El
23 de abril se celebraba en la catedral de Burgos una ceremonia
solemne: la beatificación de cinco hombres asesinados hace 79 años,
que han pasado así a ser venerados como los Mártires burgaleses.
¿Quienes
son estos mártires? El primero de ellos, Valentín Palencia, había
nacido en Burgos, en 1871, en una familia humilde, su padre era
zapatero, su madre, portera en una casa de la Flora, en cuya
buhardilla vivían. Estudió en el seminario de San Jerónimo como
externo por carecer de medios económicos y fue ordenado sacerdote en
1895. Al año siguiente se le encomendó la parroquia de Susinos del
Páramo, donde permaneció dos años.
Sus
inquietudes, sin embargo, estaban en la promoción cultural y
profesional de los jóvenes carentes de recursos, así que enseguida
pasa a ser director, capellán y profesor del Patronato de San José
para la enseñanza y educación de niños pobres, donde llegó a
atender a un centenar de niños, 40 de ellos internos, y financió un
comedor de invierno. Esa generosidad y trabajo le hizo famoso en su
época y fue reconocida por el gobierno de Primo de Rivera que, en
1925, le concedió la Cruz de la Beneficencia.
Su
ilusión era crear una escuela profesional para dar formación y un
oficio a los niños acogidos pero, a falta de recursos, creo un
pequeño taller donde, además de instrucción escolar se impartían
clases de dibujo, teatro o música. Formó un coro y una banda de
música que actuaba en conciertos y procesiones.
En
verano, a los niños que no tenían adonde ir los llevaba a la playa
de Suances, acompañados de un grupo de músicos del Patronado. Y
allí les pilló el levantamiento militar en 1936. Primero la iglesia
donde celebraba los oficios religiosos fue convertida en garaje,
luego le fue prohibido celebrar la misa, que siguió oficiando
clandestinamente, a la vez que atendía a los enfermos y llevaba la
comunión a las monjas trinitarias del pueblo. Así, hasta que un
alumno lo denunció ante el Frente Popular de Torrelavega. Fue
detenido con seis jóvenes, cuatro de los cuales se ofrecieron a
acompañarle: Donato Rodríguez, Germán García, Emilio Huidobro y
Zacarías Cuesta. Los cinco fueron fusilados en el monte de Tramalón
de Ruilova en enero de 1937.
Estremece
conocer las circunstancias de estos asesinatos, la estupidez de los
asesinos, que privaba a la sociedad de una persona generosa, dedicada
precisamente a los más desfavorecidos. Estremece pensar cuántos
hombres y mujeres perdieron la vida, nada más que por la brutalidad
y la irracionalidad de quienes despreciaban a la justicia y carecían
de otras razones pero disponían de armas.
Nadie
puede negar el hecho incuestionable de que fue una parte del ejército
el que se levantó en armas contra el gobierno legalmente constituido
y que, al no triunfar su pronunciamiento, abrió una guerra civil que
aún duraría tres años, pero produce espanto constatar que a uno y
a otro lado de las trincheras grupos de españoles se dedicaban a
eliminar con parecida saña a aquellos que se afanaban en mejorar las
condiciones de vida de sus semejantes.
Produce
espanto, dolor, vergüenza, desazón, constatar esos hechos. Pero muy
distinto ha sido el tratamiento recibido por las víctimas de uno y
otro lado.
Al
conocer las circunstancias de la muerte de Valentín Palencia, el
ayuntamiento de Burgos hizo constar su sentimiento y en 1941 le
dedicó una calle. En octubre de 2015, el papa Francisco le declaraba
siervo de Dios, junto con sus cuatro compañeros. El 23 de abril,
todos ellos eran beatificados como mártires en un acto solemne
presidido por el representante papal, el cardenal Angelo Amato, al
que asistió el nuncio del Vaticano, el presidente de la Conferencia
Episcopal, el arzobispo titular de Burgos, el arzobispo emérito, el
de Pamplona, y los obispos de Segovia, de León, de Vitoria y de
Ciudad Rodrigo, los abades de San Pedro de Cardeña y de Silos...
“La
glorificación de los mártires es una buena noticia para todos,
ellos han sembrado amor, no odio; han practicado la caridad con
todos, sobre todo con los necesitados”, afirmó el cardenal Amato
en su homilía.
“Los mártires hacen más bella y vivible la casa del hombre,
invitando a no repetir el pasado oscuro y sangriento, sino
construyendo un presente más luminoso y fraterno”, señaló el
cardenal.
Resultan
muy alentadoras esas palabras y más lo serían si estuvieran
acompañadas de obras en congruencia. Porque el cardenal y el papa, y
sin duda los arzobispos y obispos que asistieron a la ceremonia no
ignoran que en Burgos hubo muchos más mártires que los que la
iglesia beatificó en abril. (Mártir, dice la RAE, es la persona que
padece muerte en defensa de su religión o de sus creencias o
convicciones). Algunos de esos mártires, incluso, fueron asesinados
por indicación de los párrocos, como el maestro Benaiges, del que
hablé aquí, nada más que porque no iban a misa. La relación es
muy amplia pero recordaré solo a Daniel Bonilla, a Gregorio Díez, a
Camilo Domingo, a Casilda Quintana, todos ellos maestros, al músico
y folklorista Antonio José... Todos
ellos vivían entregados a una causa justa y murieron por sus convicciones y creencias, tan justas y elevadas como las de los mártires beatificados, aunque no fueran las mismas. Sin embargo, durante los casi 40 años
de dictadura, durante los 40 años después de la muerte del
dictador, permanecen las resistencias a que aquellos mártires que
aún permanecen en las cunetas, en las fosas comunes reciban digna
sepultura. No estaría de más que la iglesia pidiera perdón por
tantas víctimas como señaló para que otros ejecutaran en su nombre
pero, como eso parece imposible, es de desear que al menos no
encizañen más.
Porque
ahí sigue, una televisión financiada por la Conferencia Episcopal dedicada concienzudamente a fomentar el
enfrentamiento civil. Ahí está, una parte del clero que sigue
reclamando unos privilegios ajenos a una sociedad civil y laica y
unos obispos que se pronuncian sobre cuestiones del ámbito político
de una forma que en un seglar sería motivo de procesamiento, sin que nadie los
desautorice ni se les aplique la ley mordaza.
Cada
vez que paso por delante de la catedral de Burgos y veo el cartel de
los Mártires burgaleses me estremezco al recordar su muerte pero
también me pregunto si la iglesia considera suyos, o al menos respeta, a tantos otros
mártires, personas decentes y abnegadas, que también murieron en
defensa de sus convicciones.
La Iglesia considera suyos a los suyos suyos, aunque comentan el mas atroz de las afrentas, la pederastia. Saludos
ResponderEliminarMuy suyos los suyos, sí
EliminarIguales ante la injusticia de una muerte violenta, pero profundamente desiguales en el reconocimiento.
ResponderEliminarLa mayoría de ellos, desiguales por el desconocimiento. Se enterraron de mala manera sus cuerpos y su memoria
EliminarNo he podido sino recordar al último ejecutado por la Inquisición: El también maestro Cayetano Ripoll. Acusado de prohibir a los niños gritar "Ave María purísima" al entrar en el aula fue ahorcado en 1826.
ResponderEliminarLo que más temen los poderosos, y las iglesias lo son, es a una ciudadanía culta, capaz de pensar por sí misma.
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