Santa Águeda en la iglesia de San Esteban de Burgos |
El
5 de febrero, festividad de Santa Águeda, se celebra el día de las
mujeres. Ahora mismo, esta conmemoración tiene menos relevancia de
la que tuvo pero en el medio rural, especialmente en Castilla y León,
ésta era una de las fiestas centrales del santoral social.
De
por qué se confería este día el poder a las mujeres tiene que ver
el hecho de que -según la tradición- en el siglo XI, cuando los
árabes habían tomado el alcázar de Segovia, las mujeres de Zamarramala tomaron la iniciativa de salir a distraer a los ocupantes
para que los cristianos pudieran recuperar la plaza. Cuando los
árabes -que serían rijosos pero no tontos- se percataron de la
encerrona castigaron a la cabecilla por el expeditivo método de
cortarle los pechos. Como contrapartida, los hombres de Zamarramala,
en plan generoso, concedieron a las mujeres la posibilidad de mandar
una vez al año.
Imagen de Santa Águeda en Gumiel de Izán |
Tampoco
es que los árabes fueran particularmente originales en el
escarmiento a las mujeres. Quinciano, el gobernador romano de
Sicilia, había aplicado el mismo método a Águeda de Catania cuando
ésta se negó a abjurar de la fe cristiana. De ahí que Águeda,
convertida ya en santa por la iglesia católica, pasara a ser
patrona, entre otras cosas, de los males de pecho y de la lactancia
y, tomando la parte por el todo, de las mujeres.
Pero
estábamos en la fiesta de las águedas en los pueblos de Castilla y
León, el día de las mujeres. Ese era el día -el único día, vale
decir- que los hombres comían o cenaban solos y constataban de que
tenían hijos que también comían y que había que acostar. Lo que
no quiere decir que hicieran la comida o la cena, que de eso ya se
habían encargado las mujeres. Otros tiempos, como se ve.
En
Aranda de Duero, en la década de los ochenta del pasado siglo, las
mujeres nos reuníamos con la cuadrilla para cenar fuera de casa.
Para muchas de nosotras cenar fuera y hacerlo sin el acompañamiento
masculino había dejado de tener el matiz rupturista que algún día
pudo tener pero conservaba el carácter de afianzamiento de la
autonomía personal. Una especie de ahí te apañes, que yo me voy
con mis amigas.
Uno
de aquellos años salí a cenar con mi cuadrilla, después de la cena
fuimos a tomar una copa y parece que nos alargamos un poco más de lo
normal porque cuando hicimos intención de volver no quedaba un alma
en la calle. Cada cual se fue encaminando a su casa y, finalmente,
quedamos las tres últimas: Pilar, casada con el director local de
una de las cajas de ahorros, que llevaba en el apellido la condición
de católica, una mujer positiva, que se pasaba el día trayendo y
llevando a su prole al colegio, a bordo de un dos caballos; Elvira,
con un humor inteligente y una capacidad casi infinita de encontrar
apodos irónicos y polisémicos, casada con un conocido empresario
local, y la periodista que es hoy la sesentera, las tres remolonas
pero absolutamente sobrias.
Llegadas
a los Jardines de Don Diego, donde vivía, Pilar se percató de que
se había dejado la llave en casa. Llamó al timbre repetida e
infructuosamente. “Es que Pedro tiene un sueño profundo”,
justificaba ella. ¿Y los niños? Parece que en el sueño habían
salido al padre. Como entonces no existían los móviles, acudimos a
una cabina de teléfonos. Marcó el número de casa varias veces con
el mismo éxito que al timbre. Reiteramos ambas operaciones sin
ningún éxito. ¿A que me tengo que quedar a dormir en un banco?,
decía Pilar, sin perder el humor. Nosotras nos quedamos contigo,
respondíamos Elvira y yo.
Por
si no conocéis lo que era el invierno en la meseta antes del cambio
climático, recordaré que si en los primeros días de febrero se
llegaba a cero grados era una buena noche. En esas condiciones, nos
sentamos las tres en un banco a la espera de que se nos ocurriera una
mejor idea para que Pilar entrara en su casa. Y lo que se nos ocurrió
fue tirar piedras a la ventana del dormitorio matrimonial para
despertar al marido durmiente. Creo que no habíamos llegado al
segundo intento cuando apareció un coche de la Policía Municipal.
