En mis años mozos una de las peores cosas que se podía decir de una mujer es que era tan inútil que no valía ni para un zurcido. En el otro extremo, el no va más de los elogios posibles era valer lo mismo para un roto que para un descosido. Por supuesto, las mujeres estábamos convencidas de que nuestros activos estaban en relación a nuestra habilidad costurera y echamos horas y horas cosiendo, bordando y haciendo las labores más variadas. Bolillos, ganchillo, festón, bodoques, macramé, de todo hicimos. Incluso para aprobar el bachillerato elemental era requisito imprescindible presentar un muestrario de labores que, efectivamente, incluía un zurcido. No recuerdo qué equivalencia exigían a los chicos pero doy fe que las chicas debíamos demostrar que sabíamos zurcir.
Luego, sí recuerdo haber zurcido más de uno y más de dos calcetines pero nunca había zurcido una sábana. Enseguida se generalizaron las fibras sintéticas, que son cuasi eternas, con lo que terminabas tan cansada de ver la misma sábana años y años que lo último que se te ocurría era alargar su duración. Eso, que nos hemos instalado en la cultura del usar y tirar y que habitualmente teníamos cosas más interesantes que hacer que zurcir y bordar. Pero los gustos son cíclicos y, junto a una nueva mirada hacia el cuidado de las cosas, de nuevo volvió el gusto por las fibras naturales, el lino o el algodón, que sí se rompen.
A nosotros concretamente, se nos ha roto una sábana, no mucho, un pequeño desgarrón. Lo vi al planchar y me hice la loca. Tampoco es para tanto, me dije, si va a más retiro la sábana y en paz. Pero no ha ido a más. Ni a menos. Y entonces me acordé del zurcido. ¿Cuando eras pequeño te zurcían las sábanas si se rompían?, le pregunto al colega, no sea que se sienta herido en su estado del bienestar. Zurcir no sé, pero mi madre sí echaba piezas, me informa. Pues voy a zurcir la sábana, le digo. ¿Pero tú sabes zurcir?, pregunta, sorprendido. Si no se me ha olvidado, sabía.
Lo primero es buscar el hilo y que coincida el color pero una de las condiciones de llegar a los sesenta es que arrastras mucho trasto que no te decides a tirar por si acaso. Busco en el costurero y aparecen restos de alguna labor de hace varias décadas. Y, oh fortuna, quedan dos hebras del color de la sábana.
Que el tiempo pasa se nota de muchas maneras. En la vista, una de ellas. Enhebrar la aguja ya es un reto, luego viene calibrar la puntada, que quede presentable y no un gurruño. Media hora me han llevado las cuatro puntadas. Media hora que he aprovechado para pensar, para planificar la semana. A ver si ahora va a resultar que zurcir es un método desestresante.
Estoy por mandar unos calcetines del colega que empiezan a clarear a los portavoces políticos que estos días negocian la posibilidad de un nuevo gobierno de cambio. Para que me los zurzan, por si los ayuda. A Rajoy, no, porque lo suyo ya no lo arregla ni un zurcido ni una pieza. Ni un milagro. Que se lo pregunten a Esperanza Aguirre.
Estoy por mandar unos calcetines del colega que empiezan a clarear a los portavoces políticos que estos días negocian la posibilidad de un nuevo gobierno de cambio. Para que me los zurzan, por si los ayuda. A Rajoy, no, porque lo suyo ya no lo arregla ni un zurcido ni una pieza. Ni un milagro. Que se lo pregunten a Esperanza Aguirre.
Si lo tengo que hacer yo, me da para repensar una vida, como era tan torpe me pasaron de costura a marquetería que era lo que hacían los chicos de mi cole.
ResponderEliminarMuy apañada la labor, besos
Siempre hay un roto para un descocido, eso dice el refrán castellano.
ResponderEliminarSaludos
Muy identificada con este post. A mí los zurcidos me salen gurruños, pero sin duda lo más difícil conseguir enhebrar la aguja.
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