Es normal que sea la prensa generalista
o la salmón la que frecuente las dependencias de los Nuevos Ministerios.
Raramente traspasan sus arcadas de piedra los cámaras o los plumillas de la
prensa rosa pero hoy se ha producido un totum revolutum difícil de olvidar.
Se han entregado las medallas de oro
al mérito en el trabajo. Es una distinción que recibe por recomendación quien,
después de haber trabajado de manera productiva durante toda su vida, encuentra
alguien que considera meritoria la forma en que lo ha hecho.
Hoy se han entregado 14 de estas medallas
de oro, a diez hombres y a cuatro mujeres, dos a título póstumo: al periodista
Carlos Mendo y al cómico Juanito Navarro. 14 personas que han dedicado sus
vidas a actividades muy diversas con un nexo común: el amor al trabajo, al
trabajo bien hecho.
Todos hablan de sus años de trabajo
-60, 70 años algunos- de los principios inculcados por sus padres de amor al
trabajo. Nos sacrificamos para que estudies pero no nos podemos permitir que
repitas, le dijeron a Soledad Sanz, maestra. El trabajo dignifica a la persona,
sostiene ella. Josefina Unturbe, fundadora del Colegio Virgen de Europa, se
pregunta: ¿Es acaso un mérito cumplir con la tarea que nos impone el corazón?
Lo importante en la vida es acertar con tu vocación, refiere el empresario
Tomás Fuertes, a quien su padre le dijo que trabajar es bueno. Y yo me lo creí,
añade.
Manuel Luis Simón, representante
sindical en organismos internacionales, asegura que el compromiso social
heredado de su padre ha marcado sus primeros 54 años de vida laboral y seguirá
marcando porque piensa seguir, algo mayor, pero activo.
Quien no piensa en ser mejor, pronto
deja de ser bueno, asevera, el médico Pedro Guillén, una autoridad entre los
deportistas. Hay quién, como la bailarina María Rosa la medalla le compensa de
los tiempos que tenía que vendarse los pies de dolor.
Aguantar hasta los 80 es la mejor
táctica para que te den premios, señala el cantante Manolo Escobar, citando a
Kirk Douglas. Recuerda su etapa de emigrante, paradigma del que no se resigna,
dice. Tampoco se resigna Gregorio Peces-Barca, uno de los padres de la Constitución, cuando asegura
contemplar con escepticismo a quienes califican la transición como
neofranquista. Ni la hija de Carlos Mendo, que recoge el premio concedido al
veterano periodista. Discutíamos mucho, recuerda, pero coincidíamos en una
cosa: la tristeza de las redacciones actuales donde hay mucho silencio y poco
whisky.
Ante un auditorio en el que se
entremezclan familiares, amigos, políticos, sindicalistas, la flor y nata del
empresariado y famosos varios los premiados van narrando sus vivencias de
trabajador. Para algunos de ellos, el acto es uno más de los muchos
reconocimientos que reciben o recibirán a lo largo de su vida. Pero para
alguno, éste es uno de los momentos que quedarán marcados en rojo de fiesta en
su biografía.
Creo que es el caso de un hombre que
está aquí por su tenacidad. Julio Muñoz, encuadernador, 83 años, es el máximo
cotizante a la Seguridad
Social: 65 años de cotización. Lleva trabajando desde el año
42 y sigue haciéndolo en el taller de encuadernación. Vamos tirandillo, qué se le va a hacer. Salud
para todos, finaliza su discurso, tratando de ocultar la emoción.
Cuando termina el acto hay
desbandada general. El hall de la tercera planta está a rebosar. Pululan por
allí caras conocidas de los programas guarrillos de la tele, esos de los que
Miguel Ángel Rodríguez dice que se caldean a fuerza de bronca, insultos y falta
de modales. Brujulean otras caras conocidas. José María García, el otrora
vocinglero y hoy callado comunicador. Raúl del Pozo, el columnista que
sustituye a Francisco Umbral. Mucho traje azul, mucha corbata de marca. Mucho
taconeo, mucho pijerío. Parece un ensayo general de lo que se avecina.
Reconozco a Simoneta Gómez de Acebo,
en un grupo de mujeres. Mira que le han salido feos los hijos a la infanta
Pilar, me digo, a punto de darme de bruces con Luis del Rivero, el presidente
de Sacyr. No es posible, debo de haber visto mal. Pero no, he visto bien cómo
el hombre que está poniendo patas arriba la primera empresa petrolífera
nacional, bajito y poca cosa, sale protegido por dos guardaespaldas mucho más
jóvenes y aparentes que él.
Cuando estoy a punto de irme me
encuentro con José Luis Corcuera. Si hay algo que una periodista no perdona
jamás de los jamases es que le nieguen una entrevista que ha pedido. Corcuera
me la negó, después de habérmela prometido, cuando era ministro de Interior. Estoy
convencida de que todo lo que le ha pasado después se lo ha ganado por eso, por
no haberme concedido aquella entrevista. Bien es verdad que la política le ha
zurrado tan duramente desde entonces, que, de tenerlo en cuenta, mi rencor le resultaría
casi una bendición.
- Cómo has adelgazado, le digo, al
observar que ha perdido la barriga que ganó tras su salida del ministerio. ¿Por
coquetería o por salud?
- No, por coquetería no, responde,
señalándose al corazón.
- Pues nada, que me alegro de verte
así de rejuvenecido y rozagante, me despido sin más, mientras le supongo
buscando en su memoria donde ubicarme.
Bajo la arcada del edificio que impulsó
Indalecio Prieto y proyectó Secundino Zuazo en los años 30 del pasado siglo, me
cruzo con otro grupo de habituales del colorín: distingo entre ellas a Marily
Coll. Un poco más adelante, a la hija de Manolo Escobar con el cochecito de
bebé en el que duerme su hija.
Con este panorama, francamente, se
hace raro oír al ministro hablar de la necesidad de que empresarios y
sindicatos zanjen la negociación sobre convenios colectivos. Dan ganas de
preguntarle por el color de moda de otoño.
Duele.
ResponderEliminarDeberían ser ejemplos, pero ¿cuanto tiempo les ha dedicado la prensa a sus palabras? Ni la cuerta parte del que le han dedicado a su modelitos.
Un beso