Los
viajes ya no son lo que fueron, todo está descubierto. Cualquiera
conoce de antemano lo que va a encontrar en su destino. Por alejado y
raro que sea el lugar, siempre hay alguien que ha precedido al
viajero, lo ha fotografiado y ha subido las imágenes a la red. Por
ignoto que sea el paraje, siempre hay alguna reseña en Google que le
advierte de lo que le espera. A la iniciativa de los viajeros sólo
queda la elección del destino y el lugar del alojamiento. Y, a
veces, surgen sorpresas.
Los
viajeros habían elegido el Algarve para descansar unos días
tendidos al sol como los lagartos. Pero el Algarve es una franja de
200 kilómetros de costa que va desde el Cabo de San Vicente, con sus
farallones rocosos, a las playas de Vila Real de San Antonio, a la
orilla del Guadiana, en la frontera misma de España. ¿Dónde
elegir? Mejor en el centro, para estar equidistante de los lugares de
interés, apunta el colega. Portimao, no, porque es muy guiri -o eso
dicen los comentarios en internet-. Tampoco demasiado aislado, que
tenga algo de vidilla. Y así, por aproximación y descarte, los
viajeros eligen Lagos.
Ahora
queda elegir el alojamiento: un hotel cerca de la playa y cerca del
pueblo. Vuelta a internet. Descartando los que parecen muy aislados o
aquellos otros con largas escalinatas a la playa, optamos por el
Tivoli Lagos, que es céntrico y se presenta con unas fotos muy
sugestivas de tumbonas sobre una playa que anuncia como privada. Los
viajeros reservan con un mes de antelación y aún así tienen que
acomodar las fechas para lograr habitación en junio.
Aquí
estamos, pues, GPS mediante, a la puerta del hotel. Buen servicio en
recepción, atienden en castellano, y a través de un itinerario algo
laberíntico, enseguida nos conducen a nuestra habitación. De
camino, descubrimos la piscina en la que los guiris se tuestan como
modernos sanlorenzos. La viajera dice guiris con conocimiento y sin
menosprecio, pues, como luego comprobarían, a su llegada eran los
únicos españoles. El hotel tiene también un spa que los viajeros
tampoco llegarían a utilizar por falta de tiempo así que no pueden
decir si estaba igual de solicitado que la piscina exterior, más o
menos. La terraza de la habitación da a un jardín frondoso, lo que
los viajeros toman como una señal de buen augurio para su estancia.
Primera
sorpresa, aquí no hay playa, vaya, vaya. El hotel tiene un espacio
privado en la playa, adonde un autobús traslada a los clientes cada
media hora y los devuelve al hotel con el mismo intervalo, comunican
en recepción. Los viajeros aprovecharán el servicio a diario -pues
toda la semana lució un sol radiante- y utilizaron el primer turno
de ida -a las 10 a.m. hora local-, ocuparon las tumbonas en primera
línea y volvieron con el tiempo de prepararse para descubrir la
gastronomía local, que no es el menor de los encantos de la zona.
Se
asegura que Lacóbriga -de donde procede el nombre de Lagos- es de
origen celta y ya existía cuatro mil años antes. Su puerto fue
frecuentado por fenicios, griegos y cartagineses. Los romanos
levantaron una presa para suministrar agua a la población y los
árabes -en el siglo X- una muralla para defenderla lo que no impidió
que en 1249 fuera conquistada por los cristianos. Más o menos, como
en el resto de ciudades del sur peninsular.
¿Qué
le hace especial a Lagos? Entre otros encantos, que en este mismo
puerto, situado enfrente de la costa africana, el infante don
Henrique armó y de aquí partieron y llegaron en el siglo XV las
naves que descubrirían las costas de África y llegarían hasta la
India. Aquí nació y de aquí partió Gil de Eanes, escudero del
infante y héroe local. En ese su siglo de oro, Lagos se convirtió
en ciudad, capital del Algarve y en un puerto comercial de primer
orden: marfil, oro y plata, principalmente.
Se
levantaron nuevas iglesias, se aumentó y mejoró el caserío, se
instalaron muchos comerciantes y banqueros nacionales y extranjeros.
En el siglo XVI se levantaron nuevas murallas, que fueron ampliadas
en el siglo siguiente; en 1573 se creó aquí la sede episcopal y se
instaló la residencia de los gobernadores del Algarve.
El
terremoto de 1755 destruyó gran parte de la ciudad y el maremoto que
siguió acabó de asolarla. La ciudad no consiguió levantar cabeza
hasta mediados del siglo XIX, con la instalación de industrias
conserveras que transformaban el pescado obtenido por su flota
artesanal. En verdad, Lagos ha vivido siempre del mar y así sigue
hoy, ofreciendo a sus visitantes, a los que cuida con esmero, sus
playas -alguna de ellas, como la D'Ana, entre las mejores de Europa-
pero también buenos servicios y una lección de historia.
A
pesar de los estragos del famoso terremoto de Lisboa, Lagos ha
conservado un centro histórico -en torno a la Plaza Gil de Eanes,
donde está la oficina de Turismo- con todo el encanto algarvío.
