Las
palabras nos construyen, sólo existe lo que se nombra. Eso lo saben
muy bien quienes controlan los medios de comunicación, basta con
omitir cualquier referencia a un hecho o a una persona para que sean
olvidados, ignorados.
En
los años de posguerra -y hasta que agonizaba el siglo XX- los
periódicos se nutrían de noticias truculentas sobre supuestos
crímenes pasionales. En esencia, la historia era siempre la misma,
lo que variaba era el escenario: chico quiere a chica, chica quiere a
chico, chica quiere desligarse de chico, chico mata a chica. O mía o
de nadie más. El Caso, semanario de éxito por entonces, vivía de
contarlo a base de grandes e idénticos titulares: “crimen
pasional”.
Fue
necesario que se pusiera nombre a tales crímenes para que la
sociedad empezara a entender que quien maltrata a una mujer no es un
hombre enamorado: es un maltratador y quien asesina a una mujer no es
un pobre amante despechado y sufriente: es un asesino.
Lo que no se nombra no existe. Lo sabemos bien las mujeres. Basta con que no se nos nombre para que parezca que no existimos. ¿Cuantas mujeres escritoras, pintoras, artistas, pensadoras han existido a lo largo de la historia, cuyos nombres han sido omitidos? Nunca lo sabremos porque la historia la han escrito los hombres. ¿Cuantas de esas obras, de esas aportaciones a la cultura han sido atribuidas a los hombres? Tampoco lo sabremos pero sospechamos que no pocas.
A
pesar de los avances conseguidos en materia de igualdad legal -otra
cosa es la igualdad real- la sociedad sigue cultivando una cierta
tendencia a observar a las mujeres en función de su vinculación a
los hombres: la hija de, la mujer de, la madre de... aún cuesta que
se la contemple como persona individual, autónoma e independiente.
No
es un caso aislado pero en el Museo Marceliano Santa María de Burgos
-interesante en su contenido y en su continente- hay varios cuadros
en los que el pintor retrató a su familia. En las correspondientes
cartelas puede leerse: la esposa del pintor, mi cuñada... lo cual
dice mucho de la elevada autoestima de don Marcelinano pero también
de la pereza mental de quienes rotulan las obras. ¿Quién era la
mujer de uno de los pintores más celebrados de Burgos? Ni idea.
Gracias
a la diligencia del Museo de Bellas Artes de San Fernando de Madrid
-un museo modélico en tantas cosas- he sabido que la santa esposa
del pintor burgalés se llamaba Carmen Orón. No estaría de más que
la información llegara también al museo que se aloja en el
Monasterio de San Juan de Burgos.
Porque
las palabras nos construyen y sólo lo que se nombra existe.
como siempre, un placer pasar por aquí, y leerte... porque tienes toda la razón... lo que no se nombra no existe...
ResponderEliminarahora yo también sé como se llamaba la santa esposa del pintor en cuestión...
besotes!!
pd. sabes? hace poco encontré una antología de poetisas griegas clásicas! yo que pensaba que safo era una rara avis, una excepción!! y va y resulta que había más mujeres escribiendo en aquella época!! me he acordado al hilo de tu post...