Una de las
cosas buenas de vivir en el centro de Madrid es que tienes cerca los museos. El
Prado, el Thyssen, el Reina Sofía, las salas del Caixaforum, las del Instituto
Cervantes, las de Mapfre… Puedes ir caminando, dar una vuelta por alguna de las
salas de los pintores favoritos, disfrutar un rato de tanta belleza junta y
volver a casa tranquilamente.
Si tienes
la fortuna de hacerlo bien acompañado y alargar el rato con un café –o lo que a
cada quién le apetezca tomar- en alguno de los lugares cercanos que invitan a
hacerlo –desde el Ritz al Palace, pasando por alguna terraza de Huertas o
incluso el mismo café del Prado, del Thyssen o del Caixaforum- el programa
puede ser perfecto. Yo lo tengo como mi calibre personal, el touch de calidad
de vida.
El viernes
hice el enésimo paseo. Tarde apacible para cerrar una semana de trabajo intenso.
Septiembre recién estrenado. Paseo tranquilo por el bulevar del Prado, mucha
gente que va y viene. No hay que hacer cola. Nos encaminamos, en primer lugar,
a ver la exposición temporal Roma. Naturaleza ideal. No es la
más maravillosa del mundo, pero ayuda a entender otras tendencias. Por ejemplo,
siempre me ha preguntado qué llevaría a Velázquez a pintar su Jardín de Villa
Médicis –uno de mis favoritos- que parece tan ajeno a los temas que le eran próximos.
La exposición ayuda a entenderlo: cuando el pintor sevillano visita Roma hay
una escuela dedicada a recrear el paisaje, él le daría su impronta.
Terminada esa
visita, recordamos que, coincidiendo con la visita del papa, el Vaticano había
cedido al Prado el Descendimiento de Caravaggio así que nos acercamos a
visitarlo. Lo han colocado en una de las salas de la rotonda del primer piso,
con espacio amplio para poder ser visto.
Ya puestos,
el Prado ha seleccionado algunas de sus obras de tema religioso para honrar
también la visita papal. Por mi parte, lo considero como una mínima
compensación a tanta molestia como dieron los cristopijos a quienes vivimos en
Madrid y no tuvimos oportunidad de compartir ninguna de sus prebedas sin que
por eso abriéramos la boca para protestar.
En el recorrido
por la galería central llegamos ante la sala donde cuelga Las Meninas. Y en ese
instante fuimos conscientes del enorme privilegio que estábamos disfrutando. Teníamos
enfrente uno de los cuadros cimeros de la pintura universal y en derredor
nuestro las mejores firmas de la historia del arte: Tiziano, Tiépolo, Rubens,
Rafael, Rubens
(con sus tres Gracias, que me hacen sentir esbelta), Rembrant, Veronés y allá al fondo, la Familia de Carlos IV de Goya.
Sólo faltaba la inevitable visita al Descendimiento de Van der Weiden y a la
Anunciación de Fra Angelico y podíamos cerrar con broche de oro la visita.
Salimos por
la puerta de Goya a la plaza de Neptuno, la Carrera de San Jerónimo y el
Congreso de los Diputados a la vista. Recuerdo la sesión de esa misma mañana,
en la que se ha votado la reforma de la Constitución. Pero no quiero
consentirme malos pensamientos. Ya tendremos todo el invierno para sufrir.
Sin dudar ese es uno de los mayores privilegios de vivir en el centro de Madrid, la oportunidad de alejar la fealdad y el absurdo perdiendo miradad y espíritu en la belleza eterna.
ResponderEliminar(Y después una copa en la terraza del Palace)
Te falta "El jardín de las delicias" y tenemos el mismo recorrido preferido.
ResponderEliminarVamos, que me dan ganas de ir por Madrid.
Pilar: la rotonda del Palace y la terraza del Ritz son dos alternativas igual de buenas. Pero también la terraza del Thyssen y, una nueva, el café del Prado. Puedes comprobarlo cuando quieras.
ResponderEliminarValentín: No sé por qué se me pasó colgarlo. En facebook lo tienes a tu disposición...