Las Edades del Hombre en Aranda
Aranda de Duero es una villa privilegiada que, como el edén, está
rodeada de tres ríos: el Bañuelos, el Arandilla y el Duero que le brinda
apellido. Situada en un cruce de caminos –entre Soria y Valladolid, Segovia y
Palencia- le cruza el Camino Real que viene del sur y va a Francia y hasta la
Cañada Real Segoviana.
En su trama urbana se encuentran las iglesias de Santa María y de San Juan, casas solariegas, como la de los Arias de Miranda y la de los Berdugo.
Ésta tiene el dudoso honor de haber alojado a Napoléon en 1808, quien no debió
sentirse muy cómodo pues sus tropas se llevaron tan gran botín que a poco dejan
el patrimonio artístico de la villa como un erial. De Aranda es el documento
cartográfico más antiguo del Archivo de Simanca: el primer plano urbano –de
1503-, que sirvió de referencia para la construcción de ciudades en el Nuevo
Mundo. Su subsuelo está cruzado por una red de bodegas de entre los siglos XII
al XVIII, en las que durante siglos se elaboró el vino de la tierra y ahora
ofrecen cobijo a las peñas arandinas, que tienen la hospitalidad y la juerga en
su adn y son el alma de sus fiestas.
En el ámbito empresarial dispone de varios polígonos industriales, uno
de ellos, acoge algunas de las mayores empresas de Castilla y León –Leche
Pascual, GlaxoSmithKline, Michelín-. Es la capital natural de la Ribera del
Duero y, como tal, aquí se asientan alguna de las bodegas principales y más
antiguas, como la de Torremilanos, una de las fundadoras de la Denominación de Origen
Ribera del Duero.
A mayor abundamiento, allá por los años 60 del pasado siglo tuvo un
festival internacional: el Hispano Portugués de la Canción del Duero. Y acaba
de dar un zambombazo con la última edición de Sonorama.
Por si fuera poco, goza de una gastronomía en la que lo mismo se
encuentra un congrio a la arandina que un lechazo asado o un cordero al
chilindrón. Todo ello bien regado con un tinto de la Ribera y acompañado por la
torta de Aranda, que goza de acreditación oficial. Por tener, tiene Aranda
hasta una bodega que produce cava. Más no se puede pedir.
Pues a esta villa le ha tocado la, por ahora, última edición de las
Edades del Hombre, una iniciativa de José Velicia, sacerdote ya fallecido, y
del escritor José Jiménez Lozano, para dar a conocer el patrimonio sacro que
guarda la iglesia de Castilla y León, bajo un lema o divisa en cada caso. La
idea fue aceptada por la cúpula eclesiástica y desde 1988, las Edades del
Hombre, convertida en fundación, han abierto exposición en todas las catedrales
de las capitales de provincia, primero, y, a la vista del éxito de crítica y
público, en aquellas poblaciones que lo solicitan. La de Aranda es la XIX
edición y su lema Eucharistia. ¿Hay patrimonio para tanta exposición? Por
haberlo, parece que sí. Otra cosa es cómo seleccionar las obras en función del
tema expositivo.
Eucharistia se inauguró el 6 de mayo –con asistencia de la infanta
Elena- y tiene prevista su clausura el 10 de noviembre. El 8 de agosto recibía
a su visitante número 100.000. Aranda ha echado el resto y, además de encontrar
un casco antiguo notablemente embellecido, los visitantes encuentran a su
llegada cuanto precisan para disfrutar de una agradable estancia. Profusión
documental, una tarjeta turística que brinda descuentos y ofertas en el
comercio local y hasta una aplicación digital que permite seguir la exposición
a través de teléfono o tableta. Los restauradores arandinos están encantados.
¿Y la exposición? Bueno, tampoco se puede tener todo. Eucharistia reúne
“130 obras de todas las disciplinas artísticas”, según reza el folleto
turístico. Vale decir, de todo pelaje. El visitante encuentra varios cuadros de
firmas consagradas: Antonio López, Vela Zanetti, Carmen Laffon, Sorolla,
Murillo, Pérez Villalta, enfrentados a otros menos conocidos, que interpretan a
su manera de ver un mismo tema: el pan, el vino…, algunos bajorrelieves,
tapices, el conocido “Sacrificio de Isaac”, alabastro de Gil de Siloé que
habitualmente se encuentra en la Cartuja de Miraflores, un San Juan de Diego de
Siloé, un relieve escultórico en chapa de acero de Carmelo de la Fuente,
artista local con proyección exterior, una “Última cena” en aluminio de Víctor
Ochoa, una custodia de Juan de Arfe, el cáliz y las vinajeras de los
Condestables de Castilla, la casulla y el alba de San Juan de Ortega… y así
hasta ciento treinta, incluida una escultura del beato Manuel González en
madera de abedul esculpida por Juan de Ávalos. Que seguramente tiene su encaje
en la exposición pero que a esta visitante se le escapa cuál pueda ser.
¿Vale la pena acudir a Aranda para ver la XIX edición de las Edades del
Hombre? Si se trata únicamente de hacer un repaso a las obras del catálogo, el
de la catedral de Burgos es mejor, para qué nos vamos a engañar. Pero el
visitante que acuda a Aranda tendrá ocasión de contemplar el retablo de la
iglesia de Santa María, del siglo XVII, felizmente recuperado después del
traslado y medio expolio que sufrió en los años 60 del pasado siglo. Entonces
se llevó a un lateral de la iglesia, traslado en el que perdió alguna de sus
piezas, y ahora ha sido restaurado y trasladado al presbiterio, su
emplazamiento original. También se han restaurado las yeserías mudéjares de la
escalera del coro, una filigrana primorosa, como lo es el púlpito de la iglesia.
Eso sí, fotos, ni se te ocurra.
Aún más, el visitante tendrá ocasión de contemplar esa pequeña
maravilla que es la iglesia de San Juan –habitualmente museo de arte sacro-.
Una iglesia que estuvo a punto de ruina allá por los años 80. Y que,
venturosamente, fue salvada. Sólo por eso, ya valdría la pena una visita.
Pero si al visitante le pide el cuerpo un poco más, ahí debajo de San
Juan tiene un hermoso puente medieval –al que los arandinos seguimos llamando
puente romano, nada más que por confundir- unos metros antes de donde el
Bañuelos, río que tuvo buenos cangrejos y que fuera patrimonio de Pablo el
Barriles, rinde sus aguas al Duero. Y frente por frente con la portada de San
Juan se encuentra la Casa de las Bolas -convertido en museo- donde entre 1461 y 1465 se alojó doña
Juana de Avis, esposa de Enrique IV de Castilla, y donde quiere la tradición
que fuera engendrada su hija, la desventurada Juana la Beltraneja. Incluso hay
quienes afirman que en esta misma casa buscó reposo doña Juana de Castilla,
también conocida como la Loca, cuando transitaba con los restos de su esposo
don Felipe el Hermoso. Pero en realidad, pocos son los pueblos entre Burgos y
Tordesillas por donde no se diga que pasó la pobre doña Juana.
En suma, que el que no venga a Aranda será por causa de fuerza mayor
pues razones sobran para la visita ahora o cuando le venga bien, aunque no tengan que ver
con la exposición de las Edades del Hombre.
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