Los
viajeros llegan a Arles, uno de los puntos elegidos por el colega,
con cuatro ideas básicas: la ciudad conserva importantes restos
romanos, un teatro y un anfiteatro, una iglesia románica, la de San
Trófimo, con un claustro notable, y aquí pasó Van Gogh un año de
su triste vida. Con estas premisas, se dirigen en primer lugar a la
oficina de turismo, donde les proporcionan documentación suficiente
y donde compran el Pass, tarjeta que, por 11 euros, les facilita el
acceso a los principales monumentos durante un día.
La
oficina de turismo está en el inicio del boulevard Georges
Clemenceau, una vía que separa la ciudad antigua de la nueva. Justo
al lado, una placa muestra el texto del llamamiento que Charles de
Gaulle hizo desde su refugio de Londres, en junio de 1940, “a todos
los franceses, dondequiera que se encuentren, a unirse a mí en la
acción, en el peligro y en la esperanza. Nuestra patria está en
peligro de muerte. Luchemos por salvarla”.
Los
viajeros se encaminan a la vieja ciudad y enseguida llegan a
la plaza de la República, donde conviven el poder civil, el
ayuntamiento, y el poder religioso, la iglesia de Santa Ana, a la
izquierda, y la de San Trófimo y su claustro, a la derecha. En el centro, el obelisco romano, construido en el siglo IV en granito rojo de Asia Menor, de 20 metros de altura. Fue erigido en tiempos de Constantino II y ubicado en el centro de la spina del circo. Cuando el circo fue abandonado, en el obelisco se cayó y se partió en dos partes. Fue descubierto en el siglo XIV y reconstruido en el XVII.
Sentados
en una terraza de la misma plaza, se toman un respiro para enterarse
de que Arles fue fundada por los griegos en el siglo VI a.C. con el
nombre de Theline y conquistada sucesivamente por los celtas
saluvios, que la llamaron Arelate, y por los romanos, que llegaron el
año 123 a.C. y la convirtieron en una importante urbe. En el año 40
a.C. apoyó a Julio César frente a Pompeyo, que recibió el apoyo de
Massalia (Marsella). Tras el triunfo de César, éste, en represalia,
concedió a Arelate las posesiones que quitó a Marsella. La ciudad
se convirtió en una colonia de veteranos de la legión romana VI
Ferrata, la Colonia Juliana de Arles de los soldados de la Sexta
Legión.
Esa
ciudad romana de Arelate, con sus 400.000 metros cuadrados, alcanzó
gran importancia en la Gallia Narbonensis, como prueban sus
monumentos: un anfiteatro, un circo (del que quedan restos), un
teatro y un arco triunfal, además de sus murallas y un puente, del
que no quedan restos porque ha sido reemplazado por una construcción
moderna.
Su
momento de esplendor romano fue en los siglos IV y V, cuando los
emperadores la eligieron como cuartel durante sus campañas
militares. Fue favorita de Constantino el Grande, que construyó unos
baños termales cuyos restos aún se conservan. Aquí nació su hijo,
Constantino II y Constantino III la hizo capital cuando se declaró
emperador de Occidente, en el 408.
La
plaza sufrió el asalto de los sarracenos en el año 842 y 850. Durante
siglos fue un gran puerto fluvial del Ródano hasta que la llegada
del ferrocarril en el siglo XIX arrasó con el tráfico fluvial y
ocasionó el declive económico de la ciudad.
Los
viajeros se adentran en el claustro, que tiene dos galerías
románicas y dos góticas. La parte románica fue construida a
caballo de los siglos XII y XIII, primero la galería norte y luego
la oriental. Acabadas las obras, la ciudad inició un periodo de
decadencia, con la marcha de los condes de Provenza, luego, la peste
negra diezmó la población. Así que hasta finales del siglo XIV no
se reanudaron las obras de las galerías sur, con detalles de la vida
de San Trófimo, y oeste, con temas provenzales y de la vida de Santa
Marta luchando contra el dragón, ya en estilo gótico.
Los viajeros
se quedan directamente maravillados y concluyen que el claustro está
a la altura de cualquiera de los mejores que conocen, que son
algunos. Antes de volver a la plaza, descubren una escultura notable del escultor arlesiano Jean Turcan: El ciego y el paralítico. Y se acuerdan de las elecciones generales que ese mismo día se están celebrando en España.
En la puerta de la iglesia de San Trófimo un cartel impide la entrada excepto a los asistentes a la misa. Los viajeros dudan si entrar, pero una señora muestra con un gesto severo las cámaras y los invita a volver después. Volverán tres veces más y las tres veces encontrarán la iglesia cerrada. En consecuencia, saben de oídas que se construyó a comienzos del XII sobre una basílica del siglo V, dedicada a San Esteban, que los ábsides originales fueron sustituidos en el siglo XV por un coro con deambulatorio y que fue catedral hasta que en 1801 fue convertida en iglesia parroquial y en 1882, declarada basílica menor por León XIII. Toma el nombre de San Trófimo, en perjuicio de San Esteban, cuando en 1152 se traen aquí las reliquias del santo. En su etapa catedralicia fue escenario de la coronación de Federico I Barbarroja como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y de la de Carlos IV, rey de Bohemia.
