Jaén es una provincia poco afortunada en materia publicitaria. Sólo así se explica que teniendo como tiene tantísimos encantos, sea menos conocida, y visitada, que sus vecinas Córdoba y Granada. La mismo puede decirse de la capital, una ciudad no suficientemente conocida.
Los viajeros aprovecharon la visita a Úbeda y Baeza, ciudades patrimonio de la Humanidad, para acercarse a Jaén, en cierta medida como un añadido. Craso error. Jaén merece una visita por ella misma y los viajeros se proponen volver. Pero hoy referiré el descubrimiento que supuso su castillo. En verdad, son tres los castillos que se levantan sobre el cerro de Santa Catalina aunque los ojos de los viajeros sólo sean capaces de identificar las ruinas consolidadas de la gran alcazaba que otrora fue. Ruinas muy modernas y sofisticadas como los viajeros tendrán ocasión de comprobar.
El alcázar viejo se construyó en la época califal sobre la cresta del cerro, tuvo un uso militar aunque en su interior se levantaran algunas viviendas y aljibe. Fue conquistado por Fernando III en 1246 pero se mantuvo en uso, incluso después de que, en la segunda mitad del siglo XIII, los cristianos construyeran en la parte oriental el alcázar nuevo. Ambos castillos mantuvieron alcaide propio, el viejo designado por el concejo y el nuevo por el rey. Las tropas de Napoleón acabaron con el alcázar viejo y lo poco que quedó desapareció en 1965 para dar paso al actual Parador y su ampliación en 1972. Del viejo alcázar se salvó la puerta principal por la que se accede al castillo y dos torreones que la flanquean.
Alcázar viejo y nuevo se unieron mediante una gran Torre del Homenaje. El nuevo castillo fue remodelado en los siglos XIV, XVI y XIX y restaurado en su configuración actual en el siglo XX. Hasta el siglo XVIII, permaneció como fortaleza, con guarnición militar y alcaide propio.
El tercero de los castillos, conocido como abrehuí, se levantó como prolongación del alcázar viejo, para proteger mejor la vertiente occidental, para lo que se construyó un muro con cinco torreones. En realidad era un anexo del primer alcázar, con alcaide común. De él permanecen el muro norte y los cinco pequeños bastiones.
Este cerro de Santa Catalina, al que han llegado los viajeros por una carretera en buen estado pero señalizada sólo para iniciados, tiene una altura de 820 metros. Incluso si no existiera el castillo, el lugar merecería una visita para contemplar las estribaciones de la Sierra de Jabalcuz, por el sur, y la planicie de Jaén allá abajo, con su forma de lagarto y su catedral, como joya primorosa.
El dragón o lagarto de la Magdalena es el símbolo de Jaén. Hay quien dice que corresponde al trazado urbano de la ciudad y hay quien lo vincula a leyendas que hablan de dragones que mueren víctimas del ingenio de un pastor que cebó al bicho con pólvora o con fuego hasta acabar con la fiera. Así revientes como el lagarto de Jaén, dice la maldición antigua. Reventar como el lagarto de la Magdalena es tanto como darse la gran panzada.
Que el cerro de Santa Catalina era un lugar especial lo demuestra que en su subsuelo se han hallado restos correspondientes a la Edad de Bronce y restos ciclópeos de la época ibérica. Se estima que el mismo Aníbal construyó aquí una fortaleza para proteger a la colonia cartaginesa que había fundado en la ciudad, fortaleza que sería reforzada por los romanos tras su conquista.
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