Es posible que Lisboa fuera fundada por Ulises en persona pero hoy es una ciudad moderna con la sabiduría de quienes han vivido mucho y han visto pasar por sus calles páginas memorables de la historia. Conviene tenerlo en cuenta, especialmente los viajeros que se hayan construido la imagen de Portugal como la hermana pobre. Deben resetear urgentemente su disco duro mental para no hacer el ridículo más de lo imprescindible.
Lo que las guías turísticas consideran de visita obligada en Lisboa se puede recorrer a pie sin demasiada dificultad. No obstante, la ciudad cuenta con una excelente red de transporte público que permitirá a los viajeros desplazarse cómodamente e incluso hacer una pausa relajada en sus itinerarios. Lo más tradicional de Lisboa son, sin duda, sus tranvías, especialmente las líneas 15 -que va de la Plaza del Comercio hasta Belén- y la 28, la más famosa, que va desde lo alto del barrio de Alfama a Campo Ourique, después de atravesar los barrios de la Baixa y Estrela. Los tranvías de esta línea son realmente antiguos y con mucho encanto pero suelen ir atestados de gente. Como, por otra parte, el tráfico en la ciudad es algo caótico, con frecuencia los tranvías llegan a pares o de tres en tres obligando a esperas de hasta diez minutos.
Más moderna y rápida es la red de autobuses que cruzan permanentemente la ciudad, las líneas de metro, rápidas, limpias y puntuales, los trenes de cercanías, que llevan a Sintra o Cascaes, y los ferrys, que cruzan de una a otra orilla del Tajo. En cualquier oficina de turismo proporcionan al viajero información sobre el transporte, con la opción del abono 7 Colinas, que combina transporte y visitas gratis a varios museos, y el Viva Viagem, que por 6 euros permite viajar en cualquier transporte, incluidos los elevadores y funiculares, durante 24 horas. Los viajeros -que por ser mayores de 65 tienen bonificación en la mayoría de museos- optaron por esta última, que puede obtenerse en las máquinas de cualquier estación de metro. Las máquinas ofrecen la opción del idioma español pero la viajera se pasó de lista y al hacer la tramitación en portugués, confundió la opción de una tarjeta para dos días con la de dos tarjetas para un día, como pretendía. Bien es verdad que los viajeros sacaron buen rendimiento a sus respectivos abonos, pero conviene leer con atención.
Como Lisboa es una ciudad de colinas -siete, como toda ciudad mítica que se precie- los lisboetas han dispuesto de varios artilugios para superar los desniveles. El más conocido es el elevador de Santa Justa, situado en la confluencia de las calles Ouro y Santa Justa, que une la Baixa con el Chiado, junto a las ruinas de la iglesia do Carmo, nombre con el que también se conoce. No hay turista o viajero que pase por Lisboa y no utilice este ascensor, construido a comienzos del siglo XX por Raúl Nesnier du Ponsard, discípulo de Gustavo Eiffel. Una estructura de hierro colado en cuyo interior se mueven dos ascensores que recorren los 32 metros de distancia a un ritmo de principios del siglo pasado, junto el tiempo necesario para que los turistas puedan disparar sus artilugios de hacer fotos. El elevador, que es monumento nacional, culmina con un mirador desde el que se contempla la ciudad entera. Cuando en 1988, un incendio destruyó buena parte del barrio del Chiado los lisboetas temieron que alcanzara también al famoso ascensor pero el fuego cesó justo cuando amenazaba la vetusta estructura. Si los viajeros no disponen de abono del tipo Viva Viagem, sepan que el billete es válido para dos itinerarios. Otra curiosidad es que la capacidad de los ascensores es distinta en la subida -20 personas- que en la bajada -15-.
En el otro extremo de la calle de Santa Justa, en la confluencia con la calle de Fanqueiros, otros ascensores, modernos y funcionales, unen la Baixa con Alfama. Curiosamente, una de las tres cajas elevadoras instaladas está reservada a la parroquia de Santa María la Mayor, que se encuentra en la salida superior. Cerca de esta salida otro ascensor igualmente moderno, deja a los viajeros en un magnífico mirador desde el que contemplar la puesta del sol, muy cerca ya del castillo de San Jorge.
Lisboa está muy bien dotada de miradores, desde los que contemplar la belleza que la ciudad muestra en sus mil rincones. El de Santa Lucía tiene dos niveles. El más conocido, una balconada orientada al sur, desde el que se contempla el estuario del Tajo en todo su esplendor, con la península de Setúbal al otro lado. Si se observa bien, desde un rincón del jardín sube una estrecha escalera a otro mirador orientado al este. Ocupa el privilegiado espacio un bar con sus mesas y toldos que sirve unos gintonics muy apañados y que podría pasar por una sucursal del paraíso si no fuera porque cuando sopla el viento arrastra con todo. En una de esas ventoleras Eolo se llevó de la mesa de los viajeros una pequeña maceta, la carta de bebidas, el tabaco y el mechero del colega. Sin que nos percatáramos apenas.
Otro mirador muy famoso es el de Santa Catalina, orientado a poniente y muy visitado por grupos de jóvenes, que toman posiciones para ver cómo la caída del sol tiñe de dorado las aguas del río. Preside las reuniones la estatua de Adamastor, un gigante mitológico que en Os lusiadas de Camoens se enfrenta a Vasco de Gama para impedirle llegar al Océano Índico.
Si los viajeros quieren descender desde este mirador a la Baixa -para tomar una copa o picar en el Mercado de Ribeira, por ejemplo- pueden tomar el funicular de Bica, otro artilugio antiguo y renqueante que deja cerca de la estación de Cais de Sodre.
Si el viajero quiere seguir viendo Lisboa desde lo alto, puede tomar el elevador de la Gloria que une el barrio Alto con la Plaza de Restauradores y subir al mirador de San Pedro de Alcántara. O llegar hasta la Plaza de Pombal -en la frontera entre la ciudad antigua y la ciudad moderna, con edificios de diseño y grandes y espaciosas avenidas- y desde allí pasear por el Parque Eduardo VII -homenaje a la tradicional amistad anglo-lusa- visitar su Estufa fría, a la izquierda, o el Pabellón Carlos Lopes, a la derecha, hasta alcanzar el mirador. La vista de Lisboa y el Tajo hasta las colinas de la orilla izquierda. Hay que ser de piedra para no extasiarse.
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