Felipe VI jura la Constitución
Hay tres jueves en el año que relumbran más que el sol: Jueves Santo,
Corpus Christi y el día de la Ascensión, se recitaba cuando era pequeña. De esos
tres jueves, hoy apenas celebramos el de Semana Santa y porque suele ser inicio
de puente largo. Excepto en 2014, que el Corpus Christi ha coincidido con la
proclamación de Felipe VI como rey constitucional.
Los preparativos de los últimos días han tratado de blindar el centro
de Madrid. Esto, que parece una frase hecha, resulta que es verdad. No hay
manera de moverse por la almendra de la ciudad sin toparte con una lechera, una
furgona o un grupo de policías haciendo su trabajo. Por lo general, con pocas
incomodidades, excepto el helicóptero que sobrevuela el centro produciendo un
ruido que, al cabo de las horas, resulta incómodo. El “mosquito” estuvo dando
la tabarra hasta bien entrada la noche del miércoles y ha vuelto muy temprano el
día D.
Al levantarte, miras al cielo y te topas con el helicóptero –luego descubrirás
que no hay uno sino varios-, miras hacia la calle y lo primero que ves es una
pareja de polis en traje de faena. Estamos rodeados, comentas con el colega.
Las teles se han puesto de largo para comentar los actos
institucionales en el Congreso de los Diputados y en el Palacio Real. Mucho
periodista talludito para opinar y mucho periodista joven para informar. La proclamación
ha empezado bien: por primera vez, el nuevo rey ha elegido una ceremonia estrictamente
civil. Con ello, no sólo se ha adecuado a la letra y el espíritu constitucional
sino que se ha evitado la homilía del Tarancón de turno. El presidente del
Congreso, Jesús Posada, vive su cuarto de hora de gloria, en plan Rodríguez de
Valcárcel actualizado. Quién se lo iba decir cuando Aznar le dejó al cargo de
la finca en Castilla y León.
En la tribuna, a los padres de Leticia -él con su actual mujer- los han
separado por una columna, quizá para evitar líos. Los expresidentes –González,
Aznar y Zapatero- lucen sendos caretos, como si no hubieran acabado de digerir algo.
Las infantillas pequeñas, Leonor y Sofía, están modositas y graciosas,
vigiladas de cerca por su madre, la ya reina Leticia. De la que me he librado, pensará
la pequeña.
En su discurso, Felipe VI habla de los hombres y mujeres de su
generación pero olvida a los que se ha echado del país. Habla también de impulsar
las nuevas tecnologías, la innovación y del papel que han de desempeñar las
mujeres en esa España del futuro, lo que no deja de ser una paradoja en su
caso, que ha sido preferido sobre sus hermanas por el sólo mérito de ser varón.
No es un gran discurso, ni demasiado rompedor pero se le entiende lo que dice, lo
que ya es más de lo que pasa con los que utilizan el metalenguaje, tipo Rajoy,
Cospedal y así.
Al terminar el acto, las cámaras buscan a los dos parlamentarios que
subsisten de la proclamación de Juan Carlos I: Celia Villalobos –que entonces
era progre- y Alfonso Guerra: el dinosaurio sigue ahí.
El interés está en la calle más que en la tele, le digo al colega. En ese
momento, observamos el paso de un coche con una bandera tricolor sobre el
techo. La policía le da el alto y conmina a sus ocupantes a quitar la enseña. Éstos,
que no cumplen ya el medio siglo, se resisten cuanto pueden pero la policía se
muestra firme. Finalmente, la retiran del coche y la extienden, sostenida entre
los cuatro. Algunos transeúntes se prestan a ayudarles. La policía les pide la
documentación, se la muestran. Les indican que recojan la bandera. Una pareja
de vejetes, vestida de blanco impoluto, que pasean a sus perros, se acercan al
grupo, hacen fotos y se van.
Los policías han debido de pedir refuerzos porque, de pronto, aparecen
otros tres coches policiales de los que se apean varios efectivos: 14 en total
rodean a los de la bandera republicana en plan circulen y disuélvanse en grupos
de uno. Una desmesura. La gente se amontona, una veintena, calculo, y empieza a
gritar: Basta ya de Estado policial. El mosquito también parece haberse
enterado porque sobrevuela la zona.
