Una
de las consecuencias de todo proceso electoral es que durante semanas
nos aplicamos a interpretar qué han querido decir los electores. Por
qué han votado a este partido y no a otro, cuántos lo han hecho,
cuántos han dejado de hacerlo.
Una
vez abiertas las urnas el 24 de mayo, el primer balance es que el PP
es el partido más votado, seguido del PSOE. Ciudadanos ha dado un
salto vertiginoso y Podemos, en sus distintas presentaciones, ha dado
una puñalada a Izquierda Unida. IU se desangra ante la opinión
pública y UPyD entona el gorigori.
Eso
es así, en efecto, pero también es verdad que el PP se ha
descalabrado, que el PSOE sigue en caída libre, que Podemos no es la
última esperanza de occidente y que Ciudadanos dista de ser una
alternativa de gobierno.
Ha
trascurrido una semana y, a pesar de su victoria relativa, en el
partido del gobierno empiezan a abrirse en canal. Los alcaldes y
barones que han perdido poder lo achacan a la mala gestión del
gobierno, no a sus propios errores, y Rajoy se pasea por la Moncloa
silbando a los pajaritos. ¿Cómo nos ha podido pasar esto?, se
preguntan. La corrupción, responden los más avispados. La gente ya
no aguanta como aguantaba antes. Y se extrañan.
Algunos
hacen propósito de enmienda. Ya hemos cambiado las leyes para que no
vuelva a pasar lo que pasó. Siguen sin entender que ya no cuela. Que
se precisa mucho más que un buen maquillaje para ser creíble.
Porque
no hay quien se crea que un partido se haya financiado ilegalmente
durante años sin que lo conocieran y respaldaran sus dirigentes.
Como no es creíble que quienes han promovido y respaldado a decenas
y decenas de cargos corruptos puedan ser quienes regeneren la vida
política.
Este
Mariano Rajoy que asegura estar combatiendo la corrupción es el
mismo que respaldó a Francisco Camps, a Carlos Fabra y a la
larguísima saga de depredadores valencianos sin que se dieran por
aludidos a pesar de las muchísimas denuncias que se han hecho, incluida Rita Barberá y su minuta gastronómica o Dolores Cospedal y sus privatizaciones tan rentables. El
mismo que respaldó y sostuvo a la red de corrupción balear, las
expresiones de caciquismo gallego, las estrechas relaciones entre
políticos y empresarios corruptos. Este Mariano Rajoy y esta Soraya
Sáen de Santamaría no afearon a la niña Fabra cuando vomitó aquel
“que se jodan” contra los parados que ellos estaban produciendo a
destajo.
Este
partido, el PP, es el mismo que se rió por lo bajinis cuando el
ínclito alcalde de Valladolid, Javier León de la Riva, cuyo mayor
mérito es haber sido el ginecólogo de Ana Botella, hizo burla y
escarnio de las mujeres, en singular y en plural. Y que nunca, en
ningún caso, se le pasó por la mente que un tipo así, que falta al
respeto a la mitad de la población, es impresentable, también en
una lista electoral.
Este
presidente de gobierno es el mismo que olvida a los casi cinco
millones de parados y al millón y medio de familias en las que no
entra ningún salario, y se prodiga en declaraciones triunfales
sobre la situación económica del país.
Este
partido, este gobierno y estos dirigentes son los que han gobernado a
mayor gloria de una clase dominante y poderosa, más dominante y más
poderosa desde que gobiernan ellos, y han maltratado de palabra, obra
y omisión a una mayoría de ciudadanos que no ha causado la crisis
pero la está pagando.
Y,
aunque el memorial de agravios tiende al infinito, basta fijar la
mirada en Madrid para comprender que el PP sigue sin entender
absolutamente nada. Se necesita ser muy necio o estar muy ciego para
colocar como cabeza de candidatura a la alcaldía de la capital a una
persona bajo cuyo manto se han formado y han prosperado dos de las
redes de corrupción político-económica más extensas de los
últimos años sin que, según asevera la candidata, se comiera
una rosca. No es creíble. No es creíble ni siquiera dentro de su
partido.
“El
Partido Popular no empezará a recuperarse hasta que su dirección no
reconozca de forma explícita la verdad”. Esta frase, que haría
suya más de la mitad de la población española, encabeza el
artículo firmado por la diputada popular Cayetana Álvarez de Toledo en ABC. Un análisis crudo de la realidad: “El domingo pasado
sufrimos una derrota devastadora. (…) El PP ha evitado el rescate
de España. Pero ha despreciado la política”.
“Hacer
política es amparar a los millones de españoles golpeados por la
crisis, y no solo difundir una avalancha de porcentajes macro
mezclada con una lágrima socialdemócrata. Hacer política es
combatir implacablemente la corrupción evitando la demagogia y la
amenaza indiscriminada a los ciudadanos. Hacer política es atreverse
a abrir complejos debates éticos sin cerrarlos luego por cálculos
electoralistas. Hacer política es defender con energía la legalidad
constitucional y democrática, y no favorecer el humillante repliegue
del Estado. Hacer política es no confundirla con la tecnocracia”.
Álvarez de Toledo no es una recién llegada. Pasó del periodismo a la
política aupada por Aznar que la presentó como una de las apuestas
seguras de futuro y la llevó a su fundación, FAES. La camada Rajoy la apartó sin contemplaciones y
en esta legislatura ha consolado sus soledades con reuniones
multibanda en el Café Comercial. Resulta improbable que sus
propuestas no tengan el respaldo de un amplio sector del partido. Y su
propuesta se resume así: “El futuro de una España potente y
moderna no es posible ni con este PP ni sin el PP”.
A
Rajoy, el autista, la cabeza le huele a pólvora.