El
recorrido por el románico del sur de Francia tiene un punto de
partida en la foto que encabeza este post, cuando la viajera descubre
la imagen de este “curioso” y se pone a buscar en la estatuaria
románica. Así, llega a la abadía de Conques, se entusiasma con el
lugar y embarca al colega para viajar al sitio. El colega propone a su vez la visita a Moissac y, a medida que pasa el tiempo, van
añadiendo nuevos lugares del románico francés: Albi, Cahors,
Rocamadour... y luego Carcasona y
Toulouse.
Ahí
están, al fin, camino de Conques, en el departamento del Aveyron,
una comarca llena de encantos. Los viajeros han partido de Arles, toman la
A-54 hacia Nimes y allí, la A-9, una autopista saturada de tráfico
procedente de España y con destino a Europa o viceversa. La idea
es salir de la A-9 en Montpellier, coger la A-75 en dirección al
viaducto de Millau pero en Montpellier se pasan de la salida y tienen
que llegar hasta la de Béziers. De esta forma han descubierto Sète,
que, además de lugar de nacimiento de Paul Valery y de Georges
Brassens es un sembrado de bateas, y lo anotan para un futuro viaje.
La
A-75 tiene en Millau uno de sus atractivos. Este viaducto, inaugurado
en 2004, proyectado entre el ingeniero francés Michel Virlogueux y
el arquitecto británico Norman Foster, atraviesa el valle del Tarn y
ostenta el record mundial de altura en 343 metros. En total, 2.460
metros sin apenas tocar el suelo, asegura la información oficial.
Los viajeros se disponen a parar en el área de Millau para
contemplar la obra completa pero lo encuentran cerrado y sin
posibilidad de hacer una parada. Finalmente, paran en el área de
Aveyron, en Severac de Chateau dejan la autopista y toman la N-88,
que pasa por Rodez, de donde sale la carretera a Conques.
La
enciclopedia que el colega archiva en su disco duro personal le
recuerda que Rodez tiene una notable catedral y allá que van los
viajeros, en su busca. En efecto, se trata de una construcción monumental, que, como anécdota, en el siglo XVIII fue utilizada como referencia
para establecer el cálculo de la circunferencia de la Tierra y la
definición del metro.
En
la carretera de Conques descubren la cascada de Salles-la-Source y
paran de nuevo. La siguiente parada será ya a las puertas de Conques,
parada obligatoria para abonar los dos euros que dan acceso al
aparcamiento en las afueras del pueblo, adonde solo se permite la
entrada a los coches de los apenas tres centenares de vecinos.
Conques
es como ese escenario de los relatos infantiles, donde un monje sale
a pasear al jardín, se embelesa con el canto de un pájaro y cuando
vuelve al convento no reconoce a nadie ni nadie le reconoce a él porque han pasado varios
siglos. En Conques parece que el tiempo se hubiera parado en el
medievo. Las torres de la abadía se divisan por encima del caserío.
El
primer monasterio fue fundado el año 819 por el eremita Dado. Por
ese tiempo en Compostela se descubrían los restos de quien sería
identificado como el apóstol Santiago, que darían lugar a varias
rutas de peregrinación desde distintos puntos de Europa. Una de esas
rutas pasaría por Conques. Con el propósito de hacer más atractivo
el lugar, en el 866 un monje fue al monasterio de Agen y, tras
ganarse la confianza de la comunidad, se hizo con las reliquias de
Sainte Foy -Santa Fe-, una virgen que había sido martirizada en
tiempos de Diocleciano y que era famosa por curar a los ciegos y
liberar a los cautivos y las llevó a Conques.
Las
reliquias de la Santa atrajeron a multitud de peregrinos -los que
antes iban a Agen- y Conques conoció tiempos de esplendor hasta el
punto de que en el siglo XI se hizo necesario construir una iglesia
más grande para acoger a tantos peregrinos como acudían a rezar a
Santa Fe. La abadía se inició por impulso del abad Odolrico, se
concluyó en el año 1120 y resultó ser una obra maestra del
románico occitano. Las joyas y las donaciones de los peregrinos
conformaron un valioso tesoro para la abadía.
A
partir del siglo XII empezó a decaer el prestigio de los monasterios
benedictinos en beneficio de los del Cister, decadencia que siguió con la peste
negra y la guerra de los Cien Años. Los monjes de Conques relajaron
su disciplina monacal. En el 1514, el obispo de Rodes acudió a la
abadía con el propósito de restablecer la disciplina pero los
monjes ni lo recibieron, hasta que el 1537 el Papa disolvió la
comunidad y creó una colegiata regular.
