vendido lo público, lo común. También han
corrompido el concepto mismo de la política: se han convertido en un fin en sí
mismos cuando debían ser un instrumento de transformación. Esa es la principal
de las corrupciones y la mayor de las traiciones.
Es
lógico, pues, que los ciudadanos muestren desapego hacia quienes han enfangado
la política. Es lógico que los ciudadanos se levanten contra los partidos, como
lo es que surjan nuevas formaciones que reclamen una nueva ética pública y una
limpieza de quienes han olvidado quién los eligió y para qué fueron elegidos. Pero
también es lógico que los ciudadanos diferencien entre políticos e ideologías,
entre partidos y partidarios.
La
diferenciación se aprecia en las urnas y en los balances después del proceso
electoral, a pesar de que cada quien suele aferrarse a la versión optimista del
relato, de forma que oyendo a los portavoces se diría que todos han resultado
ganadores. En la Andalucía del 22 de marzo, un poco menos. La noche del
domingo, las caras y los discursos dejaban claro que:
-
el PSOE había ganado, aunque en minoría
-
el PP se había desplomado sin paliativos
-
Podemos se había estrenado bien aunque lejos de sus expectativas
-
Ciudadanos había entrado en tromba por la derecha
-
a IU se lo había merendado directamente Podemos
-
UPyD no aparecía ni, al parecer, se le esperaba
-
el Partido Andalucista se había disuelto.
En
política lo decisivo son los hechos pero los gestos son muy importantes y,
dentro de los gestos, la puesta en escena. Lo saben muy bien quienes se
encargan de la imagen de las organizaciones, que montan al milímetro los
escenarios, colocan estratégicamente a quienes aparecerán en los informativos
de televisión, aquí unos jóvenes, aquí unos jubilatas, aquí un niño, aquí unos
señores formales, allí unas flores… Nada queda al azar. Cada imagen, cada gesto
es un mensaje.
Así,
pues, era interesante ver cuál era la reacción de cada una de las formaciones
después de que se conociera el resultado de las urnas andaluzas. UPyD pareció
haber perdido no sólo los votos sino todo lo demás y aprovechó las redes
sociales para desbarrar. IU reconoció la derrota con realismo, tanto en la voz
del candidato Maíllo como en la del joven Alberto Garzón, víctima de los
errores ajenos y de la variable tiempo. Ciudadanos, con Albert Rivera como sumo
pontífice, se esforzaba por contener el entusiasmo y mostraba el rostro de una
derecha civilizada. Teresa Rodríguez trataba de simular la decepción de Podemos
lanzando una homilía a los gentiles, aquí nosotros, allá todos los demás. Juan
Manuel Moreno Bonilla –el agente detonador del PP que explosionó la
Dependencia- hablaba de la corrupción ajena.
En
el programa especial de la Sexta, Irene Lozano (UPyD) trataba de salir airosa del
trance; Iñigo Errejón parecía buscar una explicación a lo ininteligible;
Trinidad Jiménez intentaba que el entusiasmo no le rompiera las costuras; Gaspar
Llamazares (IU) daba muestras de su proverbial sentido común frente a la fatalidad;
y Rafael Merino (PP), faltón y algo sonado, daba argumentos a quienes no habían
votado a su partido y desanimaba a quienes pensaran hacerlo.
¿Y
Susana Díaz, la ganadora? Hacía tiempo hasta que se consolidara el resultado,
aseguran en televisión. El tiempo va pasando y los socialistas no aparecen
hasta que, en un tiro de cámara perfecto, la pantalla muestra una pasarela y,
al fondo, una masa borrosa que la cámara va fijando, un grupo en el que se
distinguen los colores verde y blanco de Andalucía. El grupo avanza lentamente,
sin prisa pero con alegría. Es un grupo compacto, que se abraza, que pisa
fuerte y mira de frente. La televisión se tiñe de un aire épico. La imagen
remite a la composición de El Cuarto Estado, la conocida obra de Guiseppe
Pellizza.
La
toma tiene tal fuerza que te deja pegada a la pantalla. Imagino que la escena
no es casual sino que ha sido pensada para causar el efecto adecuado, pero también
refleja la fuerza de una ideología que nació para cambiar el mundo cuando el
mundo era más injusto aún de lo que es hoy, que defiende lo colectivo y lo
público, que reclama lo social, que diseñó el Estado de Bienestar, que resume fielmente
el estribillo de la Internacional: Agrupémonos todos, / en la lucha final. / El
género humano / es la internacional.
En
su valoración electoral, oigo a Susana Díaz decir que es la primera vez que una
mujer gana las elecciones en la comunidad. Me congratulo del hito, mayor si se tiene en cuenta que la candidata está embarazada, pero no me preguntes qué más dijo.
Sigo con la mirada fija en el grupo que representa El Cuarto Estado. He ahí el reto: el cuarto estado.
¿Sabes lo que pienso? que ha ganado Susana Díaz y no el PSOE, esa energía, determinación, ese espérate un momento que vamos a hacer elecciones que luego tengo que parir y volver al curro. Qué sensación de mujer-pulpo, la que todas conocemos porque la vemos en el espejo cada mañana, la que sabe que a lo que se ponga, lo consigue, porque si no, no se pone.
ResponderEliminarQué pena que no esté de secretaria general, qué pena....
Besos
Yo con Susana ha sido el lema y suya es la victoria, lo demás, después.
ResponderEliminarUn beso (me puedes siempre con esa forma de contar que llega tanto)