Los
sesenteros somos de naturaleza analógica. Nada de lo que es normal para los
niños que han nacido en este siglo existía en nuestra infancia. Ni Google, ni
internet, ni los móviles, ni televisión, ni siquiera los ordenadores. Nos comunicábamos
a viva voz y nos divertíamos a base de mucho palique, mucho correr y hazañas de
este tipo. Algunos nos hemos reciclado en la medida en que hemos podido pero
por naturaleza somos analógicos.
Cuando
yo era pequeña, para hablar por teléfono entre Barcelona y un pueblo de Burgos
había que ir a la oficina local de Telefónica, que era la única empresa de
telefonía que había y además era nacionalizada, pedir una conferencia, la
compañía mandaba aviso de conferencia y fijaba una hora para la comunicación
que luego se producía siempre con una hora de demora por lo menos, a voces en
el locutorio y con múltiples interrupciones. “Le pongo su conferencia con
Barcelona en la cabina 1”, decía la señora que colocaba las clavijas. Y allí
que ibas tú a gritar al teléfono y a todos los presentes.
Con
esos antecedentes, comprenderéis que las tecnologías avanzadas tengan para mí
un componente de emoción que no tienen para la Pubilla y sus amigos, que son
nativos digitales. Cuando me da por pensar miro al interruptor de la luz, que
das un pellizco en la pared y se encienden las bombillas, y me digo que cuántos
acabaron en la hoguera por mucho menos. Y no digo nada de la telefonía móvil,
que ni siquiera tienes la explicación del cordón. Aquí las palabras van por el
aire y el aparato las coge al vuelo, como a las moscas. En ocasión para mí
memorable que pude establecer comunicación con el colega desde mitad del
Atlántico Sur –satélite mediante- con las costas africanas en lontananza, se me
saltaron las lágrimas de emoción. Creía estar siendo testigo de un milagro.
Tecnológico, pero milagro.
Uno
de los sectores donde más se ha notado el cambio ha sido en el de la
comunicación. La radio, la televisión, la prensa escrita de hace treinta años
nos parece ahora antediluviana. Hasta que empezó el proceso de digitalización tú
escribías tu texto, lo titulabas y se lo dabas al maquetador y allá él. A veces
te venía, con mucho cuidado de no molestar, para que cortaras algo porque no
entraba. Que no cabe, decía. Y tú lo hacías a regañadientes y le echabas una
mirada de perdonavidas al “maqueta”. Luego, era éste el que te daba ya marcado
el espacio y no había discusión posible. Si tenías dos columnas tenías que
dejarte de florituras y buscar un titular que cupiera. Lo llamábamos “la dictadura
del maquetariado”.
Así
que hoy, cuando he visto esa rueda de prensa en la que de un lado hay una panda
de periodistas y de otro los hologramas de Hugh Jackman y el director de su
última película me he acordado de los locutorios de Telefónica –la CTNE- y de
los tiempos analógicos. Se veía venir, me he dicho. Te organizan una cosa que
llaman rueda de prensa pero que no se admiten preguntas y sigues yendo una y
otra vez, aceptas que el presidente del gobierno se aparezca en plasma y sigues
llamándolo información en vez de propaganda, te prestas a hacer espectáculo en
vez de debate y sigues diciendo que es periodismo. Tenía que pasar.
Y
no es que me parezca mal, no. Me gusta el invento. Como que voy a ver si me
echo a la cara el holograma de Rajoy y le pregunto si ya sabe a cuánto asciende
todo eso que él dice haber perdido por dedicarse a la política en vez de a su
Registro de la Propiedad de Santa Pola. Y ya puesta, a ver si me cruzo con el holograma de
Zapatero y le voy a recordar aquello que nos dijo un día de que iba a empezar a
recortar “cueste lo que cueste y me cueste lo que me cueste”, a ver si me explica
cuánto le ha costado a él haber seguido las órdenes de la superioridad financiera
competente y de frau Merkel, porque lo que ha costado a los españoles ya lo sé.
En
fin, esto del periodismo de holograma no ha hecho más que empezar y puede dar
mucho de sí. O de no.