Durante
las guerras de religión, los hugonotes ocuparon el pueblo y en 1571
saquearon e incendiaron la iglesia. Se salvó el tímpano y el tesoro
pero se hundió una parte de la nave. Fue secularizada después de la
Revolución. El tesoro se salvó porque, al conocer que iba a ser
requisado para ser entregado a la Casa de la Moneda de Toulouse, los
vecinos, aprovechando una noche de tormenta, se dirigieron a la abadía
y se repartieron los relicarios, joyas y piezas de valor, que
ocultaron en sus casas. Luego, acusaron del robo a unos supuestos
caldereros ambulantes, sin que la investigación que se ordenó
consiguiera aclarar lo sucedido. Cuando la Revolución se remansó, los vecinos devolvieron íntegramente las piezas del tesoro, lo que,
además de honradez y devoción a Santa Fe, refleja el aprecio del
vecindario por su patrimonio. Cuando Prosper Mérimée, que además
de escritor era inspector de Monumentos históricos, descubrió este
tesoro declaró que “no estaba preparado para encontrar tanta
riqueza en semejante desierto”.
Los
visitantes pueden contemplar el tesoro en una sala especialmente
habilitada en la galería sur del claustro. Compuesto por relicarios,
destaca, entre todas las valiosas piezas, la llamada “majestad”
de Santa Fe, datada entre los siglos IX y X, una estatua relicario en
oro. Está considerado uno de los cinco tesoros de orfebrería
medieval más importantes de Europa y el único en Francia que une
tantos objetos de la alta Edad Media.
Los
viajeros, sin embargo, llegan a Conques deseosos de contemplar el
tímpano policromado, que se abre en la parte occidental de la abadía, que representa el Juicio final según el Evangelio de San Mateo,
labrado en piedra, en los que se distinguen 124 personajes, veinte compartimentos, los justos por un lado, los condenados por otro. Una de las obras fundamentales de la escultura románica en Francia, tanto por sus cualidades artísticas como por sus dimensiones -el frontón tiene 6,70 metros de anchura- y originalidad.
En el
centro, Cristo en Majestad. Entre las figuras se reconoce a la Virgen
María, a San Pedro, a Abraham, al abad fundador y a Carlomagno, a
Santa Fe y a los prisioneros a los que ha liberado, pero también a
los monjes indignos, a un borracho, y a los pecados capitales. "Pecadores, si no cambiáis vuestras costumbres, sabed que sufriréis
un juicio temible”, advierte una leyenda. El catecismo en piedra al alcance de
todos los públicos.
La
viajera busca los “curiosos” que despertaron su interés y se
sorprende de su pequeñez. Descubre, de paso, que se trata de catorce
figuras que se repiten en la arquivolta. La perfección numérica:
14:2=7. Con la octava figura que termina cada serie en horizontal, es
la plenitud. En el románico nada es casual.
La abadía de Sainte Foy impresiona de cerca. Aunque lo que le ha dado fama y lo que le distingue sea su tímpano, del interior de la iglesia sorprenden sus dimensiones y su simplicidad. En España, exceptuando la catedral de Santiago, hay pocos ejemplares románicos de estas dimensiones.
Tiene hermosos
capitales que, sin embargo, quedan oscurecidos por la espectacularidad del
tímpano. En el transepto izquierdo se encuentra un altorrelieve representando la Anunciación, del mismo maestro del tímpano. Las 104 vidrieras de la iglesia son de cristal
translúcido, fueron diseñadas por Pierre Soulages e instaladas en
1994.
Del
primitivo claustro apenas quedan restos de la galería occidental,
pues fue arrasado en el siglo XIX y sus piedras, utilizadas para la
construcción de las casas del pueblo.
Los
viajeros eligen para comer un lugar a la altura del lugar: la terraza
del restaurante del hotel Saint Foy, que resulta ser un remanso de paz.
El colega recordará para siempre la carne guisada al vino que comió
allí, ambos recordarán el ambiente de paz, la
amabilidad del personal, la terraza umbría, con las torres de la
abadía por encima de las flores de la jardinera. Un lugar pleno de belleza, donde no
se siente el discurrir del tiempo.
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