Madrid es como un gran escenario histórico. Aquí vivió Cervantes, señala un cartel. Aquí se inició el levantamiento del 2 de Mayo, recuerda una placa. Frente al número 84 de la calle Mayor un monolito indica el lugar del atentado contra Alfonso XIII, el 31 de mayo de 1906.
Desde un balcón
del tercer piso de este edificio, ocupado entonces por una pensión, Mateo Morral arrojó al paso de la comitiva real un ramo de flores que ocultaba una
bomba, pero los cables del tranvía desviaron la trayectoria del explosivo, lo
que salvó la vida de los monarcas pero causó la muerte de 25 civiles y un
centenar de heridos. Es en ese momento cuando, según se cuenta, Alfonso XIII le
dijo a Victoria Eugenia, joven y recién casada: España y yo somos así, señora.
El que avisa, no es traidor.
La planta baja de
ese edificio está ocupada por Casa Ciriaco, una casa de comidas -no
restaurante, ni bistrot, ni nada semejante, casa de comidas- que tiene a gala
mantener los usos y guisos tradicionales del más puro madrileñismo. Este año
hemos celebrado allí el cumpleaños del colega que, casualmente, coincide con el
aniversario del atentado.
Reservamos mesa,
lo cual es muy aconsejable a pesar de las amplias dimensiones del comedor,
porque la casa tiene una clientela fiel y abundante. Cuando accedes, tienes la sensación
de introducirte en el túnel del tiempo y retornas al menos medio siglo atrás,
de esa época debe ser la barra del local. Las paredes están totalmente cubiertas de carteles, fotografías de clientes ilustres, en una larga relación
que encabeza el rey y su familia y sigue con escritores, pintores, actores y,
en resumen, el quién es quién de la vida social española en el último siglo. Entre
ellos, el dibujante Mingote, autor del escudo de la casa. Los camareros visten
chaquetilla blanca y, a ojo, ninguno baja de los 50 años.
Somos cuatro a la
mesa. Compartimos entrantes: un revuelto de patatas que toma el nombre de Julio
Camba, uno de sus ilustres clientes, y unas gambas al ajillo. Para los segundos
optamos por perdiz escabechada, lenguado a la plancha, callos y gallina en
pepitoria. Las raciones son razonables, ni escuetas ni excesivas. Optamos por
el vino de la casa y compartimos también los postres: ponche segoviano y bizcochos
borrachos de Guadalajara; también tomamos café. Todos quedamos encantados con
la elección. La receta de los callos y la pepitoria son tradicionales de la casa
y eran realmente muy buenos.
Nos ha tocado el camarero
“joven”, un tipo seguro de sí mismo. Cuando le comentamos que las gambas estaban
muy ricas, nos responde que hemos tenido suerte porque algunos días han salido
bastante malas. Nuestra amiga, que ha pedido el lenguado, le pregunta si ha
sido una buena elección y le responde que para buena de verdad, la merluza. Creo
que se está quedando con nosotros, comento. Pero nos queda la duda de si hablará en
serio. Nuestro amigo elogia los callos que ha pedido y tanto él como yo, que he
optado por la pepitoria, untamos pan en la salsa sin ningún recato así que,
antes de retirarnos los platos, nuestro hombre nos pregunta si ya hemos terminado
con la salsa o queremos acabarla. Sin complejos. Mientras nos traen los postres
me levanto para hacer unas fotos de recuerdo, justo en el momento en que vuelve
el hombre y, con autoridad de jefe, me pide el móvil. ¿Para qué se pone a hacer
fotos si aquí el que sabe hacerlas soy yo?, me dice. Y, en efecto, nos hace
unas fotos bien encuadradas. Miles de fotografías me tengo hechas, se ufana al
devolverme el móvil.
En cualquier otro
lugar, esa actitud resultaría chocante pero en Casa Ciriaco, no, al menos en
nuestro caso. Tuvimos la impresión de estar comiendo en un lugar familiar, en
casa de ese tío soltero y mayor que te regaña, si se tercia. Ahora bien, si lo
que se busca es un modelo de protocolo y finas maneras, éste no es el lugar. Hacemos
una larga sobremesa sin que nadie nos importune, valga lo uno por lo otro, y
abonamos una factura que consideramos razonable.
Para hacer un
repaso de las fotos y carteles que cubren las paredes hubiéramos necesitado la
tarde completa así que echamos un vistazo y nos prometemos volver otro día a
seguir la inspección. En la puerta nos despide un señor mayor, el hipotético
tío soltero, que resulta ser Godofredo Chicharro, el propietario de Casa Ciriaco.
Viste la misma
chaqueta blanca que la plantilla de camareros y, al hablar con él, comprendes
de dónde procede la sorna de sus empleados. La comida estaba muy buena, se me
ocurre decir. Será que usted traía hambre, responde Godo. Va usted muy a
la moda, pero ¿por qué se ha puesto un solo pendiente?, añade. Yo me echo mano
a las orejas, asustada, y compruebo a la vez que llevo los dos pendientes y que
me ha tomado el pelo.
En la puerta de
su casa permanece con nosotros un largo rato contándonos la historia del
establecimiento y de alguno de sus clientes. Es un monárquico por contacto,
ajeno a modas y a conveniencias. Él es también quien cada 31 de mayo se
preocupa de poner flores en el monumento a las víctimas del atentado, él quien ha
editado también un folleto en el que se relata el momento que pudo haber
cambiado el curso de la historia nacional, folleto que nos regala amable y
generosamente.
Luego, leeremos
críticas y comentarios del lugar de signo muy diverso pero como cada cual habla
de la feria según le ha ido en ella, nosotros hemos anotado Casa Ciriaco entre
nuestros lugares favoritos. Volveremos, a poco que se nos brinde la ocasión,
volveremos.
Por lo que se ve, la chulería madrileña es importante en el local, cosa que me parece bien.
ResponderEliminarSaludos
Pues sí, chulería es el término. Pero con la habilidad local propia, que no ofende.
EliminarPues tomamos nota, que a mí ese punto chulesco madrileño me pone un puntillo y la comida, para que disimular, pues más.
ResponderEliminarCasa de comidas se llama, no te digo más.
Eliminar¡No había visto nunca tanta chulería madrileña puesta junta!
ResponderEliminarCastizo total ¡Muchas felicidades al cumpleañero!
Ni yo tampoco y eso que íbamos advertidos. Pero del tipo de chulería que no hiere. Teniendo en cuenta la tradición literaria del lugar, quizá se les ha pegado de los libros. Es como volver un rato un siglo atrás.
EliminarTrasmito tu felicitación.
Besos.