Dondequiera
que mire el viajero hallará la blancura inmaculada de esta ciudad
cruzada por el río Gilao, en pleno Parque Natural de la Ría de
Formosa.
Como
muchos de los pueblos blancos gaditanos, Tavira se desparrama por una
ladera, aquí coronada por un castillo y una iglesia. Se han
encontrados restos de una muralla fenicia y su puente más famoso es
romano, pero la fortaleza es del siglo XII y fue construida por los
árabes que ocuparon estas tierras hasta que en 1239 fueron
reconquistadas por los cristianos. El castillo y las tierras que lo
rodeaban fue donado por Alfonso X de Portugal a su nieto Alfonso III
y luego, modernizado, ampliado y reforzado en 1656. El terremoto de
1755 lo dejó muy dañado y el abandono posterior acabó por
desmantelarlo. En 1939 estos restos fueron declarados Monumento
Nacional.
El
castillo ofrece magníficas vistas de la ciudad y de su entorno; su
interior esconde un jardincillo que en la mañana que lo visitamos
ofrece un fresco alivio frente al calor exterior. Este es un buen
lugar para contemplar la iglesia de Santa María del Castillo, del
siglo XIII, con su llamativo y puntual reloj. El Convento de Gracia,
situado un poco más abajo de iglesia y castillo, se ha convertido en
hotel de la red nacional de Pousadas, equivalente a los Paradores
españoles.
Callejeando
ladera abajo se llega a la rua da Libertade, la calle principal, y
por ella a la Plaza de la República, el corazón de la ciudad. Los
viajeros contemplan el monolito levantado en memoria de los caídos
en las guerras lusas, tan frecuentes en las ciudades portuguesas, y
no pueden por menos de envidiar que este recuerdo esté libre de
rencillas o rencores guerracivilistas.
Entre
la Plaza de la República y el río se extiende un jardín público
primorosamente cuidado, en cuyo centro se alza un templete, que
remite a imágenes similares en pueblos españoles. El parquecillo
termina en una explanada frente al Mercado de Ribeira, convertido en
un moderno centro comercial y de ocio, donde los viajeros se
refrescan con un rico zumo de naranjas recién exprimido.
Cerca
de donde los viajeros descansan, una pareja mayor discute
animadamente. La mujer parece reconvenir al hombre y éste se
defiende de mala gana, entre sucesivas toses. Finalmente, ambos se
levantan y se dirigen a la salida, caminando con dificultad. Antes de
abandonar el recinto, el hombre entra en los aseos, la mujer parece
seguir la discusión o advertirle de algo. El colega entra también
en los aseos y sale riéndose. ¿Qué pasa?, le pregunto. El viejillo
me ha pedido un pitillo, dice, y me ha dicho que su mujer le tiene
amargado por el tabaco...
Los
viajeros vuelven a cruzar el río por uno de los cuatro puentes
modernos que comunican la ciudad vieja con su ampliación. Tanto
desde el puente romano, de visita obligada, como desde cualquier otro
lugar que se contemple, el conjunto es una población de aspecto
plácido y tranquilo, muy apreciada por los visitantes estivales.
Si el viajero busca soledad, arena y mar, este es su lugar también pero debe ir advertido. Tavira no tiene playa pero quienes quieran disfrutar del mar sólo tienen que cruzar la ría y refugiarse en las islas de Cabanas o de Tavira, once kilómetros de playas amplias, limpias y salvajes: Santa Lucía, Tierra Estrecha, del Barril, del Hombre Desnudo, frecuentadas por viajeros de medio mundo.
Y sobre la puente romana, si se presta atención, todavía puede oírse la bella historia de Gilao y Séqua.
ResponderEliminarNo sé si te lo han dicho pero ver tu nombre aquí y ahora me ha dado un escalofrío en el corazón.
ResponderEliminarHablaré sobre la leyenda en otro momento.
Siéntete en casa.
¿Quién me va a hablar a mí de escalofríos en sitio semejante?
EliminarGracias por la acogida.