Acabamos
de volver de un pequeño periplo por tierras del midi francés. Algo
más de dos mil kilómetros en doce días, contando el salto primero,
de Burgos a Carcasona, y el último, de Toulouse a Burgos. Un
cansancio físico y una intensidad de emociones que nos llevará un
tiempo reposar.
¿Cómo
elegimos el itinerario? Hace tiempo que el colega quería ir a
Moissac, aproximadamente el mismo que la viajera planeaba conocer
Conques, ambos lugares vinculados al Camino de Santiago y, ambos
también, referentes en el románico francés. Luego, sobre la
marcha, el colega añadió una visita a los coliseos romanos de Nimes
y Arles y, sobre el mapa, parecía razonable acercarnos a Avignon. Y,
estando en Arles, no íbamos a irnos sin dar un paseo por la Camarga,
otro capricho del colega, que es muy dado al mundo animal y vegetal.
No como la viajera, que le dan alergia hasta los mosquitos domésticos
y se atasca en un surco. Su apuesta era Toulouse, la capital del
exilio español tras la guerra.
Como
la excursión coincidía con la Eurocopa, no fue fácil encontrar
hoteles -siete en total- que reunieran los requisitos que reclaman
los viajeros, a saber, que sean céntricos, que tengan conexión a
internet y aparcamiento para el coche y que sean mínimamente
decentes. Si hay que optar, por el mismo precio preferimos un hotel
de tres estrellas al lado de la plaza mayor del pueblo, que uno de
cinco en las afueras. Casamos finalmente fechas y alojamientos,
votamos por correo antes de salir y nos pusimos de viaje con la
ilusión de dos adolescentes.
La
primera etapa, Carcasona. Esta fue una incorporación de última hora
para no hacer demasiado largo el viaje hasta “las aldeas galas”
de Astérix y fue una decisión acertada porque la ciudad merece una
visita. En realidad, la Cité propiamente dicha es la ciudadela
medieval, el emplazamiento primitivo, constituida por el castillo y
sus murallas. La puerta de Narbona, del siglo XIII, con dos torres
contrafuertes, tiene acceso con vehículo, pero a la puerta de Aude,
también del siglo XIII, solo se puede llegar por la cuesta desde la
calle Barbacane. Los viajeros aparcan el coche junto al puente
medieval y suben a pie en primer lugar por la puerta de Narbona para
encontrar la ciudad tomada por un aluvión de turistas, que entran y
salen en las innumerables tiendas que se abren en casi cada edificio
de las calles principales que cruzan la cité.
Aunque
la primera fortificación de este estratégico alto se atribuye a los
romanos y pese a que por aquí pasaron los visigodos y los árabes, a
los que expulsó Pipino el Breve, el santo y seña de Carcasona es el
apellido Trancavel, vizconde de Albi y de Nimes, aliado y enemigo,
sucesivamente, de los condes de Barcelona. Los Trancavel fueron amos
y señores del lugar, llegaron a enfrentarse al rey de Francia y
salieron perdedores en el trance.
Siguiendo
la calle del Vizcomte Trencabel, que parte de la plaza del Chateau,
los viajeros desembocan en la basílica de Saint Nazaire, la joya del
casco antiguo, una mezcla de románico y gótico, con unas vidrieras
que, dicen, son “las más preciosas del Midi”.
La
ciudadela fue plaza fuerte de los cátaros, pero cuando, a comienzos
del siglo XIII, el papa Inocencio III dictó la cruzada contra los
albigenses, los herejes cátaros, el conde Simón de Montfort tomó
la ciudad, hizo prisionero al Trencavel de turno y se nombró nuevo
vizconde. Poco después, Luis IX, el San Luis de los franceses, la
transformó en fortaleza real y cabeza del sistema defensivo en la
frontera franco-española. En 1240, otro Trencavel intentó recuperar
el poder pero fue derrotado de nuevo. Sometido el Trencavel, en 1247
el rey Luis IX, perdonó a los levantiscos y les permitió volver a
Carcasona a condición de que permaneciesen en la orilla occidental
del río, dando lugar a la fundación de la nueva ciudad, llamada
ciudad baja o Bastida de San Luis, construida en forma de damero. En
la Guerra de los Cien Años, Eduardo de Inglaterra, el Príncipe
Negro no consiguió tomar la fortaleza, que se consideraba
inexpugnable. A cambio, sus tropas saquearon la ciudad baja. En 1590,
la ciudad fortificada no reconoció la autoridad de Enrique IV porque
era hugonote. Sí lo hizo la Bastida, enfrentándose ambas en una
demostración local de las guerras de religión que vivía Francia.
Con el tratado de los Pirineos de 1659 la ciudad perdió su condición
de puesto fronterizo y paulatinamente entró en decadencia,
sobreviviendo con la producción de paños. En el siglo XIX la
ciudadela se utilizó como cantera de piedra.
¿Por
qué, entonces, luce tan esplendorosa la Cité? Porque, en verdad,
estamos ante una reinterpretación de lo que fue o pudo ser. Llegado
el romanticismo del siglo XIX, los intelectuales volvieron la vista a
las ruinas de las glorias antiguas para reivindicar los esplendores
pasados. El erudito local Jean Pier Cros-Mayrevielle y el mismísimo
Prosper Mérimée, el de la Carmen de España, lanzaron una campaña
por la recuperación de la ciudadela y el arquitecto Violet le Duc se
aplicó en su restauración. Se aplicó tanto que la convirtió en un
castillo ideal, más propio del norte galo que del mediodía. Así,
los pináculos de las torres se cubrieron con teja de pizarra,
material poco frecuente en la zona. En las últimas décadas, se está
iniciando un proceso de adecuación a lo que se supone fue la
realidad de la Cité, rebajando la altura de los pináculos y
cubriéndolos con teja roja, propia de la construcción local. Los
viajeros pueden contemplar versiones de una y otra interpretación.