¿Qué pasa?, preguntó el agente al llegar a nuestra altura. Pilar
explicó la situación. Pero no pueden ir apedreando la fachada
porque igual dan en una ventana que no sea la suya. ¿Por qué no se
va a dormir con sus amigas?, sugirió el agente. Nos pareció una
buena idea y, antes de ponernos en marcha, a la desesperada, Pilar
dio al timbre con tan buena fortuna que el marido se despertó y
abrió la puerta.
En
cualquier otro lugar, si la policía encuentra en una calle a tres
personas tirando piedras a una ventana a las cuatro de la mañana, no
se hubiera andado con tanto miramiento, pero en Aranda todo el mundo
se conocía y ninguna de nosotras era exactamente una ciudadana
anónima. Eso era lo malo.
A
la mañana siguiente, el ámbito municipal en el que me movía por
razones de mi trabajo, estaba al tanto de mis andanzas noctámbulas,
con el consiguiente y general pitorreo. La versión más suave
aseguraba que la policía me había encontrado al amanecer al borde
del coma etílico y había tenido que llevarme a casa en el vehículo
policial. Incluso el cabo Felipe, que me trataba siempre muy
paternalmente porque era amigo de mi abuela, se creyó en la
obligación de reconvenirme. Con lo seria que parecías y lo
aficionada que nos has salido a la juerga.
Afortunadamente,
las mujeres no tienen que esperar a las águedas para salir a cenar
con la compañía que prefieran, aunque se mantengan los festejos en
honor a Santa Águeda. Situadas ya en el plano mitológico y en un
tiempo en que miles de mujeres pelean contra el cáncer de mama y
tratan de superar la amputación, de romper ese lazo ancestral que
liga el pecho con la feminidad, me gusta recordar a las amazonas, que
se cortaban el pecho para de este modo poder disparar mejor las
flechas y mantener su autonomía y la independencia de su tribu.
Parece ser que el término "amazona" deriva del griego "a-mazon"="sin pecho" porque se suponía cauterizaban la mama derecha para mejor manejo de la espada.
ResponderEliminarOtros afirman que se trata todo de leyendas sin fundamento, que nunca hubo mujeres guerreras y que la etimología es inventada. Vete tu a saber.
Por otra parte.
La misma anécdota que cuentas le sucedió a mi madre estando mi padre ausente. Se fué al cine con mis tíos dejando a la tropa al mando del mayor de los hermanos, es decir, yo.
Aunque la casa tenía porteros y vivíamos en el ático y aporrearon las ventanas de los dormitorios desde la azotea, no hubo nada que hacer y mi madre se fué a dormir a casa de mis tíos.
Aquel día nadie fue al colegio.
Lo malo fue cuando llamó papá para ver cómo habíamos pasado la noche y quien quiera que fuese quien cogió el teléfono le informó que mamá no estaba en casa..... (Todavía faltaban dos décadas para llegar a los ochenta)
Menos mal que mi padre no era celoso.
Hombre sabio, tu padre.
EliminarMe encanta escaparme contigo por esas Santas Águedas en las que no era obligado dedicar la noche de chicas a un espectáculo de boys, donde demostrar que puestas a copiarles a ellos somos incluso peores.
ResponderEliminarEn Zaragoza es una fiesta muy popular y me produce mucha ternura ver como grupos de mujeres muy mayores salen con sus amigas quizás por única vez en el año, con pícaras sonrisas.
Un saludo
No sólo en Zaragoza, en la meseta es muy habitual que las mujeres mayores sientan el regusto de la autonomía personal al menos un día al año. Además mí también me producen ternura. Son mujeres sabias, pese a todo.
EliminarMuy buen artículo, con todo lo que significa la celebración de las águedas por estas tierras. Esas meriendas de chicas, que alguna vez los chicos quisieron arruinar robando la merienda, que se terminaron convirtiendo en cenas de amigas. Hoy todavía dejamos preparada la cena antes de reunirnos a cenar con las amigas, así somos, pero muy buenos recuerdos de lo que fue y lo que todavía es.
ResponderEliminarGracias por la imagen de la santa en mi pueblo, que creo que no la tengo. Te la robo para lo que me pueda valer, mencionando a la autora, claro.
Toda tuya la foto, para lo que gustes.
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