Cáceres es el mayor
término municipal de España, con una extensión de 1.768 kilómetros cuadrados. No
es extraño, pues, que una de sus calles sea autovía. Tampoco sorprende que el
municipio alcance tamaña amplitud y aún parece escaso: la ciudad es un compendio
de la prehistoria y la historia completas de España, desde el Paleolítico
representado en sus pinturas rupestres a la vanguardia artística que guarda la colección de Helga de Alvear, pasando por estelas de guerreros de la Edad del Hierro,
estatuaria romana, muralla y aljibes árabes, casas fuertes medievales, palacios
renacentistas...
Cáceres invita al
paseo, a perderse por sus calles, a vagar sin rumbo fijo, a subir a la torre de
Bujaco, a contemplar los palacios de los Golfines de arriba y de abajo, el de
las Veletas, con su aljibe y su museo, la casa del Sol o la del Mono, la puerta
y el arco de la Estrella o el del Cristo. Pasar de un salto de la presencia
romana con ese Genio de la Colonia, que siempre se creyó que era la diosa
Ceres, a los muñequines, esculturas contemporáneas que retratan a la
veterana repartidora de prensa o a esa pareja, tan formal ella mientras él está
a medio palmo de posar la mano en un lugar comprometido. O mirar a lo alto y
encontrarte con una gárgola obscena.
No importa si es
de día o de noche, el paseo por Cáceres siempre depara sorpresas gratificantes.
El paso de una cigüeña, el descubrimiento de un rincón solitario, el cuadro
sobre el Arco del Cristo, o un vecino que te advertirá que fue aquí, exactamente
en esta casona, y no en otro lugar donde Francisco Franco fue nombrado
Jefe de Estado y Generalísimo de los Ejércitos Nacionales.
En una ciudad de
tal riqueza monumental es imprescindible una buena guía que, a poder ser, narre
la historia secreta de la ciudad y de sus principales edificios. Las hay impresas
o digitales muy útiles pero, en nuestro caso disfrutamos de unos guías locales
de primera: Mary Paz y Valentín. Gracias a ellos conocimos, por ejemplo, la leyenda
de la princesa encantada y los polluelos de oro.
Quiere la leyenda que Alfonso IX mandó una embajada a negociar con el Kaid de Cáceres la
rendición de la plaza. Las negociaciones no fructificaron pero la hija del Kaid
se enamoró del capitán leonés y le invitó a sus aposentos. Mientras las tropas
cristianas asediaban la ciudad, el capitán accedía cada noche al palacio a
través de una galería que se abría en la calleja Mansa Alborada. Finalmente, consiguió
que la princesa enamorada le diera la llave de la galería con la que penetró en
el alcázar acompañado de un grupo de soldados, abrió las puertas de la muralla y consiguió
rendir la plaza.
Cuando el Kaid
conoció la traición de su hija condenó a ella y a sus doncellas a permanecer en
los subterráneos de la Mansa Alborada hasta que los seguidores de Mahoma
volvieran a conquistar la plaza que habían perdido por su culpa. Desde entonces,
en algunos rincones del palacio, la actual Casa de las Veletas, se oyen llantos
y suspiros que profieren las damas condenadas. Sólo una noche al año, la de San
Juan, la princesa y sus doncellas, convertidas en gallina y polluelos de oro,
pueden salir de su encierro. Son muchos quienes esa noche mágica acuden al lugar por si tuvieran la fortuna de verlas.
Princesas moras y polluelos dorados no sé, pero torres tiene Cáceres en cantidad. Tantas, que cuando en la serie Isabel, que emite con éxito TVE, se quería mostrar que se trasmitía la noticia de torre a torre por los reinos cristianos se utilizaron exclusivamente tomas de otras tantas torres cacereñas.
Torres, fuentes, cigüeñas y paseos urbanos. En el corazón de la ciudad moderna el paseante encontrará un magnífico pulmón verde: el Parque del Príncipe. El paseante podrá disfrutar a la vez de un museo de esculturas al aire libre, de un jardín botánico con estufa fría y de largos caminos en los que hacer ejercicio, todo ello con la compañía de un rumoroso canal. El parque finaliza en la fuente La Madrila, que fue abrevadero y lavadero y ha sido restaurada recientemente.
Descubrimos una cigüeña en un prado cercano. Nos aproximamos para fotografiarla, nos mira, se gira, escarba en el humedal, saca un gusano y se lo come, seguimos el paseo y ahí sigue cuando volvemos. ¡Quién fuera cigüeña para anidar en Cáceres!
Princesas moras y polluelos dorados no sé, pero torres tiene Cáceres en cantidad. Tantas, que cuando en la serie Isabel, que emite con éxito TVE, se quería mostrar que se trasmitía la noticia de torre a torre por los reinos cristianos se utilizaron exclusivamente tomas de otras tantas torres cacereñas.
Torres, fuentes, cigüeñas y paseos urbanos. En el corazón de la ciudad moderna el paseante encontrará un magnífico pulmón verde: el Parque del Príncipe. El paseante podrá disfrutar a la vez de un museo de esculturas al aire libre, de un jardín botánico con estufa fría y de largos caminos en los que hacer ejercicio, todo ello con la compañía de un rumoroso canal. El parque finaliza en la fuente La Madrila, que fue abrevadero y lavadero y ha sido restaurada recientemente.
Descubrimos una cigüeña en un prado cercano. Nos aproximamos para fotografiarla, nos mira, se gira, escarba en el humedal, saca un gusano y se lo come, seguimos el paseo y ahí sigue cuando volvemos. ¡Quién fuera cigüeña para anidar en Cáceres!
O en su defecto, ¿quien contase con amigos para ir a visitarlos? Ah, pero si eso tenemos y de los buenos, qué afortunados somos.
ResponderEliminarBesos
Oye, pues sí. Por eso y por un par de cosas más.
ResponderEliminarBesos.
Justo eso, teniendo amigos que visitar...hermosa crónica.
ResponderEliminarBesos
Que ciudad tan completa, por algo la declararon patrimonio de la humanidad, que bien poderla disfrutar con amigos, me encanta que lo cuentes !
ResponderEliminarBesos