Madrid
tiene una abundancia tal de atractivos culturales que, a veces, quedan semi
ocultos verdaderos tesoros. Eso es lo que le ocurre al museo de la Real
Academia de Bellas Artes de San Fernando, la Academia de San Fernando entre los
amigos. Hasta el sitio parece elegido a propósito para pasar inadvertido. Sales
de la Puerta del Sol por la calle Alcalá y lo primero que ves por la izquierda
es el Ministerio de Hacienda; aprietas el paso no sea que te vayas a encontrar
al Montoro de turno y, en cuanto te das cuenta, ya estás frente al Casino de
Madrid, con su magnífica escalinata y sus saraos. Pues ya te lo has pasado. Si
es que hasta el número parece escogido a propósito para despistar: el 13 de la
c’Alcalá.
La
Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, RABASF, ocupa desde 1773 un
edificio adquirido al conde de la Salceda, que había sido construido en 1720 por Churriguera para residencia de Juan de Goyeneche, ministro, financiero e
industrial en tiempos de Felipe V, razón por la que sigue siendo conocido como
Palacio Goyeneche. En este lugar se formaron los estudiantes en las distintas
bellas artes hasta que en 1975 estas disciplinas se regularizaron
académicamente primero en la Escuela Superior y luego Facultad de Bellas Artes
de la Universidad Complutense.
La
Academia acondicionó las dependencias hasta entonces dedicadas a la docencia, 59
salas distribuidas en tres plantas, para convertirlo en museo en el que exhibir
los fondos acumulados: más de 1.400 pinturas, 1.300 esculturas y 15.000
dibujos, estampas, muebles, orfebrería, objetos decorativos… Obras maestras del
arte español, italiano y flamenco, cinco siglos de historia del arte, del
Renacimiento al presente. Con un departamento anexo dedicado a la calcografía nacional, que por sí solo merece una visita pues guarda las planchas de cobre
de los aguafuertes de Goya, que son la cumbre del grabado.
Sea
por su ubicación, por la sobreabundancia madrileña o por lo que quiera que sea,
salvo el miércoles que el acceso es gratis, el museo es poco frecuentado. Algunos
grupos de maripuris como yo (parece
que a las mujeres de edad nos da por la cultura más que a ellos), algún
veterano despistado y para de contar. Nadie impide la visión de las obras,
nadie molesta a nadie, una gozada.
Imposible
destacar ninguna obra en especial porque para gustos se han hecho los colores y
también los museos. En su web la RABASF hace su propia selección, que puedes
ver aquí, pero así, de entrada, te encuentras con el vaciado del Ángel Caído
que se encuentra en el Retiro. Y a partir de ahí tienes a Zurbarán, Rubens,
Madrazo, la Dolorosa de Pedro de Mena, una estupenda selección de goyas que incluye la primera edición
grabada de Volaverunt o El entierro de la Sardina, un busto de Benlliure del
pintor de Fuendetodos, o la Primavera,
el único Arcimboldo que se conserva en España, entre otras piezas
extraordinarias.
Hablando
de vaciados, en la segunda planta te espera una nueva sorpresa: los de Las puertas del Paraíso que Ghiberti
realizó para el Baptisterio de Florencia. Para hacerse una idea del valor de estos
vaciados baste recordar que desde 1772 no pueden obtenerse nuevos moldes de los
cuarterones de las puertas.
Sabido
es mi entusiasmo por el museo del Prado, donde me pierdo tantas veces como
tengo ocasión. Pues bien, el de la Academia de San Fernando tiene sobre aquél
dos ventajas: su dimensión más adecuada para una visita no agotadora y que en
éste se pueden hacer fotos. (Para no ponerme demasiado estupenda, diré de
pasada que la entrada es gratuita para jubilatas).
Dos
detalles contribuyen a mejorar aún más la visita al museo: una excelente web con aplicaciones para mejor conocer los fondos y un personal amable y
competente en grado sumo. A ver quién da más.
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