Los viajeros toman posiciones ante la portada, que es tan
extraordinaria o más que el claustro. El Apocalipsis de San Juan, en
piedra. Organizada a manera de arco triunfal, representa el juicio
final. El tímpano muestra un Pantocrator, con Cristo enmarcado en
mandorla con el tetramorfos. En el friso del dintel, los apóstoles y
en el friso que recorre la portada, el resultado del juicio final: a
la derecha los condenados y a la izquierda los elegidos. Más escenas
evangélicas: la Anunciación, el Bautismo, la adoración de los
Magos, la matanza de los inocentes. En el nivel inferior, esculturas
de santos vinculados a Arles: San Bartolomé, Santiago, San Juan
Evangelista, San Pedro, San Felipe, San Esteban, San Andrés, San
Pablo y, naturalmente, San Trófimo. Llaman la atención las columnas
de piedra oscura, cuyas bases están decoradas con esculturas de
leones y de Sansón y Dalila. El catecismo al alcance de todos los
fieles. Una acabada muestra de románico provenzal, en un excelente estado de conservación, incluida en el
capítulo de monumentos romanos y románicos de Arles declarados
patrimonio de la humanidad.
No repuestos de la impresión, los viajeros siguen ruta hacia el lado romano de Arles. Casi limítrofe con la iglesia, se encuentra el Teatro antiguo, construido a finales del siglo I de nuestra era y con capacidad para 10.000 espectadores. También éste se encuentra dispuesto para las actuaciones estivales.
A
un tiro de piedra se encuentra también el Anfiteatro, la joya de los
arlesianos, de la misma época que el Teatro y con capacidad para
21.000 espectadores. Actualmente, está dedicado a plaza de toros.
Porque, como descubren los viajeros con alguna sorpresa, en Arles la
afición taurina está realmente arraigada. Todo en la ciudad remite
al toro, incluidos los menús. Arles y Nimes, en efecto, son ciudades
taurinas, con sus ferias en primavera y otoño. El anfiteatro da
sensación de solidez.
Los
viajeros posponen para otro momento la visita a los Criptoporticos
-dobles galerías subterráneas en forma de herradura- y buscan donde
comer en alguna de las direcciones que les han proporcionado en el
hotel. No se os ocurra acercaros a la plaza del Foro y menos aún al
Café Van Gogh, que es para guiris, comeréis mal y os clavarán, nos han advertido.
Pasan de largo, pues, de la plaza y toman la rue de las Termas en
dirección a Docteur Farton cuando el colega siente el olor de la
cocina de un establecimiento que no puede ser más impropio -todo en
la decoración gira en torno a la corrida de toros- y donde el plato
del día es ¡paella! Allí que se sientan los viajeros -a la viajera
la elección no le parece ni medio bien pero está demasiado contenta
después de la visita a San Trófimo como para protestar- y salen del
trance con una paella, tipo Benidorm, y una zarzuela de pescado,
manifiestamente mejorable. El cocinero sale a saludar a la clientela
e informa a los viajeros que aprendió a guisar en la Costa Brava.
El
casco histórico de Arles es relativamente pequeño, de manera que es
posible recorrerlo a pie sin demasiado esfuerzo. A pocos metros de la
paella, en la calle Doctor Farton, se encuentra la Fundación Vicent
Van Gogh, un pequeño museo dedicado al artista holandés, que aquí vivió
un año, de febrero de 1888 a mayo de 1889, con una actividad febril:
más de 300 cuadros, entre ellos algunos de los más famosos. En
Arles le visitó Paul Gauguin, aquí ocurrió el incidente del corte
de la oreja, tras una discusión entre ambos pintores y de aquí
partió Van Gogh al asilo de Saint Rémy de Provence. La exposición ofrece,
efectivamente, una muestra interesante de su obra, con
muy buenos retratos, y la de algunos de sus contemporáneos
influenciados por él.
Cruzando
el puente de Trinquetaille -itinerario del Camino de Santiago-
se alcanza la orilla derecha del Ródano, desde donde se disfrutan de
hermosas vistas de Arles.
Al caer la tarde, los
viajeros desoirán las advertencias y acabarán cayendo en la
tentación de sentarse en la Plaza del Foro; el primer día, para
tomarse un refresco en Chez Arelatis, que resultó ser una buena
elección, y el segundo, en el mismo Café Van Gogh, mientras la
selección española caía ante la italiana, con gran alborozo local.
En el pecado llevaron la penitencia. El camarero, además de
perdonarles la vida, les hizo esperar cerca de un cuarto de hora, les
sirvió una cerveza caliente y les cobró 15 euros por el favor. !Si
Van Gogh levantara la cabeza!
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