Saint
Gilles de Gard es una población del Languedoc que ahora ronda los
13.000 habitantes pero que en la Edad Media conoció tiempos de gran
esplendor en virtud del tesoro que esconde: la abadía de Saint
Gilles fue el cuarto lugar de peregrinación del mundo cristiano
después de Roma, Jerusalén y Santiago de Compostela. De aquella
gloria queda en pie su magnífica fachada, una cripta monumental y
una escalera de caracol que es tomada como modelo en los estudios de
arquitectura.
Todo
en Saint Gilles se mueve como en una nebulosa legendaria. El origen
de la ciudad se identifica con la Rhodanousia griega y en el siglo IX
se la menciona como de origen incierto. Debe su fama al santo
patrono, de origen igualmente legendario, invocado para la curación
de enfermedades y la liberación de presos.
La
leyenda del santo nace hacia el año 1.000, hábilmente fomentada por
los monjes, según la cual Egidio, ateniense de ilustre familia,
abandonó su país huyendo de la fama que le perseguía por su vida
ascética y sus muchos milagros. Pasó por Roma y Arles y,
finalmente, se retiró al valle del rey Flavius, cerca de la
desembocadura del Ródano. Una variante de la leyenda sostiene que
durante una partida de caza en la que participaba el rey Wamba, una
cierva herida perseguida por la jauría real fue a refugiarse a la
cueva de Egidio. Cuando el rey descubrió al eremita, le ofreció el
valle y le animó a construir allí un monasterio.
La
abadía se construye en el siglo XII sobre tres iglesias anteriores
en las que se guardaba la tumba de Saint Gilles, el Egidio de la
leyenda, convertida en lugar de peregrinación y culto, el cuarto
lugar en importancia en la cristiandad, como ya se ha dicho. Tenía
una longitud de 95 metros y 33 de anchura, con una fachada de 40
metros y una cripta proyectada según un proyecto raro en la región.
Mención
aparte merece su escalera de caracol, formada por una bóveda de
cañón generada por el desplazamiento de un arco de medio punto por
una hélice, realizada con piedra cortada, conocida como vis de
Saint-Gilles. La construcción,
atribuida al arcano de los hermanos constructores del Camino, está
rodeado de cierta aureola mítica y es una auténtica obsesión de
los tratadistas de estereotomía.
Las
guerras de religión del siglo XIV ocasionaron grandes daños en el
recinto monacal; a partir del siglo XVII el culto a San Gil y las
peregrinaciones a su tumba cayeron en el olvido; los saqueos durante
la revolución francesa acabaron de arruinar la abadía, de la que
permanece en pie la cripta, la escalera de caracol y la fachada
esculpida. Es monumento histórico desde 1840 y su fachada es
Patrimonio Mundial de la Unesco como parte del Camino de Santiago en
Francia.
Del
antiguo esplendor de la ciudad quedan hermosas casas de piedra en su
casco antiguo y un museo de la Casa Románica con restos
arqueológicos procedentes de la antigua abadía, una colección de
herramientas del siglo XIX y una muestra de aves de la Camarga.
Los
viajeros llegan hasta Saint Gilles al señuelo de su portada, que
conocen por fotografías, pese a lo cual, se quedan maravillados a la vista del prodigio escultórico: Ah, la sabiduría de los hermanos constructores del
Camino. Construida a finales del siglo XII, está considerado como un
libro en piedra que se lee de izquierda a derecha, de la portada
norte a la sur.
El friso superior de la portada izquierda representa
escenas del Nuevo Testamento, especialmente episodios de la Semana
Santa y de la Resurrección; en el tímpano, la Adoración de los
Magos, la Virgen en majestad y el sueño de José.
La portada mediana
muestra los doce apóstoles, de los que se identifican a ocho, y a
los arcángeles combatiendo a los demonios; en el tímpano central,
restaurado en el siglo XVII, Cristo en majestad con el Tetramorfos.
En el tímpano de la portada derecha, la Crucifixión; a su izquierda, las figuras que representan el cristianismo, a la
derecha, las del judaísmo; en el zócalo, bestiario y escenas del
Antiguo Testamento.
La
cripta es una iglesia subterránea, el destino de las peregrinaciones
pues allí permanece la tumba de Saint Gilles, rodeada aún de
peticiones, agradecimientos y ex votos. Cuando la persona responsable
de la entrada abre la cancela de acceso, los viajeros creen hallarse
solos en la cripta, tan gran como la iglesia superior, pero pronto
descubren a una mujer orando junto al sepulcro del santo. Al rato, se
levanta y se va. Mientras continúan su visita, los viajeros oyen una
voz femenina que entona un canto suave, una melodía apenas perceptible. ¿Oyes lo
que yo?, pregunta la viajera al colega. Sí, es un canto a capela,
responde él. Ya, pero ¿quién canta? Será la mujer que estaba en
la tumba. La mujer se ha ido hace rato, insiste la viajera. A lo
mejor se ha quedado, supone el colega. La viajera mira en derredor y
no ve a nadie. Los viajeros se sientan a escuchar el cántico, de una
rara belleza, que cesa tan repentinamente como ha empezado.
Los
viajeros se levantan y se van sin encontrar persona alguna en la
cripta. No me digas que no es rara la musiquilla de ultratumba,
comenta la viajera. ¿Qué tiene de raro? Habrá sido la monja que
rezaba, explica el colega, siempre racional. ¿Qué monja?, si no
llevaba hábito. No, pero tenía pinta de monja, asegura él. Mira
que si es una aparición, aventura la viajera. No te montes
películas, era la mujer y tenía voz de monja, concluye el colega.
La viajera puede asegurar que no vio a nadie en la cripta pero no puede afirmar
que el canto fuera mágico o sobrenatural aunque, en confianza, si no
lo era, será lo único normal y ordinario en Saint Gilles.
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