El
castillo está abierto a la visita turística pero, en opinión de
los viajeros, lo mejor está en el exterior, en sus viejas casas, en
sus callejas estrechas. Para no disputar el espacio con los turistas,
los viajeros se van a la ciudad baja, la Carcasona donde vive y
trabaja la gente. Y descubren lo que es una pequeña ciudad
provinciana francesa. Visitan la iglesia de Sant Vicente, en la que
destaca un campanario del siglo XV. Las antiguas campanas fueron
fundidas y sustituidas por un carillon de 54 campanas que, dicen, es
la gloria de la comarca. Otro motivo de orgullo ciudadano son sus
baluartes, las murallas con las que se defendieron durante las
guerras de religión.
Carcasona
tiene apariencia de vieja dama que pasea con dignidad, un poco
decadente, es verdad, sus viejas glorias. En torno a la plaza Carnot,
con su fuente de Neptuno en el centro, los vecinos se mueven sin
prisas aparentes y toman refrescos en los muchos veladores que se
extienden por la plaza. Los viajeros se unen a ellos y seguramente
compartirían esa sensación de placidez si no fuera porque al
colega, que acaba de estrenar dientes, le ha salido un flemón que le
está dando el día. En la misma plaza hay una farmacia a la que se
dirigen en búsqueda de alivio. La farmacéutica le proporciona un
antibiótico sin mayores problemas.
Por
Carcasona pasa el Canal del Midi, en sus orígenes Canal Real del
Languedoc, una vía navegable que desde Toulouse comunica el Garona
con el Mediterráneo, por un ramal, y por otro, une Toulouse y
Burdeos, de donde toma el nombre de Canal de los dos Mares y que es
el canal navegable en funcionamiento más antiguo de Europa,
declarado Patrimonio de la Humanidad. Parece que el tramo de
Carcasona no pasa por sus mejores momentos debido a una plaga que
afecta al arbolado de sus riberas, según contará a los viajeros un
vecino con el que pegan la hebra.
Tras
el paseo por la vieja ciudad moderna, los viajeros vuelven a la cité
medieval al caer la tarde. Desalojada de turistas de urgencia, el
castillo reune a los visitantes en las terrazas de sus plazoletas,
donde no cabe un alma más. Son, se supone, los ocupantes de los
hoteles que pueblan la Cité, convertida en parque temático
turístico.
Los viajeros buscan un lugar más tranquilo y, haciendo bueno el axioma de que los turistas buscan comer en las plazas y los viajeros en las calles, recalan en la Maison du Cassoulet, donde, como se infiere, el rey es el cassoulet, un guiso occitano de alubias blancas y carne de ave, generalmente pato y, en Carcasona, perdiz. A la sombra de las venerables piedras acariciadas por Violet le Duc, el colega da buena cuenta de su condumio. La viajera, buscando algo más ligero, pide un magret de pato con salsa de higos, simplemente bueno.
Los viajeros buscan un lugar más tranquilo y, haciendo bueno el axioma de que los turistas buscan comer en las plazas y los viajeros en las calles, recalan en la Maison du Cassoulet, donde, como se infiere, el rey es el cassoulet, un guiso occitano de alubias blancas y carne de ave, generalmente pato y, en Carcasona, perdiz. A la sombra de las venerables piedras acariciadas por Violet le Duc, el colega da buena cuenta de su condumio. La viajera, buscando algo más ligero, pide un magret de pato con salsa de higos, simplemente bueno.
De
vuelta al hotel, aún callejeamos un rato por la Cité y nos
detenemos ante el pozo grande, el más antiguo de los dos que surtían
de agua a la ciudad fortificada. Aseguran que su bordillo es del
siglo XIV y sus columnas y herrajes, del Renacimiento. La leyenda
afirmaba que el pozo escondía un tesoro y, racionalistas como son
los franceses, en 1910 realizaron una excavación arqueológica en
busca de las riquezas ocultas, con resultado negativo.
Como
en Francia se cena pronto, cuando abandonamos el castillo por la
puerta de Aude alcanzamos a disfrutar de una hermosa puesta de sol. Volvemos al puente medieval o puente viejo, que salva el curso del río Aude y comunicaba la Cité con la Bastida, actualmente solo peatonal. A pesar de la legión de mosquitos obesos que pululan por la orilla, resulta muy agradable el paseo por la ribera con la vista del puente y la ciudadela al fondo.
El hotel de los viajeros está situado en la misma calle Barbacane. Al exterior, es
un edificio sin atractivo, incluso un punto sombrío, pero tan pronto
como se abre la puerta, muestra un lugar acogedor, muy confortable,
con una piscina en el centro de un jardín que invita a quedarse. Desde el vestidor de nuestra habitación se alcanza a ver la silueta
iluminada del castillo. Con esta imagen cerramos nuestra primera
etapa por las rutas galas.
Me apunto a este viaje, parte será recuerdo del que ya hicimos, el primero con los niños a quienes conquistó la Cité, y parte aperitivo del que tenemos en cartera ;)
ResponderEliminarMe gusta volver con otra mirada