Me gusta
Portugal. Me gusta mucho su litoral y el interior, esa sabiduría con la que los
portugueses cuidan sus monumentos, esa manera suya de hablar, esa cortesía para
ignorar que eres incapaz de aprender su lengua mientras ellos sí hablan la
tuya, esa forma tranquila y a la vez rotunda de hacer las cosas. Me gustan sus
ciudades grandes y sus pequeños pueblos. Perderse tranquilamente en Lisboa y
pasear por Óbidos.
Sostiene Valdomicer, que es hombre sabio, que Cabo Carvoeiro
es uno de los lugares más bonitos del mundo pero el Cabo da Roca le anda a la
zaga. El palacio de Sintra es lo más parecido a una ensoñación y estoy
convencida de que en su parque ocurren las historias más fabulosas que pueda
imaginar –o no- la mente humana. Alcobaça es la sepultura perfecta para un amor
inmortal: el de Pedro e Inés. Y Batalha tiene algo de misterioso en sus
Capillas Imperfectas (o inacabadas). Valença do Minho es, de lejos, como una
ciudad medieval y, de cerca, un núcleo proveedor de servicios. Miranda do Douro
es una ciudad colgada sobre el Duero y Oporto tiene la virtud, a mis ojos, de
entregar las aguas del Duero a la mar océana.
Cuando llego a
Portugal, menos veces de las que quisiera, me pregunto qué nos diferencia a
españoles y portugueses para que seamos dos países distintos y todas las
razones que se me ocurren son en detrimento español. Hemos perdido y perdemos
mucho con la segregación portuguesa. Basta con revisar
la historia reciente de ambos países. Ellos supieron sacudirse una dictadura
sin violencia pero sin contemplaciones. Separaron el grano de la paja
–depuraron a los elementos de la PIDE sin miramientos- e hicieron borrón y
cuenta nueva.
Pusieron empeño y
medios –los escasos medios de que disponía una metrópoli que acababa de perder
sus colonias- en la alfabetización de la población y allí era de ver a ancianas
arrugadillas desplazarse a las escuelas para aprender a leer. Y a esas y otras
compañeras de promoción leyendo a sus poetas clásicos.
Luego, las cosas
se tuercen y los políticos no siempre están a la altura de su electorado. Pero
un pueblo que hace una revolución a los sones de una melodía como Grándola villa morena se merece un
respeto.
He empezado por
decir que me gusta Portugal y añado que si en llegando a los sesenta no haces
lo que quieres vas quemando oportunidades de hacerlo. El colega y yo teníamos
empeño en estrenar un año en Portugal y hemos decidido hacerlo éste. En Aveiro,
concretamente.
Aveiro es una
ciudad pequeña, entre 60.000 y 80.000 habitantes según se cuente el núcleo
urbano o el ámbito municipal, que allí se extiende en fregresías o parroquias.
Pequeña, pero con personalidad. Atravesada por canales en los que otrora se
transportaba la preciada sal extraída de sus salinas, es conocida como la
Venecia portuguesa.
En realidad, el
slogan turístico no le hace mucha justicia. Aveiro es mucho más que sus canales.
Dos ejemplos ilustran su personalidad: su museo –un antiguo monasterio, con una
notable colección de estatuaria religiosa- y el estadio deportivo, con un
emblema ilustrativo: Educar en primer lugar.
Visitar una
ciudad de vacaciones estivales en invierno puede que no sea la mejor de las
ideas pero tiene dos ventajas: se encuentra fácilmente alojamiento y no hay
problemas de saturación. A veces llueve, lo que ofrecerá ocasión de ponerse a
cubierto en sus museos o en la catedral, digna de ver, pero como siempre que
llueve escampa, habrá oportunidad de dar un paseo en moliceiro -que es como se
llama la barca que surca los canales- para ver las salinas, para recorrer sus
hermosas casas de art nouveau, para contemplar sus humedales en los que invernan
miles de aves, la antigua fábrica de cerámica o, simplemente, para pasear por
sus calles, acercarse hasta Beira Mar, la zona de veraneo a orilla del
Atlántico, con su enorme faro, o a Costa Nova, con sus preciosas casas de
colores.
Aveiro es una ciudad plácida, con amplias avenidas como la del Dr. Lourenço Peixinho, la arteria comercial por excelencia, que concluye en la estación de ferrocarril, cuyo primitivo edificio es de un primor que dan ganas de sentarse enfrente sólo a mirar. Lo que no es mala idea porque justamente ahí, enfrente, hay varias cafeterías donde se pueden degustar los ovo moles, dulce típico equivalente a las yemas dulces, envueltos en una fina oblea a la que se dan formas diversas. Una exquisitez. Seguro que cualquiera de las cafeterías son confortables pero en la Tricana de Aveiro tienen un surtido de dulces a cual más apetecible y un personal amable que te tratan como si fueras de la casa. Y wifi como valor añadido.
Los amantes de la
gastronomía lusa tienen su lugar en el entorno del Mercado de Pescado. Éste es
un edificio de hierro que en los bajos acoge la actividad que le da nombre y en
los altos, un restaurante homónimo. El restaurante tiene una carta no muy
amplia pero excelente. Estupenda la cataplana de anguilas o sus pescados al
horno. Yo no me iría sin probar sus anguilas fritas. El personal es muy
profesional –en general, el sector turístico portugués ha alcanzado un nivel
muy competente- puedes dejarte aconsejar antes de hacer la elección. En los
alrededores de Aveiro, el mejor lugar para comer es en Beira do Mar, en el
entorno del Faro.
En la Nochevieja
portuguesa no hay uvas, sino pasas. Hay que pedir un deseo con cada pasa. Se
cena, en casa o fuera, y, a la medianoche, la gente sale a la calle a ver los
fuegos artificiales. También hay champán. Y brindis. Y aunque no conozcas a
nadie, no estarás sólo. Los portugueses se acercarán a brindar contigo y a
desearte feliz año. Luego tú harás lo propio y, antes de que te des cuenta, te
habrán hecho sentir como en familia.
Así que hemos terminado
el año con un deseo más cumplido. En Portugal, esa tierra amable y querida. No pintan
oros para este 2014 pero volvemos a casa entonando por lo bajinis esa letanía
tantas veces repetida: Menos mal, menos mal que nos queda Portugal.
Bonito viaje por Portugal has dado y por lo que leo también has probado su gastronomía, personalmente no entiendo a un viajero si no coma las especialidades de la región visitada. He tenido la suerte de realizar varios viajes a Portugal a sus distintas zonas, ninguna de ellas me ha desilusionado y su comida menos aún.
ResponderEliminarUn abrazo.
Qué hermosura y qué ganas de ir!!
ResponderEliminar¡No me digas que nunca te hablé de Cabo Espichel! Donde todavía quedan las huellas de la borriquilla en la que María, madre de Jesús, subió el acantilado tras llegar a Europa.
ResponderEliminarImperdonable.