Calles estrechas de casitas blancas, muchas de ellas con cantería en
puertas y ventanas, viejos escudos nobiliarios y azulejos. En esa
misma plaza nace la calle Afonso de Almeida, luego 25 de Abril, que
es una sucesión continua de restaurantes, donde incluso los
espíritus más desganados hallarán algo de su gusto. Los viajeros
señalan como lugares muy aconsejables el restaurante Don Sebastiao y
el Cantinho Algarvio y se permiten sugerir que, sea cual sea el menú
elegido, lo terminen con un dom-rodrigo, un pastel típico de Lagos,
una ginga o un madroño.
Si
el viajero prefiere un paseo más sosegado, puede optar por la
Avenida de los Descubrimientos, que bordea la Ribeira de Bensafrim,
en la que se encuentra la Marina y el puerto deportivo. En el número
35 de esa avenida los viajeros descubrieron un restaurante muy
apreciado por los lacobrigenses: Adega da Marina. Una enorme cantina
donde se reúnen las familias lusas y algunos guiris advertidos en
torno a una cocina a la vista del público. El restaurante ofrece una
carta no muy amplia pero con productos de proximidad y de temporada a
precios muy razonables y dos platos del día a precios imposibles (5
o 6 euros). Hay que tener cuidado a la hora de pedir porque las
raciones son pantagruélicas. El colega dio cuenta de un cocido
portugués con el que bien hubiéramos podido comer los dos y algún
invitado. Al comienzo de la misma calle, justo al lado del Mercado de
Pescado, está el Restaurante Gilberto, que debió de conocer tiempos
más gloriosos pero que ofrece una cocina casera muy sabrosa en un
ambiente también muy familiar.
En
Lagos, como en todo el Algarve, la cocina típica es la que tiene el
pescado como materia prima: sardinas, rape, jureles, congrio, atún,
navajas, almejas, percebes, berberechos, calamares rellenos, calderas
de pescado o la famosa cataplana. La cataplana -como la paella- es el
nombre del plato y el del utensilio en el que se cocina, una especie
de olla con tapa. Cada lugar tiene su propia receta de cataplana, en
Lagos los viajeros degustaron una de almejas y langostinos -en Don
Sebastiao- y otra de pescado -en el Cantinho Algarvío- sin que
puedan decidir cuál de las dos era mejor. En cuanto a los dulces,
además de los dom-rodrigos, la zona tiene una amplia oferta de
pasteles con base en los higos, las almendras y la miel, de clara
influencia árabe, por mucho que salgan de los conventos de monjas.
Si
los viajeros pasean por esta avenida tendrán oportunidad, sin duda,
de ver cómo se abre el puente, que comunica la ciudad vieja con el
complejo de la Marina, para dar paso a alguno de los muchos veleros
que atracan en el puerto deportivo. Cerca del puente, en la Ribeira,
descubrirán la reproducción de la carabela Buena Esperanza en
homenaje a las que hace cinco siglos surcaron estas mismas aguas
hacia mares desconocidos.
El
nombre de la avenida -de los Descubrimientos- no es casual. Aquí se
reúnen los principales monumentos y las edificaciones surgidas al
amparo de los años gloriosos de las expediciones marítimas. El
primero de ellos el Castillo de los Gobernadores, originariamente
alcázar árabe, reconstruido durante los siglos XVI y XVII. Dice la
tradición que desde la ventana manuelina que se abre en su fachada
oyó misa el rey don Sebastián antes de partir a la conquista de
Marruecos. A la sombra del recinto, los paseantes se fotografían
junto a la escultura de Gil Eanes. En la amplia plaza que se extiende
entre el castillo y la avenida, hay un panel del escultor Joâo
Cutileiro que evoca la batalla de Alcazaquibir, donde desapareció
don Sebastián, y del infante don Henrique.
Este
mismo escultor es el autor de la imagen de don Sebastian que se
levanta en la Plaza de Gil de Eanes, uno de los lugares de paso
obligado en Lagos. A salvo de criterios más autorizados, la viajera
cree que la figura -entre playmobil y madelman gigante- no hace
justicia al pobre rey.
Volviendo
al escenario de los descubrimientos, a la espalda del infante don
Henrique hay dos edificios con carácter. A la derecha, el que fuera
mercado de los esclavos traídos de África, que muestra el escudo
del Marqués de Nisa. Hacia la izquierda, el almacén del Regimiento,
edificio del siglo XVII, con una llamativa decoración barroca y los
escudos del Reino del Algarve.
Adosada
al castillo se alza la iglesia de de Santa María, construida entre
los siglos XV y XVI y reconstruida en los XVIII y XIX. El conjunto y
la rumorosa fuente que se levanta en el centro, hacen de este lugar
uno de los más hermosos de la ciudad descubridora.
Siguiendo
la avenida, los viajeros llegan al fuerte Ponta o Pau de Bandeira o
de Nossa Senhora da Penha de Francia, que de todas las denominaciones
es conocido, en la desembocadura de la Ribeira de Bensafrim, puente
defensivo del puerto primitivo.
Los
viajeros pueden descansar de su paseo en las muchas terrazas que
hallarán a su paso y, si lo desean, hacer compañía a don Henrique el Navegante, impulsor de los descubrimientos, o echar una mirada al mercado de esclavos, en la misma plaza, y dedicar, de paso, un recuerdo a los pobres africanos que -casi como ahora mismo- por este punto se adentraron en la civilizada Europa.
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