Lo
encuentro a la vuelta de vacaciones. Tiene mucha mejor cara que cuando le ví a
finales de julio. Ya entonces dejó entrever que acariciaba la idea de
retirarse, de volver a la actividad privada.
- ¿Qué tal
las vacances?, le pregunto por puro cumplido.
- Bien,
pero cortas. Tengo ganas de volver a disfrutar de vacaciones de docentes, que
eso sí que son vacaciones, dos meses que te dan hasta para aburrirte.
- No dirás
en serio que estás pensando en irte a tu casa, le digo.
-
Absolutamente en serio. Ya lo he dicho en el partido. No quiero nada más,
tampoco voy a ser más de lo que ya he sido y quiero reincorporarme a mi puesto
de profesor y tener tiempo para escribir de las cosas que sé y que me gustan.
Le conozco
desde que él era menor de edad y yo una joven periodista de provincias. En
realidad, a quien trataba entonces era a su padre. Un hombre cabal. De esos a
quienes Brecht consideraba imprescindibles. Un hombre que dedicó su vida a
tratar de mejorar el mundo que le rodeaba.
De familia republicana perseguida, en los sesenta
reorganizó en la ciudad donde vivía el sindicato UGT primero y el partido
socialista después. Una ciudad
extremadamente conservadora que, sin embargo, respetaba su honestidad y rigor
intelectual.
El hijo
aprendió a dar sus primeros pasos en la política con la misma naturalidad con
que aprendió a andar por la vida. Estudió, sacó plaza de profesor pero no dejó
de intervenir en política. Ha sido concejal, procurador y senador y es
secretario de Estado. Fue uno de los jóvenes cachorros que formaron la nueva
vía que aupó a Zapatero. Y ahora se retira.
- No me
puedo creer que dejes la política, insisto.
- Yo nunca
voy a dejar de intervenir en política pero quiero hacer otras cosas que me
gustan: dar clase y escribir sobre lo que sé, que son las políticas sociales.
- Tu
generación nos debe una explicación de lo que ha pasado en esta legislatura. Alguien
tendrá que contarlo, le reto. Supongo que sabes que os habéis quemado en la
hoguera.
- Yo solo
escribo ensayo, se escurre.
- Pues
alguien tendrá que reformular ideológicamente el socialismo del futuro si no
queréis que el ultraliberalismo domine el mundo. Y alguien tendrá que empezar a
reconstruir tu partido tras el desastre de Zapatero.
- Si hay
alguien que conoce al presidente, uno de ellos soy yo, empieza a contar.
- Podías
haber avisado de lo que se nos venía, le interrumpo, a sabiendas de que estoy
aprovechándome de la autoridad que me da la edad y los recuerdos comunes.
- No creas
que en política se puede hacer siempre lo que uno quiere.
-
Seguramente, pero siempre se pueden explicar las razones por las que se hace lo
que no se quiere hacer. Especialmente si es lo contrario de lo que había
prometido, me quejo.
- Creo que
se equivocó al nombrar a Corbacho, le oigo decir y su inesperada confidencia me
demuestra que, en efecto, se está despidiendo de los cargos públicos. No lo
diría, no me lo diría a mí, si creyera que tenía posibilidad de seguir en
activo.
- ¿De
verdad te propuso ser ministro y dijiste que no?, pregunto por todo el morro.
- Yo nunca
he querido ser ministro, me gusta ir por la calle y que nadie me conozca. Pero
tampoco me insistió, confiesa bajando la voz.
- Me
acuerdo tanto de tu padre, a veces cuando te veo en el salón, ante la prensa,
pienso si pudiera verte... le digo repentinamente, y me percato de que ambos
nos estamos emocionando.
Nos reponemos
enseguida. Tampoco ha lugar a la conmiseración. Mi generación salió quemada con
Felipe González por haber permitido que la corrupción se adueñara de un partido
con una historia de 100 años de honradez y por haber consentido que la corrupción
se extendiera por toda la sociedad. Su generación sale del poder abrasada por
haberse rendido sin paliativos al capital. No hablo de las generaciones que se
sintieran identificadas con Aznar y sus gobiernos porque se las ve orgullosas
de haber metido el hocico en la guerra de Irak y de haber tratado de ocultar la
verdad de los atentados del 11 de marzo hasta el último momento. Felices ellos.
Hoy, el
secretario de Estado ha vuelto a explicar las cifras que hablan de la crisis
mejor que cualquier discurso. Debe de ser duro justificar aquello que sabes no
tiene justificación pero su profesionalidad se impone. A esas horas, el
Parlamento se dispone a votar la reforma de la Constitución que consagra la
congelación del déficit. Al joven de izquierdas que yo recuerdo le deben de
estar rechinando los dientes. Al hombre maduro que tengo enfrente no se le
mueve un músculo.
Pienso en
el artículo publicado hoy por Juan José Millás.
Otra generación
agostada, sacrificada en aras del poder del dinero. No sé si vamos a aprender
alguna vez la lección.
Hermosa fotografía!!!
ResponderEliminarQuiero quedarme con los tejados de Roma, quizás son un símbolo de que todo pasa, también lo malo, y tras las cenizas, se resurge, son otros, pero llevan algo nuestro dentro.
Un beso