jueves, 14 de julio de 2016

Aviñón, ciudad papal

Aviñón es una ciudad amurallada y bordeada por el río Ródano, una ciudad de apariencia medieval pero con un inusitado dinamismo vital. Una ciudad eminentemente turística, que en 1995 fue declarada, con fundado motivo, Patrimonio de la Humanidad.
Los viajeros llegan a Aviñón desde Nimes y Orange y, al cuarto día del camino, ya han caído en la cuenta de que su plan de viaje es demasiado ambicioso. A la altura del Pont de Gard han tenido que optar entre tomar el desvío que conduce hacia el gran acueducto o seguir hacia Orange para ver su teatro, romanos ambos. Optan por seguir ruta, con harto pesar, y se consuelan mutuamente diciéndose que algo hay que dejar para una segunda vez.
El teatro antiguo de Orange -gran Teatro de la Roma Imperial- es impresionante en su inmensidad. A pesar de que las gradas han sido modernizadas, el estado de conservación es bastante bueno.
Como en otros tantos de los monumentos de este viaje, el teatro se encuentra cubierto de andamiajes para la programación estival y sobre el escenario un buda sigue impertérrito el ajetreo que le rodea. Este escenario dos veces milenario acogerá un festival de ópera durante los meses de julio y agosto y en septiembre, todo el pueblo se encargará de dar vida a la IIª Legión gala, un campamento romano entrado el siglo XXI.
Los viajeros llegan avisados de que Aviñón y coche son conceptos antitéticos; han oído, incluso, que a partir de determinada hora no se permite el tráfico rodado pero al llegar, hacia las 11 de la mañana, comprueban que entrar se puede, lo que no se puede es aparcar en las calles porque no hay un espacio libre. En su afán por alojarse en lugar céntrico han encontrado un hotel en la rue de la Republique que, naturalmente, no tiene aparcamiento. Finalmente, optan por dejar el coche en el del mercado -les Halles- y, rápidamente, se lanzan al callejeo.
Lo primero que encuentran, a unos metros de la plaza del mercado, es la iglesia de Saint Pierre, con portada gótica. Pero en Aviñón todo queda disminuido ante la monumentalidad del palacio papal. Una especie de ciudad dentro de la ciudad amurallada. El recinto donde se atrincheraron los papas entre 1309 y 1377, en el llamado Papado de Aviñón, y en el subsiguiente cisma, de 1377 a 1417, más de un siglo, en total. La viajera recuerda que esta historia tan poco edificante de lucha por el poder entre papas y reyes, primero, y entre papas y antipapas, después, le valió una buena nota en Religión de tercero de bachiller y el colega, que ya ni se acuerda de qué nota sacó hace tantos años, escucha con atención la historia, que puedes encontrar aquí.
Cuentan los historiadores que desde el neolítico hay constancia de la presencia humana en el peñón de Doms, donde se asienta el palacio de los Papas, y que aquí hubo primero, una pequeña ciudad griega y luego, otra romana. Había sido sede episcopal desde el año 70 de nuestra era y arzobispado desde 1476. El papa Bonifacio VIII fundó una universidad que alcanzó fama por sus estudios de leyes y que llegó hasta la Revolución francesa. Pero Aviñón se hizo un nombre como capital de la cristiandad en el siglo XIV. La visión del monumento desde la plaza del Palacio explica cabalmente el significado del poder papal. En la misma plaza, frente al Palacio, se encuentra el Hôtel des Monnaies, la ceca papal, que fue edificado en 1617, pues Aviñón siguió siendo propiedad del papado hasta la Revolución francesa.
La residencia de los papas es la más grande de las construcciones góticas de la Edad Media. Ocupa más de 15.000 metros cuadrados y sus muros tienen cinco metros de grosor. A su propia monumentalidad hay que añadir que el palacio se levanta en un alto rocoso sobre el Ródano, el Rocher des Doms. En realidad, lo que llamamos el palacio son dos: el viejo, de Benedicto XII, y el nuevo, de Clemente VI. Las obras se iniciaron en 1316 y acabaron en 1370 y en su decoración participaron artistas del momento como Simone Martini y Matteo Giovanetti. El recinto se completa con el Petit Palais, al oeste de la plaza, y la catedral románica de Notre Dame de Doms, en la parte norte del palacio.
