Foncebadón
es nombre rotundo, entre jaculatoria e imprecación. Foncebadón es
un hito en el Camino de Santiago. Próximo a la Cruz de Ferro, a la
sombre del monte Irago y con el Teleno al frente, Foncebadón se
encuentra en el límite entre la Maragatería y el Bierzo, a orilla
de la carretera LE-142, a 1.510 metros de altura. Tubo momentos de
esplendor, en el siglo X fue sede de un concilio, el obispo Gaucelmo
creó un hospital y albergue de peregrinos y, más recientemente, en
la época de los arrieros que traían el pescado de Galicia y levantaban en el pueblo sus buenas casas de piedra. Pero desde la década de los 60 del pasado siglo, cuando se inició la
emigración a las ciudades, Foncebadón, en realidad una pedanía de
Santa Colomba de Somoza, fue perdiendo población hasta quedar
únicamente María y, en ocasiones, su hijo.
María
era un personaje de tragedia griega. Los viajeros la conocieron ya
mayor, a principios de los años 90, y a pesar de su edad tenía
coraje para enfrentarse a lo que se pusiera por delante. Así fuera
el obispo o los elementos. Julio Llamazares relató en este magnifico artículo la defensa que María hizo de las campanas de la iglesia
cuando el obispado quiso llevárselas ante el riesgo de ruina de la
iglesia. Dos curas, seis obreros y cuatro guardias civiles no fueron
capaces de vencer ni de convencer a la única vecina de Foncebadón
para llevarse las campanas. Que las necesitaba para avisar a los
pueblos cercanos si se producía un incendio o si un peregrino
necesitaba ayuda, alegó. A pedradas y a denuestos les ganó María
la partida. El hijo, presente en el intento, no intervino. Se limitó
a advertir que “si alguien tocaba a su madre cogía la escopeta y
le metía un tiro, que aquellas campanas tenían que tocar a muerto
por ella y que luego hicieran con ellas lo que les diera la gana,
incluso deshacerlas si querían”, relata Llamazares.
Los
viajeros llegaron a hablar con María en una ocasión, un poco antes
del incidente con el clero y la guardia civil. En las visitas
siguientes, vimos como el pueblo se desmoronaba hasta quedar
convertido en una sucesión de ruinas y sospechamos que la anciana
María o había muerto o se había ido.
Hemos
vuelto a comienzos de noviembre, en una tarde desapacible y lluviosa,
y aún no nos hemos repuesto de la sorpresa. Algunas de las casas se
han restaurado, se han levantado otras nuevas y hay varios
alojamientos y albergues, tiendas: tres bares-restaurantes, cuatro
albergues, un bar-tienda de ultramarinos y una pensión, informa su
web. Un Benidorm de montaña en pequeño.
Esa
tarde, vimos salir humo de varias de las casas, vimos ropa tendida y
algunas personas en el interior de los establecimientos. La espadaña
de la iglesia está rodeada de andamios: ahí siguen sus campanas. La
nave del templo, que vimos antaño con la techumbre arruinada, hoy es un
albergue restaurado con fondos americanos. Las asociaciones sostienen que es el Camino quien ha salvado a Foncebadón. Sin duda, mejor es así
que la ruina anterior pero los viajeros sienten que algo indefinible,
algo de la esencia de Foncebadón ha desaparecido, se ha ido con María.
El
pueblo sigue el modelo de los del Camino: una población alargada,
casas flanqueando la ruta. La carretera se desvía un poco después
de la entrada y vuelve a confluir a la salida. Una cosa te digo, si
entras a Foncebadón en coche ni se te ocurra seguir el camino; paséate cuanto quieras pero a la hora de conducir, date
la vuelta y toma la carretera por donde has entrado. De lo
contrario, te arriesgas a quedarte con el coche patas arriba, como Gregor Samsa tras la metamorfosis. Los
viajeros estuvieron en un tris, con un grado de inclinación de al
menos 45%. Sólo
de recordarlo se me acelera el pulso.
Un
poco más adelante, ya en la carretera LE-142, se encuentra la Cruz
de Ferro. Sobre un montículo de piedras, un poste de madera de cinco
metros de altura rematado por una cruz de hierro, réplica de la que
se encuentra en el Museo de Astorga. Es tradición que quien pase por
el lugar deposite una piedra traída de su lugar de procedencia.
Varias son las explicaciones que justifican su existencia. Hay quien
cree que es sólo una señal para orientación de los peregrinos en
tiempo de grandes nevadas. Hay quien refiere que se trata de una
herencia de la época romana, un hito de separación entre
circunscripciones. Y los hay que aseguran que es un “monte de
Mercurio”, con que los caminantes celtas señalaban los lugares
estratégicos, costumbre que luego se cristianizó con las cruces. La
Cruz de Ferro es otro de los puntos claves del Camino pero en la última visita más parecía un monte de escombros que de piedras. A un lado, la ermita
de Santiago. Cuando llegamos, vemos a una peregrina que sigue su
camino, sola, cubierta por un plástico para protegerse de la lluvia.
La
tarde está oscura pero, un poco más abajo, se abren las nubes y
aparece el sol en todo su esplendor. La escena tiene tintes de
película bíblica, como cuando Moisés bajaba del Sinaí, en Los
diez mandamientos. Nos quedamos paralizados al borde de la carretera,
saboreando ese instante mágico. Y recordamos a María. Quizá los
anclajes del pasado y momentos como este son los que la retendrían
en la soledad de Foncebadón.
María sigue viviendo en Foncebadón. Sólo pasó una corta temporada en Astorga hasta que volvió su hijo y abrió uno de los nuevos albergues.
ResponderEliminarNos alegra la noticia.
ResponderEliminarMe encanta viajar con vosotros ;)
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