Los policías se lo toman con calma. Dan
ganas de bajar y explicar que esa bandera un día fue la nacional, por la que
dieron su vida miles de españoles pero, finalmente, una de las mujeres la
recoge, se la enrolla en torno al cuello, a manera de fular y se va caminando. Los
demás entran en el coche y se van también.
El centro de Madrid está tomado. Tomado por la policía y por miles de
banderas roja y gualda portadas por gente de toda edad, muchos jóvenes y muchas
mujeres. La estación de metro de Sol está cerrada al tráfico y en la de Callao sólo
se permite un acceso. Un chico se empeña en tomar una dirección prohibida y una
docena de vigilantes se le echan encima. Hay como un exceso de testosterona en
el ambiente.
Cientos de personas siguen acodadas en las vallas de las aceras de Gran
Vía, por donde unos minutos antes ha pasado la comitiva real. Sobre la fachada
de los cines Callao, una enorme pantalla transmite el itinerario de los reyes,
que acaban de llegar al Palacio Real.
El paso hacia la Plaza de Oriente está controlada por un único acceso,
regulado por varios arcos detectores de metales, lo que provoca un atasco
enorme de quienes quieren entrar y no pueden hacerlo, incluso después de que
los reyes –cuatro, como en la baraja- hayan salido a saludar.
A lo largo de la calle Arenal un río de gente se encamina a la plaza de
Oriente portando banderas de diverso tamaño. Los hay que caminan con paso
marcial, que recuerda otros tiempos, otros modos. Los hay con cara de fervor,
los hay con aire festivo, hay grupos, familias, parejas. A la altura de la
iglesia de San Ginés, alguien grita: Viva España, y el grito es respondido con
entusiasmo por cientos de voces. Viva el Rey, se oye a continuación, y el grito
es coreado con la misma pasión. Se respira una mezcla de enardecimiento y
jolgorio. Hasta la discoteca Joy Eslava -que gusta a Froilán- Los republicanos estamos en absoluta minoría.
En esos momentos, tres helicópteros vuelan sobre nosotros produciendo
un ruido molestísimo. Puto mosquito, mascullo. El colega me mira con conmiseración
y empieza a razonar sobre los modos de gobierno que cada pueblo idea para el
mejor gobierno, desde los griegos a hoy.
Sol está tomado por las fuerzas de Cristina Cifuentes, delegada del
Gobierno que, según se asegura, aspira a la Alcaldía de Madrid. Una muestra de
poderío: bomberos, Samur, distintos modelos de vehículos policiales, un
hospital de campaña. La zona 0 de un hipotético conflicto. Sobre la fachada de
la Comunidad, un enorme cartel con la imagen de los nuevos reyes.
En la plaza de Tirso de Molina se ha concentrado medio millar de
personas reivindicando la República como forma de gobierno, rodeados por un
número ligeramente inferior de policías.
En la calle Relatores, donde vive Joaquín Sabina, ha tomado posiciones
una lechera policial. Dos efectivos charlan con los que pasan. Estarán ahí por
si los reyes vienen a visitar al cantante, comento con el colega. Pero él,
empeñado en darme la charla sobre la democracia y la dictadura de los griegos, sigue
hablando de Alcibíades y Pericles y de Aspasia, la primera mujer que habló en
la Asamblea de Atenas. Que los de Podemos y sus asambleas se creen que han
inventado algo y eso ya estaba inventado en Grecia, insiste.
¿Qué Podemos lo inventaron los griegos?, digo, entre risas. Pasamos en
esos momentos junto a un grupo de los 9.000 policías que han blindado Madrid,
que quizá nos han oído y nos miran como si fuéramos marcianos. Pues sí, machaca
el colega, y desde entonces en materia de política está casi todo inventado. También
en eso tiene razón. Seguro que alguien se lo ha contado ya a Felipe VI.
Nuestra especial democracia la invento un personaje pequeñito y cabezón y no era marciano, aunque pudiera serlo.
ResponderEliminarUn abrazo.
que sepas que esta es la primera crónica que leo sobre lo de ayer (y no creas que fue fácil conseguir ayer no saber nada de lo que pasaba en españa... pero confieso que puse especial empeño en ello...)
ResponderEliminarpero habiéndola escrito tú, he hecho una excepción...
y me ha encantado tu crónica...
muchos besos!!!
y somos pocos, pero no tan pocos como querían hacernos creer ayer...
Me ha encantado el reportaje.
ResponderEliminarBesos al colega, y a tí, claro