El azar tiene manías. Ocurre que sin saber por qué te encuentras con alguien en los lugares más insospechados. Con alguien conocido o con alguien famoso, con quien sea. Coincides con ese alguien una y otra vez, tantas que no parece posible que sea sólo coincidencia.
A nosotros nos ha
pasado con David Trueba. La primera vez lo encontramos en el Monasterio de El
Escorial, que no es lugar que nosotros visitemos todos los días, no sé él. Iba con
su pareja de entonces, Ariadna Gil, y los hijos de ambos. Nos parecieron una
familia ideal, tan guapos ellos, tan monos los niños, de manera que, cuando
supimos que habían roto, lo sentimos como si se tratara de alguien de la
familia.
Por supuesto,
hemos visto casi todas sus películas -nos gustó especialmente Soldados de
Salamina-. También leí su libro “Saber perder” y me dejó deslumbrada. ¿Cómo es
posible que un chico tan joven sea capaz de hacer tantas cosas y hacerlas todas
bien?
En la primavera
de 2012, estábamos con otros amigos en el Matadero de Madrid cuando nos topamos,
una vez más, con el bueno de David Trueba. ¿Qué haces aquí, golfo?, le dijo el
colega, con esa familiaridad que da la edad, la mucha edad, me refiero, cuando se
enfrenta a la juventud. Nuestros amigos se quedaron atónitos, incluso yo misma dudé
si no sería demasiada familiaridad. Pero David se nos acercó y, como si ese
mismo día hubiéramos comido juntos, nos explicó que había ido a ver a unos
amigos al teatro y antes de la función estaban tomando unas copas. Efectivamente,
allí estaban Jorge Sanz y Antonio Resines, entre otros actores conocidos. Yo le
comenté mi entusiasmo por su novela, charlamos un rato más de cosas banales y
nos despedimos con toda familiaridad después de haberle presentado a nuestros
amigos, que se quedaron igualmente encantados.
Porque a David
nos lo hemos encontrado por la calle, no en la misma calle, en lugares
distintos y dispersos bastantes veces. Tantas, que ya nos saludamos
amigablemente. Adiós, David, le decimos. Y él nos sonríe y responde al saludo. Nosotros
creemos que es porque también nos reconoce pero a lo mejor es sólo porque es
educado.
Por supuesto, en
cuanto supimos de su estreno fuimos a ver Vivir es fácil con los ojos cerrados. Nos gustó mucho porque es una excelente
película. Cine del bueno, ese que cuenta historias a veces simples, pero que te
enganchan y te hacen sentir que eres parte del relato. En este caso, la peli se
sitúa en 1966, una época que nos resulta muy identificable. Un profesor que
utiliza las canciones de los Beatles para enseñar inglés viaja a Almería cuando
se entera de que John Lennon está allí rodando una película. En el camino le
acompaña un chico que se ha escapado de casa y una chica que trata de escapar
de algo. La banda sonora subraya con acierto el relato.
Así que en la
noche del domingo nos apalancamos ante la tele a ver la gala de los Goya con la
esperanza de que cayera algo a nuestro chico. Y, efectivamente, cayó. Los premios
que la Academia del Cine ha concedido a él y a su película nos parecen justos. Más
aún, su intervención agradeciendo los premios afianza nuestro orgullo. David
Trueba no sólo es un chico amable y bien educado, es un buen guionista, un
excelente escritor y un laureado director de cine. Un profesional competente
que, además, defiende sus principios con respeto y buenas maneras, que habla
bien de sus compañeros, que tiene un discurso inclusivo, generoso y optimista. Que
apuesta por el futuro con humildad y constancia.
Frente al sermón bronco
y ordinario de Martínez Pujalte y la altivez de Esperanza Aguirre, David Trueba
representa a una generación que te hacer sentir esperanzada: culto, responsable
y tolerante. Y además, habla inglés.
Lo mejor de una gala en la que de nuevo el cine español perdió la oportunidad de mostrarse como lo que es una fábrica de sueños que además se entienden.
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Grande David Trueba y merecidos los goyas : ) besos
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