Casa de pasto, reza en muchos restaurantes portugueses, esto es, casa de comidas. En Portugal se come bien tanto si el viajero es aficionado a la carne como al pescado. Y en Lisboa, como capital del país, se puede elegir.
Por costumbre, los viajeros huyen de los lugares para el turisteo y buscan aquellos que prefieren los nativos, pero a veces hay que rendir tributo al tópico y acudir al Café A Brasileira del Chiado, en la Rua Garret, junto a la Plaza de Camoens, con sus maderas y su decoración antigua, su café o chocolate y sus pasteles y su restaurante en la planta baja. Aunque a la Brasileira se va para fotografiarse con Fernando de Pessoa, uno de sus clientes famosos. La efigie del autor del Libro del Desasosiego es un personaje más de la vida lisboeta, al que confiesan sus cuitas y con el que comparten “o mellor café”. El local arrastra fama de caro y sus camareros de antipáticos pero los viajeros consideran que los precios están a la altura de cualquier otro establecimiento del Chiado -barrio que se ha puesto de moda- y han recibido buen trato tantas veces como han ido y ya van siendo bastantes.
También frecuentado por Pessoa e igual de tradicional, tan caro pero menos famoso es el Café Gelo, en la Plaza de Rossio. Fundado en 1890, conoció momentos de esplendor como epicentro de la oposición republicana frente a la monarquía y frente a la dictadura de Salazar. Se cuenta que en una sala –en la que se reunían masones, socialistas y anarquistas- se preparó el atentado de la Plaza del Comercio, el 1 de febrero de 1908, en el que resultó muerto el rey Carlos y el heredero de la corona Luis Felipe de Braganza, que, a la postre, acabó con la monarquía en Portugal. A mediados del siglo XX acogió la tertulia del Grupo del Gelo, intelectuales ligados al surrealismo, hasta que la PIDE, policía política de la dictadura, prohibió la tertulia y apercibió al propietario bajo amenaza de clausura del local. Se inició entonces una decadencia que acabó en cierre. En el 2007 abrió de nuevo, totalmente modernizado, defendiendo su vinculación con la cultura. Es lugar de tertulias literarias y presentación de libros. La terraza del Gelo, sobre la Plaza de Rossio, es un puesto de observación de la vida lisboeta: tertulianos que conversan pausada o acaloradamente, familias que pasean, turistas que se fotografían ante las vidrieras del local y viandantes que parecen emular a los héroes del comic... No es barato pero sirven unos zumos de lo mejor que la viajera recuerda. Para no hablar de sus pasteles, de una exquisitez a la altura de la Pastelaria de Belém. Bien es verdad que si hablamos de líquidos, la viajera apuesta decididamente por la ginginha, un licor de guindas oriundo de Óbidos.
Antiga Casa de Pasteis de Belém, reza el cartel del establecimiento de la pastelería más famosa de Lisboa, en la calle y barrio del que toma nombre. Es una visita imprescindible para todo turista que se precie. Sirve sus famosos pasteles de nata recién hechos, con el hojaldre crujiente, la crema aún caliente y la canela flotando. Si quiere llevarse una caja con el nombre del establecimiento y los apreciados pasteles el viajero tendrá que hacer cola porque todos los visitantes del Monasterio de los Jerónimos -todos los que pasan por la ciudad- tienen la misma idea. Si no le importa la etiqueta, encontrar unos pasteles a la altura en la Casa Brasileira de la calle Augusta. Con suerte y si madruga, se librará de hacer cola.
Y, aparte de dulces, ¿qué y dónde se come en Lisboa? Mucho y, por lo general, bueno. Si el viajero acude a la ciudad en el mes de junio debería probar sus sardinas, el icónico pescado que identifica sus fiestas de San Antonio. El barrio de Alfama tiene una abundancia de tascas, frecuentadas también por los lisboetas, el Chiado está tomado por los turistas, en la Baixa conviven tradicionales casas de pasto con chiringuitos dirigidos a turistas con prisas. Aquí, en plena calle Augusta, hay un lugar tradicional, que el viajero aficionado al bacalao haría bien en visitar: la Casa Portuguesa do Pastel de Bacalhau. El pastel de marras es un buñuelo de bacalao de tamaño considerable relleno de queso fundido. Lo sirven en un cucurucho y hay que tener cuidado al comerlo porque el queso tiende a desparramarse por la pechera. Le ocurrió a la viajera y a la mayoría de comensales primerizos, según pudo constatar.
Llegados a Lisboa, los viajeros aficionados al buen comer deben hacer una visita al Mercado de Ribeira, situado en la calle 24 de Julio, frente a la estación Cais do Sodré. El antiguo mercado central de la capital, famoso por sus puestos de flores, se ha transformado en un conglomerado gastronómico, cita imprescindible de lisboetas, turistas y viajeros, otro ejemplo claro de la modernización de la ciudad. Construido a finales del siglo XIX, durante décadas languideció amenazado de cierre, hasta que, como en otros mercados tradicionales, fue reconvertido en un santuario para gourmets. Una de sus naves permanece como mercado, con abundancia de frutas y flores, y el resto de instalaciones acoge a las primeras firmas gastronómicas del país. Los viajeros tendrán que elegir entre chefs con varias estrellas Michelín, entre carne o pescado, entre especialidades culinarias, entre una abundancia de dulces cuya sola vista alimenta, elegir mesa y estar dispuesto a compartir espacio con gentes del mundo entero. Si el viajero quiere comer con cierta holgura es preferible que madrugue, se pasee por los puestos y elija entre sus preferencias. Deberá hacer el pedido en el puesto, donde le darán un artilugio que emitirá una señal -algunos con un sonido escandaloso- cuando el plato esté disponible para ser recogido. En la mayoría de los puestos pueden comprarse también las bebidas pero si el viajero quiere algo sofisticado o especial, en la parte central de la amplia nave tendrá dónde escoger sin ninguna duda.
Los viajeros, que tienen afición a la buena mesa, visitaron varias veces el lugar y siempre salieron contentos. La viajera señalaría, sólo como orientación, las ostras de Montemar -hermano de su homónimo de Cascaes-, el bacalao de Henrique Sá Pessoa y los helados de Santini.
Para demostrar que, en efecto, aquí se citan viajeros de cualquier parte del mundo, una noche, mientras dábamos cuenta de un surtido de sushi, tataki y tempura de Confraria, se nos acercó una pareja de argentinos preguntando si estaba libre la parte de la mesa que no ocupábamos. Lo estaba, se sentaron, pegamos la hebra y acabamos -cómo no- hablando de política para terminar descubriendo que eran admiradores de la parlamentaria argentina Juliana di Tullio, hija de una amiga nuestra. Es una mujer trabajadora e inteligente, dije. Es guapa por fuera y muy, muy bella por dentro, corroboró la viajera argentina. Como ni en España, ni en Argentina, ni en Portugal, es muy frecuente oir elogios tales de un parlamentario, quede aquí constancia de ello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Lo que tú digas