¿Tú
sabes quién fue Franco?, pregunto a la Pubilla cuando llegamos a la
altura del Palacio del Pardo. Sí, el que gobernaba en España
durante la segunda guerra mundial, responde ella y nos deja un poco
descolocados a los dos abuelos.
También
fue un militar que se sublevó contra la República y, como no
triunfó la sublevación, emprendió una guerra civil que duró tres
años y, cuando ganó su bando, se mantuvo en el poder como dictador
durante casi cuarenta años, le explico. Habíamos llegado a creer
que no se moriría nunca pero se murió porque también los
dictadores se mueren, como todo el mundo.
Hemos
aprovechado la fiesta de la Almudena para visitar el monte del Pardo.
Los ciervos, el Cristo de Gregorio Fernández y el cementerio son,
por ese orden, los objetivos de la excursión. Así que empezamos por
el cementerio.
El
del Pardo es un camposanto peculiar. De reducidas dimensiones, tiene
un aire frío, como de muestrario de mármoles pero sin alharacas.
Nada de exuberancias, nada de expresiones artísticas o
sentimentales, apenas ninguna escultura, pocos epitafios originales.
Placas que más parecen una razón social que el recuerdo familiar.
Ya
hemos paseado otras veces por este lugar y escribí sobre ello aquí
pero hoy quiero enseñárselo a la Pubilla porque ya va teniendo edad
de aprender algunas cosas. Pero al contrario que en la ocasión
anterior, ya no hay ningún cartel prohibiendo hacer fotos, por lo
que accedemos empuñando la cámara para retratar la capilla, en cuya
cripta reposan los huesos de Carmen Polo, mujer que fue de Franco. La
niña, que espera ver los ciervos, está poco interesada en las
tumbas por más que le vamos contando quienes fueron algunos de los
ilustres huéspedes.
La
mayoría son familias de mucho dinero pero discretas, no quieren
llamar la atención ni después de muertos, le digo mientras señalo un mausoleo sin ninguna identificación. En otro solo se lee
FE. Como Falange Española, aventuro, porque aquí yace la flor y
nata del franquismo, y apunto a la sepultura de la familia Fuertes de
Villavicencio, cuyo cabeza fue jefe de la Casa Civil del General.
El
día ha amanecido soleado, cálido y luminoso como suele ser el otoño
madrileño y parece un poco cruel retener en un cementerio decadente
y frío a una niña de catorce años que espera trotar por el monte,
así que apresuramos el recorrido y vamos directamente a la cripta
negra objeto de la visita. Dos hombres se nos han adelantado; uno de
ellos, que lleva indumentaria de trabajo, le dice al otro: El jefe ya
no está aquí, y siguen su camino.
En
la cripta solo reza: Familia Trujillo. Y, hasta donde se sabe, guarda
los restos de Rafael Leónidas Trujillo Molina (1891-1961) y su hijo
primogénito Rafael Leónidas (Ramfis) Trujillo Martínez (1929-1969)
pero el comentario del enterrador me ha dejado intrigada así que me
dirijo al hombre y le pregunto directamente. Eso tengo entendido,
responde, que sólo está la señora, pero tampoco puedo decirle
mucho porque los mausoleos son sitios privados. Yo no puedo entrar,
ni tengo la llave. Hace poco hicieron obras y de vez en cuando viene
alguien, pero no se ve nada porque los muertos están en la cripta
subterránea.
Hago
una búsqueda en internet y compruebo que el pasado mes de mayo murió
una de las hijas de Ramfis Trujillo, María Altagracia Trujillo
Ricart, que en 1969 protagonizó un secuestro algo rocambolesco.
Quizá sea a ella a quien se refiera el enterrador.
Tratamos de inculcar a la Pubilla la idea de que todo cuanto sucede nos concierne, aunque parezca que nos pilla lejos y en el empeño me vengo un poco arriba. Mira
bien la tumba y no te olvides de que aquí está una parte importante
de la historia de República Dominicana, un poco de España,
incluso, de refilón, un poco tuya, advierto a la Pubilla para
llamar su atención. ¿Mi historia?, se sorprende ella.
Pues
sí, porque ese primer Trujillo, dictador de Dominicana entre 1930 y
1961, a quien Mario Vargas Llosa hizo protagonista de su novela La
fiesta del Chivo, mandó matar a las Hermanas Miraval, en memoria de
quien se instituyó el 25 de noviembre como el Día contra la
violencia machista, en alguno de cuyos actos has participado. Y no
sólo eso. Ese mismo Trujillo acogió en su país y protegió a un
pintor y muralista que huyó de España al término de la guerra
civil: José Vela Zanetti, y en un instituto que llevaba el nombre
del pintor empezó tu madre el bachillerato.
Terminamos
la visita al cementerio y seguimos con el Cristo del Pardo, destacada
obra de Gregorio Fernández. La imagen yacente de Cristo moribundo es
realmente expresiva; la Pubilla aguanta el tipo pero nos cuenta que
una de sus amigas tuvo pesadillas después de que sus padres le
llevaran a ver una imagen semejante.
La
estamos dando el día, le digo al colega en un aparte. Sí, admite
éste, más nos vale dar un paseo por el monte y dejarnos de
excursiones histórico artísticas. Así lo hacemos, para comprobar
que hemos coincidido en la idea con la mitad de familias con niños
de Madrid y el monte está saturado. Ni siquiera apetece quedarse a
comer en el Torreón, como era nuestra intención. Así que
concluimos la visita y volvemos a casa.
Otro
día volvemos y te explico quien era Carrero Blanco, que también
está enterrado en el cementerio del Pardo, le propongo. Vale, dice
ella sin perder la sonrisa. Lo tengo dicho: los nietos son el
mejor tesoro de esta edad.
La Pubilla dirá para sus adentros, eso son historias de los abuelos Cebolleta.
ResponderEliminarSaludos
pues yo me lo he pasado muy bien paseando con vosotros por el pardo...
ResponderEliminarbesotes!!!
Este fue unos de peores monstruos de la historia.
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