Los seres humanos somos animales de convenciones. Es convencional ser
mejores en Navidad, descansar en verano, beber y reir en Nochevieja. Y acordarnos
de nuestros muertos cada primero de noviembre.
Nuestros muertos. Esa lista que los años van engrosando.
Aquél amigo de la infancia que te miraba embobado. Tu primer amor, si
puede hablarse de amor a los 14 años. Lucio se trabucaba con las palabras cada
vez que te veía. Aquel año, a la vuelta de las vacaciones, os saludasteis como
siempre. Ambos habíais dejado de ser los niños canijos que habíais sido para
convertiros en adolescentes espigados. ¿Cómo estás?, le dijiste. Mucho bien,
respondió él con la cara roja.
Mucho bien, se reían las amigas medio pijillas, como tú entonces. Y tú no
te atreviste a decir que Lucio era tu amigo del alma y que, aunque ignorara
algunos usos sociales, era un tío legal que daría la vida por ti.
No la dio por ti sino porque se le llevó un camión cuando volvía a casa
en bicicleta el invierno de aquel mismo año. No pudiste remediar tu cobardía y
ya no podrás hacerlo nunca más. Pobre Lucio, decían al narrar el accidente. Pobre
de mí, pensabas tú.
Nuestros muertos.
Roberto, que te hizo reir cuando más lo necesitabas. Que te enseñó a
cocer la pasta. Que guisaba para animarte. Quien decía de su mujer que era tan
inútil en la cocina que se ponía a hacer una ensalada y se le quemaba. Roberto,
tan divertido, tan guapo, tan buena gente. Tan buena persona que no molestó ni
para morirse. Se lo encontraron sentado sin vida en el sillón frente a la
televisión. Dejándote ese hueco que notas de vez en cuando, al recordarle, al
ver a su hijo, un mocetón ya que tanto se le parece.
Nuestros muertos.
El padre, que murió en el momento justo, cuando ya se anunciaba un
declive que él no hubiera podido soportar de haber sido consciente. Tu padre,
tan aficionado a la velocidad, que se compró un coche deportivo cuando ya había
empezado a perder vista y facultades. Ese coche que enfilaba el morro al salir
del garaje, en la calle más transitada de la ciudad donde vivía, y desde el que
miraba a uno y otro lado, para salir justo cuando venían coches en ambas
direcciones. Ese coche en el que nadie quería ir, nadie más que tú
Cuando supiste de su muerte se te hizo un nudo en el corazón pero no
fuiste capaz de una lágrima. Hasta que, años después, fuiste al cine a ver la
película Tierra y libertad y notaste cómo te manaba un río de lágrimas. Era la
historia de tu padre, las palabras que tantas veces habías oído, el entierro
que a él le hubiera gustado. Tu duelo.
Nuestros muertos.
La abuela. Aquella mujer mítica, la matriarca de la familia. Casi iletrada
pero tan inteligente, que nada sabía y lo sabía todo. Enamorada hasta el último
día de su vida de un marido que murió cuando ella tenía 29 años. Tan divertida,
tan sabia. Protectora de la familia, aglutinadora de la saga de nietos.
Tenía 92 años cuando se fue y su marcha fue una liberación. Para ella, en
primer lugar, pero también para ti. Su ausencia era menos dolorosa que ver su
mirada perdida, el vacío de su memoria. Aunque su marcha te cerrara
definitivamente el camino de vuelta al hogar familiar, al abrazo en el que
cobijar tu desamparo, el pañuelo –moquero, decía ella- que limpiara tus
lágrimas.
Nuestros muertos son también esa gente que no conociste personalmente o a
quienes conociste de manera casual: Gary Cooper, José Antonio Labordeta, Juan María Bandrés,
Natacha Seseña, cuya muerte acabas de conocer. Una mujer que fue la primera en
tantas cosas, que ha abierto caminos para que otras mujeres transiten.
Nuestros muertos.
Lo cierto es que me acuerdo de mis muertos bastantes mas veces al año, y me fastidia cuando llega este dia tener muertos a la espalda...
ResponderEliminar¿Quien no los tiene?
Besos
Que estamos vivos, que hemos recorrido un camino, que no hemos perdido el tiempo, que hemos tenido oídos, que no olvidamos, todo esto y mucho más deberíamos celebrar cuando recordamos y traemos a nuestro lado a aquellos y aquellas que nos precedieron y siguen haciéndolo.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo en este día que no es el único en el que las sombras parecen demasiado alargadas, pero en el que es imposible sustraerse al recuerdo.
Tal vez por eso, porque son convenciones, o convenios, es cuando procuro llevar mis pensamientos y mis recuerdos por otros caminos.
ResponderEliminarUn besino.