Desde
la última acampada han ocurrido unas cuantas cosas. La primera de ellas, la victoria del
PP en las urnas. Un resultado arrasador, en el sentido estricto del término. Aquel
tsunami, coincidente con la mayor crisis del sistema financiero que ha vivido
el país desde el final de la guerra, se está llevando por delante el sistema de
bienestar conquistado con tanto esfuerzo por las últimas generaciones. De paso,
se está llevando a los partidos alineados a la izquierda y a los sindicatos de
clase, que se aplican en cavar su propia tumba.
La
segunda de las novedades es la aparición de un movimiento, igualmente con
apariencia de tsunami, denominado Podemos. Diseñado y dirigido por un grupo de
profesores de la Facultad de Políticas de la Complutense de Madrid, bien
preparados, viajados, listos, con reflejos, con dominio de las redes sociales. Se
presentaron públicamente hace un año y en las elecciones al Parlamento Europeo obtuvieron
cinco escaños. Poco después se convertían en partido, con sus órganos gestores,
sus círculos, sus asambleas conectadas en red. Para el resto de los partidos se han transformado
en una amenaza permanente. Incluso
antes de que hayan presentado su programa.
El
sábado, Podemos convocó a una manifestación entre Cibeles y Sol. El clásico
manifestódromo de Madrid, mil veces recorrido. Lo petó. La policía estima que
se juntaron 100.000 personas, los organizadores, 300.000, así que lo más
probable es que rondaran las 200.000. ¿Qué pretendía la concentración? Nada que
no sea decir: miradnos, aquí estamos.
El
sábado hacía un día de mil demonios en Madrid, un aire gélido del Guadarrama
como encargado a propósito por los enemigos. Ni siquiera eso desalentó a los
asistentes, que se apretujaron mirando hacia la Mariblanca, a cuyos pies se
había instalado la tribuna de oradores: Juan Carlos Monedero, Iñigo Errejón,
Carolina Bescansa, Luis Alegre y Pablo Iglesias, el líder del partido. Hablan de
cambios, de sueños, de democracia, de momento histórico. Ese momento histórico
que creen vivir los asistentes mientras gritan: Sí, se puede.
Con
la Mariblanca hubiera querido yo hablar ese día. Ella, que ha recorrido medio
Madrid, en un trajín involuntario, hubiera podido contar que muchos de los que
estaban allí son los mismos que han hecho tantas veces el mismo recorrido para
manifestarse en defensa de la sanidad pública, de la enseñanza pública, de los
servicios públicos, de la igualdad; o en contra del terrorismo, de la guerra de
Irak, de la estafa de Bankia-CajaMadrid, de los desahucios, contra los ataques
a Palestina, contra la violencia machista… Personas de mediana edad –había muchos, muchos
jubilados, muchos más mayores que jóvenes- que lucharon por una sociedad un
poco más justa y se niegan a aceptar que la lucha fue inútil. Muchos miles de personas
que, en suma, están hartos: de los abusos, de las mentiras, del falso lenguaje,
de las falsas mejorías, de las estadísticas mentirosas, de las leyes a favor de
los que lo tienen todo, del expolio de lo público, del abismo cada vez mayor
que separa a los que tienen demasiado de los que no tienen nada…
La
Mariblanca se sorprendería, quizá, del sentido adánico de los discursos: ese
volver a empezar una y otra vez, como si nada de lo hecho anteriormente
valiera; se sorprendería del tono despectivo de algunas intervenciones hacia
los otros, los que no piensan como uno, de nuevo las dos Españas; le parecería
extraño, quizá, que se mostraran tan ofendidos porque se les pidan explicaciones
los mismos que las reclaman a los demás.
La
Mariblanca echaría en falta, quizá, alguna alusión a la moral pública, a los
deberes cívicos, al esfuerzo colectivo, a la educación, al respeto al otro. No
toda la culpa de lo que nos sucede es de los demás; estaría bien que alguien
empezara a decir que para que cambien las cosas tenemos que empezar a cambiar
nosotros: combatir la economía sumergida, pagar siempre con IVA, el cuidado y la participación
en lo común.
Concluida la concentración, las declaraciones
oficiales abundaron en lo ya oído. El PP descalificó a los organizadores, el
PSOE siguió a sus cosas, IU se escindía de sí misma… De puertas adentro, IU va
camino de una partenogénesis infinita, el PSOE se pregunta qué más puede hacer,
sin entender casi nada y el PP hace cuentas y todas le resultan favorables. Parece
que nadie quiere entender el mensaje, que el hartazgo está llegando a niveles
de no contención. En cuanto a Podemos, le pasa como a Mariblanca –que no se
sabe si es Venus, Diana o acaso la Fe-. La de Sol hace su servicio: ocupa una
esquina y sirve de descanso a los paseantes pero no deja de ser una copia.
Y, sin embargo, algo tiene que cambiar. De momento,
en Madrid ha empezado a llover, aún no a cántaros, pero todo se andará.
Que llueva a cantaros como cantaba Pablo Guerrero, "tiene que llover, tiene que llover a cantaros", canción escrita en el año 1972, parece que no ha pasado el tiempo por ella, estamos casi igual.
ResponderEliminarSaludos
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
EliminarHasta el mar. Y que Mariblanca lo vea.
ResponderEliminarUn beso
Que lo vea Mariblanca y Mari Pili, con sus amigos, si es posible.
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