Durante el mes de julio, Aviñón es sede de un importante festival de teatro, de manera que el patio del palacio está acondicionado también para esta programación, lo que condiciona la visita e impide contemplar una parte del itinerario. Así y todo, el palacio impresiona. A la viajera le impresiona, incluso, más que el Vaticano pues si bien la sede de Roma es más grandiosa, rica y magnífica, las piedras de Aviñón son más explícitas: estos son mis poderes, vienen a decir.
Tras la visita, los viajeros encuentran mesa en la plaza del Reloj, teniendo a la vista el teatro de la Ópera. El colega, que va cogiendo el punto a sus implantes dentales, elige un restaurante para desquitarse de la merlucita que se tiene comida en este tiempo: La Boucherie (La carnicería). Pide un solomillo de buey y la viajera un carpaccio, ambos platos con las inevitables patatas fritas, de los que dan buena cuenta bajo una especie de carpa humedecida con esos chorritos de vapor que alivian las altas temperaturas. La plaza es uno de los epicentros de la gastronomía local y, efectivamente, está llena de familias aviñonesas y unos pocos forasteros.
Tras el palacio, el segundo monumento de Aviñón es el puente Saint Bénézet, sobre el Ródano, que debió de ser impresionante con sus 22 arcos porque sigue siéndolo con sólo los cuatro que se conservan, dando sensación de solidez. El puente es muy popular en toda Francia porque es motivo de una cancioncilla de cuna con la que han dormido casi todos los niños franceses. Sur la pont d'Avignon on y dance, on y dance...
Un poco más abajo de este puente hay un embarcadero donde se puede tomar un barco para cruzar a la otra orilla del Rodano, la isla de la Barthelase, que forma el mismo río y que se ha convertido en un espacio para el ocio y el paseo.
Entre las murallas y el río discurre un agradable paseo que permite contemplar con tranquilidad unas y otro. La viajera recuerda a la cantante Mireille Mathieu, famosa en sus años jóvenes, que, por haber nacido aquí era conocida como el gorrión de Aviñón.
Andando, andando, los viajeros entran de nuevo en la ciudad por la puerta de la República, que es la calle comercial, y llegan a la zona del palacio, donde compran una primera remesa de jabones, un molinillo de hierbas de la Provence y una cigarra, que es el animal totémico de la ciudad. Les aseguran que, colocada cerca de la puerta, su canto ahuyenta todo lo malo del hogar. Los viajeros colocan al bicho en casa y mientras la viajera cuenta estas cosas, escucha el incesante canto chicharrero. Las cortinas, movidas por el viento, activan el sensor óptico una y otra vez, de manera que la pobre cigarra debe estar exhausta y el colega, harto de oírla, le quita las pilas.
En su camino de subida, al pasar por la plaza del Reloj, los viajeros se paran a contemplar la comitiva nupcial que sale del Ayuntamiento. Este es un edificio moderno, con un campanario del siglo XIV. La viajera lee la leyenda del frontispicio y, aunque los franceses también son muy suyos, comprende, que no justifica, algunos de los vicios hispanos. No es lo mismo nacer en un país que tiene como lema: Libertad, igualdad, fraternidad, que en uno cuya máxima es: Non plus ultra. En el camino de bajada, una banda interpreta piezas de música ligera, entre otras, un pasodoble.
Como les ha gustado el sitio, los viajeros vuelven a la plaza del Reloj a cenar. El colega pide unos moules (mejillones) con las habituales patatas fritas, y la viajera una sopa de cebolla. El lugar tiene su encanto y está fresco después de un día de mucho calor pero la sopa la ha comido mejor en casa de su amiga Nines, que es de Burgos.
En Aviñón, como en el resto de ciudades, el comercio cierra a las 6 de la tarde, en algunos lugares a las 7, pero los bares y restaurantes del centro permanecen abiertos al menos hasta las 10, una hora avanzadísima para estos lares. Los viajeros se despiden de la ciudad papal con la viva impresión de la mole palaciega. El poder pétreo. 

1 comentario:

  1. Me encanta teneros de avanzadilla (ya tengo al santo queriendo dejar el coche al otro lado del Ebbro, jeje)
    Besos

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