Viajar, define el DRAE, es trasladarse de un lugar a otro, generalmente distante, por cualquier medio de locomoción. Del viaje dice que es la ida a cualquier parte, aunque no sea jornada.
No es preciso, pues, recorrer largas distancias para viajar. De hecho, es frecuente que nos sean desconocidos los lugares que nos son próximos. La cotidianeidad vuelve invisible incluso a los grandes monumentos. Algo así debe suceder con el parque El Capricho, situado en Madrid y que resulta ignorado por los propios madrileños.
Y, sin embargo, este parque histórico no sólo está en el casco urbano, en el bario de la Alameda de Osuna, sino que tiene parada propia en la línea 5 del Metropolitano madrileño. Aproximadamente a media hora de Sol.
El Capricho debe existencia y nombre a una mujer singular: María Josefa Pimentel y Téllez-Girón, titular del ducado de Benavente y duquesa consorte de Osuna.
No muy bella pero inteligente, culta y elegante, la describen quienes la conocieron, vino a nacer mediado el siglo XVIII y murió en 1834. Fue una VIP avant la lettre y en ese terreno rivalizó con la reina María Luisa y con la duquesa de Alba, todas ellas inmortalizadas por Francisco de Goya y Lucientes, quien la retrató individualmente y en una escena de familia con su marido y con cuatro de los diez hijos que tuvo. Goya, que tan certeramente reflejaba en sus cuadros el alma de quienes retrataba, la muestra como una mujer serena y elegante.
María Josefa fue mecenas del pintor aragonés y de otros artistas, mantuvo un salón literario y con María Isidra de Guzmán y de la Cerda fue una de las dos primeras mujeres en ingresar en la Real Sociedad Económica Matritense. La incorporación de ambas damas fue recibida con tal hostilidad por los defensores de la prevalencia masculina –vulgo machistas- que la Sociedad creó una Junta de Damas de Honor y Mérito, de la que la duquesa de Osuna fue nombrada presidenta. No consta que a la rama masculina le fueran exigidos ni honor ni méritos especiales.
El Capricho es el legado de la duquesa: un rincón del siglo XVIII que pervive en el XXI, 14 hectáreas para la serenidad y el sosiego en las que se ubica un palacete francés, una exedra, que preside la Plaza de los Emperadores, un templete, una ermita, fuentes y una abundante y variada vegetación. Con influencias inglesas, francesas e italianas, fue diseñado por el arquitecto francés Jean Baptiste Mulot y dispone de su propio acuífero: una fuente que surge bajo el salón de baile, ante la mirada pétrea de un jabalí a la manera del porcelino florentino. El manantial conforma un pequeño canal que une el salón de baile con el estanque, por el que en su tiempo navegaban pequeñas barcas en las que se desplazaban la duquesa y sus invitados.
Al estanque se asoma un pequeño pabellón conocido como Casa de Cañas, en cuyo interior se conservan algunos murales originales. Junto al pabellón se levanta un pequeño puente de hierro para salvar la ría. Construido en 1830, pasa por ser el más antiguo de los que se conservan en España.
En un parque caprichoso, el capricho de la duquesa fue la llamada Casa de la Vieja, que imita una casa de labranza de la época habitada en sus días de gloria por dos autómatas: una anciana y un joven labriego a los que luego se les unió el de un labrador mayor.
Finalizado en 1839, cinco años después del fallecimiento de Maria Josefa, sus descendientes descuidarían la finca que, arruinada la familia, acabaría subastada a finales del siglo XIX. Pasó entonces a manos de los banqueros Bauer y en 1946, al quebrar la banca del mismo nombre, fue adquirida por la Inmobiliaria Alameda de Osuna con el propósito de levantar un hotel en el recinto.
Durante la República fue declarado Jardín Histórico y durante la guerra civil se levantaron en él varios refugios antiaéreos, de los que aún quedan restos, la posición Jaca, sede del Estado Mayor del Ejército del Centro, mandado por el general Miaja.
En 1943 fue declarado Jardín Artístico lo que no impidió su abandono. En 1974 fue comprado por el Ayuntamiento de Madrid y en 1985, declarado Bien de Interés Cultural. Una Escuela Taller se ha encargado desde entonces de devolver el pasado esplendor a este jardín romántico perdido en el callejero madrileño.
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